Cuando conocí la Ciencia Cristina, bebía alcohol. Me encantaba aprender acerca de esta Ciencia, pero al principio no conocía las advertencias de la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, “el vino es escarnecedor, la sidra alborotadora, y cualquiera que por ellos yerra no es sabio” (Proverbios 20: 1), y “no se necesita añadir que el uso de tabaco o de bebidas alcohólicas no está en armonía con la Ciencia Cristiana” (pág. 454). Sin embargo, sí sé que mi deseo por el alcohol desapareció tan rápido, tan naturalmente, que quizás haya pasado por alto agradecer públicamente por la curación hasta ahora.
Cuando la Ciencia Cristiana llegó por primera vez a mi vida, el pensamiento más importante en mi mente siempre que tomaba alcohol era que me disgustaba mucho la sensación de estar bloqueada, incluso temporalmente, de la recién descubierta “elevación” o inspiración, que provenía de conocer a Dios, la Verdad y el Amor divinos. También me molestaba la sensación de embotamiento que el alcohol me traía, y beberlo perdió todo su atractivo.
Mis oraciones a Dios antes de encontrar la Ciencia Cristiana me habían llevado a algo tan necesario en mi vida, algo que revelaba una nueva visión espiritual de todo, que mi sentido elevado y espiritual me hizo rechazar todo lo que me hacía perder incluso un solo minuto de percibir (probar) la inspiración de Dios.
Lo que encontré tan inspirador fueron las buenas noticias que se enseñan en la Ciencia Cristiana acerca de la naturaleza de Dios, incluso los nombres dados a Dios que nunca antes había considerado, tales como Principio divino y Mente. ¡Y qué ideas liberadoras encontré sobre el reino de los cielos! En la Biblia está registrado que Jesús dijo: “Ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios dentro de vosotros está” (Lucas 17: 21, KJV). Y Ciencia y Salud explica: “El pecado hace su propio infierno, y la bondad su propio cielo” (pág. 196). Cualquier cosa extraña a un estado de consciencia celestial ahora me parecía deplorable. Los conceptos radicales y espirituales de las Escrituras y los escritos de Eddy eran alentadores.
Jesús enseñó, “…nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán. Mas el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar; y lo uno y lo otro se conservan. Y ninguno que beba del añejo, quiere luego el nuevo; porque dice: El añejo es mejor” (Lucas 5: 37-39).
Entiendo que esta enseñanza significa que es difícil imponer algo nuevo en un orden establecido que no está dispuesto a ser cambiado. Pero yo había sido cambiada, y ya no era posible poner la inspiración recién descubierta, la comprensión de mi identidad espiritual como la imagen y semejanza puras de Dios, en la visión anterior del hombre como material y satisfecho con los placeres sensuales. El odre viejo se rompió, y yo no quería derramar ni siquiera una gota del vino nuevo. La comprensión espiritual que estaba adquiriendo se convirtió en un nuevo odre que preservaba las verdades espirituales que cambian la vida y que surgían de ella. Nada podía satisfacer como el Espíritu.
El deseo de beber alcohol desapareció naturalmente, sin lucha o esfuerzo de mi parte. Simplemente desapareció completamente de mi vida. Abandonar el alcohol fue un paso fundamental para que me convirtiera en una estudiante de la Ciencia Cristiana, y me alegro aún más por la forma natural en que fui guiada para volverme del apetito material al del Espíritu.
Ellen Clark Anderson
Folsom, California, EE.UU.
    