La comunicación es un aspecto de la vida en toda etapa de la experiencia. Para el sentido humano, que tiene, como mucho, una perspectiva incompleta de la realidad, la comunicación va en dos sentidos, con seres humanos que envían y reciben mensajes tanto consciente como inconscientemente. Estos mensajes se efectúan por medios tales como la palabra hablada o escrita, la expresión artística y el lenguaje corporal.
No obstante, el modelo original de comunicación es totalmente espiritual. Como Mary Baker Eddy descubrió por medio de la Ciencia Cristiana, “La intercomunicación es siempre de Dios hacia Su idea, el hombre” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 284).
La forma más elevada y poderosa de comunicación, entonces, no es producto de nuestra propia capacidad. No se origina en el intelecto humano, y no se transmite realmente por medio de palabras, sonidos, imágenes físicas o ningún otro modo de expresión humana. Estos modos son útiles en la medida en que expresen cualidades espirituales y morales, tales como justicia, honestidad, paciencia y compasión. Pero toda comunicación que se apoye únicamente en la capacidad humana es inherentemente defectuosa. La comunicación humana es más eficaz cuando expresa las cualidades e ideas de Dios, la Mente divina única.
A menudo, es difícil admitir que lo que Dios comunica al hombre es la verdadera base para la comunicación humana eficaz, pero cuanto más pronto aprendemos acerca de la humildad respecto a este tema, más pronto podemos comenzar a practicar la comunicación espiritual divinamente poderosa. San Pablo, uno de los comunicadores más eficaces que el mundo haya conocido jamás, describió para todos los tiempos la naturaleza y el propósito de la verdadera comunicación cuando escribió: “Amados hermanos, la primera vez que los visité, no me valí de palabras elevadas ni de una sabiduría impresionante para contarles acerca del plan secreto de Dios. Pues decidí que, mientras estuviera con ustedes, olvidaría todo excepto a Jesucristo, el que fue crucificado. Me acerqué a ustedes en debilidad: con timidez y temblor. Y mi mensaje y mi predicación fueron muy sencillos. En lugar de usar discursos ingeniosos y persuasivos, confié solamente en el poder del Espíritu Santo. Lo hice así para que ustedes no confiaran en la sabiduría humana sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:1-5, NTV). Él mostró que la comunicación humana es productiva solo en la medida en que la voluntad humana desaparece y la comunicación manifiesta el poder y el amor del Cristo, la verdad de la existencia espiritual que Jesús enseñó.
Cuando consideramos la comunicación espiritualmente, podemos ver que Dios se comunica con Sus hijos todo el tiempo. Por ser la Mente divina, Dios origina ideas, y las mismas se expresan como nuestro propio ser, la existencia verdadera de cada persona. Nuestro trabajo en todo momento es ser testigos de la presencia y el poder de los pensamientos que Dios comunica, los cuales vienen a la consciencia humana por medio del Cristo. En su libro Ciencia y Salud, la Sra. Eddy define al Cristo como “la verdadera idea que proclama el bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana” (pág. 332). Cuando humildemente escuchamos lo que el Cristo está comunicando, aprendemos cómo expresar la naturaleza de Dios en nuestra vida diaria.
En mi carrera como escritor, maestro y consultor en comunicaciones, he encontrado que soy mucho más eficaz cuando me abstengo de ser tentado a apoyarme en el orgullo, la inteligencia, la voluntad humana u otros signos de comunicación humana, y escucho la comunicación del Cristo que nos está viniendo a mí y a todos. Entonces tengo la seguridad de que las palabras o imágenes que uso van a revelar algo de lo divino, algún aspecto de la comunicación de Dios al hombre. Y sé que todos los presentes serán beneficiados.
Me ha resultado útil pensar que la comunicación con los demás es como los “diezmos” que se dan como expresión de gratitud a Dios. Dar diezmos es la antigua práctica de apoyar a la iglesia contribuyendo la décima parte de los productos o ganancias de alguien. Pero la Sra. Eddy ofrece una comprensión espiritual de la idea al definir diezmo en parte como “homenaje; gratitud” (Ciencia y Salud, pág. 595). El expresar consciente (y a menudo silenciosamente) homenaje y gratitud a Dios en nuestro pensamiento y carácter, puede ayudar a aquellos con quienes nos comunicamos a vislumbrar algo de la abundancia del poder y el amor de Dios. Como señala Malaquías en un profundo y maravilloso pasaje de la Biblia: “Traed todo el diezmo al alfolí, para que haya alimento en mi casa; y ponedme ahora a prueba en esto —dice el Señor de los ejércitos— si no os abriré las ventanas del cielo, y derramaré para vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10, LBLA).
En las clases que enseño en la universidad, a menudo tengo estudiantes de una variedad de países y tradiciones religiosas, con diversos puntos de vista políticos. Cuando comencé a enseñar, trataba de encontrar temas de interés mutuo entre mis estudiantes, especialmente cuando hablábamos sobre temas de actualidad, y era todo un desafío. Pero entonces me di cuenta de que mi trabajo no era reconciliarlos. El Cristo les habla a todos de la forma precisa que él o ella pueda comprender, cualesquiera sean los antecedentes, el idioma, la cultura, la nacionalidad o la religión que tengan. Así que ahora recibo con agrado las discusiones muy animadas que presentan muchas perspectivas; y encontramos un interés mutuo, no en una definición definitiva del buen gobierno o de la función del sector privado dentro de la sociedad, sino por medio de la honestidad, la justicia y la buena voluntad con que conducimos nuestros debates. Todo refleja las cualidades del Cristo que con frecuencia hace que lleguemos a sorprendentes conclusiones armoniosas que tengo la certeza reflejan el amor imparcial y la inteligencia infinita de Dios.
Cada uno de nosotros tiene un papel importante que desempeñar al escuchar la comunicación del Cristo a la humanidad. Cuando recibimos nuestra comunicación con humildad, y nos damos cuenta de que la verdadera comunicación es, de hecho, una actividad de la Mente divina, es que podemos comenzar a comunicarnos de una manera que refleja la comunicación de Dios con Su creación. Podemos ayudar a aquellos con quienes interactuamos a conocer al Cristo, la Verdad, por medio de la expresión de cualidades cristianas, tales como generosidad, compasión y perdón. No hay otra forma de medir el éxito cuando se trata de la comunicación, que cuando hemos podido contemplar el poder del Cristo para expresar el amor de Dios por la humanidad.
