En algún momento de nuestra vida, tal vez nos hayamos sentido decepcionados con nuestros padres. Quizás hayamos sentido que no nos apreciaban o comprendían, o que no apoyaban nuestras metas. Conozco a más de una persona que ha pensado que sería maravilloso poder elegir a nuestros propios padres; empezar de nuevo y tener la oportunidad de tener una influencia más positiva de parte de ellos. Aunque no podamos elegir a nuestros padres, es útil tener en cuenta que sí tenemos la capacidad de elegir cómo los tratamos y pensamos acerca de ellos. A veces esto entraña estar dispuesto a perdonar cuando sentimos que nos han tratado injustamente.
El Quinto Mandamiento en la Biblia ofrece la siguiente guía sobre este tema: “Honra a tu padre y a tu madre. Entonces tendrás una vida larga y plena en la tierra que el Señor tu Dios te da” (Éxodo 20:12, NTV). Promete que al honrar a nuestros padres —mostrándoles el respeto, amor y perdón que esperamos de ellos— somos bendecidos.
Aprendí esta lección cuando me acababa de graduar del bachillerato, y mis padres y yo teníamos diferentes opiniones acerca de la carrera que debía seguir. Como muchos chicos, no siempre coincidía con mis padres, aunque sabía que me querían.
Cuando llegó el momento de decidir qué estudiaría en la universidad, no fue una decisión fácil. Me interesaban muchas cosas, pero después de haber cocinado en un restaurante con mucho éxito por un par de años en el verano, finalmente decidí estudiar administración de empresas. Se lo dije a mis padres, sabiendo que ellos estarían envueltos en mi decisión, para no mencionar cómo conseguiría los fondos para cubrir los gastos correspondientes.
Sin embargo, mi padre, un ingeniero profesional, estaba convencido de que debía estudiar ingeniería, y estaba seguro de que debía asistir a la misma universidad donde él se había graduado. Me dijo que, si elegía esa especialidad, él pagaría todos los gastos.
Decidí, en cambio, hacer lo que yo sentía que era correcto para mí y estudié para obtener un título en administración de empresas, en la universidad a la que yo quería asistir. Conseguí una beca deportiva parcial para el primer año, y esto hizo que fuera un poco más fácil. Y mi padre finalmente, a regañadientes, me ofreció un modesto apoyo financiero.
No obstante, durante mi tiempo en la universidad tuve que encontrar trabajos que se acomodaran dentro del horario de los cursos para poder pagar la mayor parte de los gastos de la escuela y el alojamiento. Como resultado, tenía muy poco tiempo para estudiar y tuve que repetir algunos cursos, y enfrentar otros obstáculos. Finalmente, me gradué con el título de administración de empresas, que me sirvió mucho para encontrar empleo posteriormente.
Al orar para alcanzar una mayor comprensión espiritual, comprendí más claramente que mi único Progenitor verdadero es nuestro Padre-Madre Dios.
Sin embargo, me sentía constantemente descontento debido a que mi padre no me daba todo su apoyo. Finalmente, me di cuenta de que necesitaba estar totalmente agradecido por el apoyo que él me había dado, cualquiera fuera. Sabía que mi padre estaba haciendo lo mejor que podía, y que a él le parecía que la carrera de ingeniería era la más correcta para su hijo. Yo tenía el más alto respeto por su formación académica y su capacidad como ingeniero profesional, además del reconocimiento que su compañía le había dado por su creatividad. Y estaba agradecido por su confianza en que yo sería capaz de estudiar ingeniería. No obstante, si bien podía encontrar algo de paz al apreciar las numerosas y buenas cualidades de mi papá, eso no borraba mi desdicha ni me daba la capacidad de perdonarlo totalmente. Sabía que debía elevarme más y enfrentar esto desde una perspectiva espiritual; debía hacer más que tratar de razonar, o resolver esto, humanamente.
