Era un perfecto día de primavera. El aire era claro y refrescante, pero el sol brillaba y estaba cálido. Sin embargo, al caminar hasta la parada del autobús noté que algo no estaba bien. Tenía dolor y malestar en las piernas.
Lo primero que pensé puede parecer un poco sorprendente: Que el dolor no podía ser verdadero, no podía formar parte de mí. Quizá esto suene como negar un problema, pero no me estaba engañando a mí misma. Yo sabía que no debía tener dolores porque en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana he aprendido que soy hija de Dios, perfecta, espiritual y estoy totalmente bajo Su cuidado, y esto quiere decir que estoy siempre a salvo, libre de dolor.
Sabía que podía continuar orando con estas ideas y sanar, pero cada vez que trataba de orar, mis amigos o las actividades normales de la escuela me interrumpían. Decidí lidiar específicamente con el asunto más tarde, pero en el transcurso del día, atareada con matemáticas, español, ciencia y arte, traté de mantenerme firme en el hecho de que Dios no podía provocar ese dolor porque Él es solo el bien. Como el dolor no venía de Dios, quien es omnipotente, no podía tener ningún poder.
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