Después de conocer a mi esposo, cuyos padres eran estudiantes de la Ciencia Cristiana, gradualmente empecé a aprender acerca de esta Ciencia, incluso a leer testimonios de curación. No obstante, aún sentía que estaba lejos de poder lidiar con el eczema que había sufrido desde mi infancia y había sido tratado médicamente.
Cuando mis tres niños eran pequeños, la condición de la piel alcanzó un punto crítico. Una doctora me explicó que otros órganos del cuerpo también se irritarían y me hizo internar en el hospital para tratar de controlar el problema. Nunca hubo la expectativa de que la medicina lo curaría. Me dijeron que solo traería cierto alivio. Al darme el alta, me dieron más cremas y un medicamento fuerte para que lo tomara a diario. Me sentía incómoda la mayor parte del tiempo, y estaba exhausta y desesperada.
Entonces un día, unos diez años después de haber encontrado la Ciencia Cristiana, regresé a casa después de haber llevado a los chicos a la escuela y a una guardería. Tenía dos horas antes de ir a recoger a mi hijo a la guardería, y fui a mi dormitorio y me puse de rodillas a orar. Me embargaba una profunda humildad. Me volví a Dios y le pedí que me mostrara qué necesitaba hacer. Me sentí guiada a abrir Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, y comencé a leerlo desde el principio, algo que nunca antes había hecho.
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