Como estudiante de la Ciencia Cristiana, oré para comprender que el hecho de que los dos nos estuviéramos esforzando por estar correctamente motivados al decidir qué era lo mejor, no podía hacernos ningún daño. Sabía que comprender mejor cómo gobierna Dios a Su creación, y que Sus hijos no podían estar separados de Su sabiduría, nos bendeciría tanto a mi padre como a mí.
Al orar para alcanzar una mayor comprensión espiritual, comprendí más claramente que mi único Progenitor verdadero es nuestro Padre-Madre Dios, y que nuestro Progenitor está apoyándonos y guiándonos totalmente —en nuestra dirección, carrera y propósito en la vida— por medio de la ley divina. Siempre que seguimos nuestra intuición espiritual, que en este caso me había guiado a elegir esa carrera, siempre estamos apoyados por Su ley del Amor. Y vi las muchas formas en que esta ley me había estado apoyando todo el tiempo que estuve en la universidad.
Por ejemplo, había podido conseguir suficientes trabajos temporales como para ayudar a pagar mi colegiatura y los gastos de alojamiento de la universidad. El dormitorio de la universidad me permitió trabajar en el comedor, lo que me daba pensión completa. Encontré un trabajo en una fábrica de pan muy cerca del campus que pagaba buenos salarios por el turno de noche. Y servir como guardavidas en la piscina de la universidad también me ayudó con la colegiatura.
La decepción que sentía desapareció por completo. Pude perdonar a mi padre y sentirme agradecido por él; honrarlo por todo el bien que hizo.
Cuando Cristo Jesús estaba predicando a sus discípulos, les habló de los grandes beneficios de ser misericordiosos con los demás, y de no juzgar ni condenar. Él dijo: “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso. No juguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados” (Lucas 6:36, 37).
En el Antiguo Testamento hay una historia maravillosa de un joven llamado José que ilustra que es posible perdonar cuando sentimos el apoyo de la ley del Amor de Dios.
De acuerdo con el relato, sus hermanos celosos traicionaron a José y lo vendieron como esclavo. Después de que lo llevaran a Egipto, fue puesto en prisión injustamente, y soportó otros desafíos. Pero su bondad genuina y su fe en la guía de Dios eran inquebrantables, y finalmente fue liberado de la prisión, elevado al puesto de supervisor de la casa de Faraón, y pudo hacer bien a sus hermanos durante una época difícil en la tierra.
En lugar de condenar a sus hermanos por lo que le habían hecho, o seguir pensando en el impacto negativo que sus acciones parecieron haber tenido en su vida, José se mantuvo cerca de Dios. Como resultado, salió de los numerosos desafíos que enfrentó mucho más fuerte, con más éxito y sin ninguna amargura; y mostró misericordia con sus hermanos, y los perdonó.
Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribió: “Dios es nuestro Padre y nuestra Madre, nuestro Ministro y el gran Médico. Él es el único pariente verdadero del hombre en la tierra y en el cielo. David cantó: ‘¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra’.
“Hermano, hermana, amados en el Señor, ¿te conoces a ti mismo, y te has amistado con Dios?” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 151).
Cuando llegamos a conocer a Dios como nuestro único Progenitor verdadero y sabio, y a nosotros mismos como Su reflejo espiritual, Su hijo, resulta natural seguir la guía de este Progenitor. Perdemos el sentido mortal de que hay una influencia opuesta en nuestra vida, ya sea un amigo, familiar, madre o padre. Se obtienen muchos beneficios cuando miramos más allá de las influencias humanas que parecen dirigir nuestra vida, hacia la sola y única causa divina en busca de guía. Seguimos con más confianza el camino que Dios ha planeado para nosotros, y ya no nos sentimos perturbados o influenciados por las opiniones humanas divergentes. Saber que el Amor divino es nuestro Padre y Madre —que siempre cuida de nosotros, nos apoya y responde a nuestras necesidades— nos capacita para ver el bien que tenemos aquí y ahora, y llena nuestro corazón de gratitud. Y, cuando es necesario, de perdón.
