Hace unos cuatro años, cuando estaba embarazada de mi segundo hijo, me diagnosticaron diabetes gestacional. Cuando recibí el diagnóstico por teléfono, desde el consultorio del doctor, estaba segura de que era un error.
El médico pidió un segundo examen más profundo, y oré antes y después del análisis hasta que estuve muy consciente de que yo era la imagen expresa de Dios. En el libro de Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la autora dice: “Así como una gota de agua es una con el océano, un rayo de luz uno con el sol, así Dios y el hombre, Padre e hijo, son uno en el ser” (pág. 361).
Así como ese rayo era uno con su fuente, yo era una con Dios en naturaleza y en esencia: equilibrada, brillante y libre de mediciones materiales, positivas o negativas. Solo Dios, el Espíritu divino, podía hablarme acerca de mi verdadero ser. Tuve confianza en esa analogía que me comparaba con un rayo de luz, una con mi fuente, una con Dios, mi verdadero Padre-Madre, quien era también el verdadero Padre y Madre del bebé.
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