Un día hace muchos años, estaba en la sala de espera de una clínica, cuando se acercó una muy querida amiga y me saludó afectuosamente. Nos conocíamos de niñas, pero en los últimos años nos habíamos mudado y ya no nos veíamos. Mi amiga tenía una agencia de empleos, y había venido a ver a uno de los doctores que necesitaba una empleada. Me dio mucha alegría verla, y cuando me preguntó cómo estaba, le dije: “No estoy bien”. Yo estaba en la clínica para que les dieran tratamiento médico a mis dos hijos menores (de seis y once años). Me sentía triste y angustiada, y muy temerosa por la salud de mis hijos. También sufría de frecuentes migrañas, a pesar de tomar muchos tipos de analgésicos.
Mientras mi amiga y yo esperábamos, ella me contó que estaba estudiando algo muy interesante: la Ciencia Cristiana. Me dijo que la había sanado completamente de bronquitis crónica, de la que había padecido siempre. Le pregunté dónde podía yo empezar a estudiar esta Ciencia. Me contó que se estudiaba de dos libros: la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana: Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Y mi amiga se ofreció gentilmente a hacer los arreglos para reunirme con la señora que la estaba ayudando a comprender la Ciencia Cristiana y había orado por ella para sanar.
Cuando me reuní y conversé con esta amorosa señora, fue como si mi pensamiento se hubiera iluminado. En aquella época yo estaba envuelta en una religión que consideraba que Dios castigaba y no perdonaba. Le dije que tenía miedo de ofender a un Dios así, que carece de amor, y ser castigada. Ella me aseguró con mucho cariño que solo existe un Dios, quien es totalmente amoroso. Él abraza todo el universo con amor. Pasamos toda la tarde conversando juntas, y me hizo mucho bien. Sus palabras fueron como un bálsamo para mí. Salí de su casa llena de alegría.
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