Recientemente, me pasaron una conmovedora nota que decía: “¿Qué pasaría si alguien que viniera a tu iglesia fuera sanado, transformado, se sintiera contento? Esto es lo que está haciendo que las iglesias más pequeñas de la Ciencia Cristiana permanezcan abiertas y tengan esperanzas. Ansiamos seguir adelante”.
Hoy en día, los miembros de religiones organizadas están orando con devoción para que asistan más personas y tener más apoyo para hacer su trabajo. Y aunque parezca ser un sentido abrumador de desesperación, esto representa una carga para muchos grupos religiosos, y también es frecuente en organizaciones cívicas.
¿Por qué están luchando las organizaciones? Una organización en su mejor sentido representa orden, unidad y propósito; cualidades arraigadas en la bondad del Principio divino, o Dios. Cuando las organizaciones humanas se dedican a la curación y al progreso humanos son socavadas o marginadas; algo opuesto a Dios parece existir y tener influencia. La oposición al bien —lo que se denomina mal— siembra una desconfianza masiva de estas organizaciones y una renuencia a participar activamente en ellas.
Esta influencia maligna en el pensamiento revela más claramente su naturaleza en su resistencia a las organizaciones religiosas, el lugar mismo donde le espera su destrucción. La Iglesia de Cristo, Científico —nombre oficial de la Iglesia de la Ciencia Cristiana— está específica y definitivamente destinada a garantizar esa destrucción. ¿Por qué? Porque esta Iglesia protege y promueve la Ciencia Cristiana. Y es la Ciencia Cristiana, el sistema de curación basado en las palabras y obras de Jesús, la que demuestra la totalidad de Dios —y en consecuencia, la nada, la impotencia y la irrealidad del mal— al eliminar la enfermedad y el pecado por medio de la oración.
Aunque el mal es irreal y, por lo tanto, impotente, no podemos ignorarlo. Es tan real para nosotros como nosotros creamos que es, hasta que se pruebe lo contrario al comprender y vivir el poder de la Verdad divina. De modo que es importante aumentar nuestra fe al estar más profundamente conscientes de que Dios jamás puede ser amenazado por el mal, y que Sus hijos reflejan espiritualmente Su confianza y poder. La desesperación que nosotros como miembros de iglesia podamos sentir no es nuestra. Está confinada únicamente a la creencia de que el mal existe y tiene poder para frustrar la actividad de la bondad divina.
Por ser la falsificación irracional del bien, el mal haría que la sociedad aceptara como lema: “Yo no necesito una organización de iglesia; estoy en mi propio camino espiritual”. El esfuerzo individual y la oración pueden lograr muchísimo. Sin embargo, es la resistencia colectiva contra el mal y el afirmar la omnipotencia de Dios, del bien —la verdadera misión y actividad de la Iglesia— lo que acaba con el mal. Es vital resistir la tentación de hacerlo solo; esa actitud egocéntrica y destructiva que oculta la vitalidad de la iglesia.
Mary Baker Eddy define espiritualmente la Iglesia, en parte, como “la estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa sobre el Principio divino y procede de él” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 583). Este punto de vista totalmente espiritual acerca de la Iglesia revela que es la manera inmortal en la que Dios mantiene la integridad y continuidad de Su creación divina. Tal vez se podría decir que la Iglesia es un “control de calidad” en su sentido más elevado.
No obstante, así como la bondad infinita de Dios cuida de la mente y el cuerpo humanos mientras aprendemos acerca de nuestra naturaleza inmortal, Dios eleva, estabiliza y protege la sociedad mientras aprendemos acerca de su naturaleza inmortal. Por esta razón, cuando la naturaleza espiritual de la Iglesia dirige la organización humana, la iglesia se transforma (como continúa diciendo la Sra. Eddy) en “aquella institución que da prueba de su utilidad y se halla elevando la raza, despertando el entendimiento dormido de las creencias materiales a la comprensión de las ideas espirituales y la demostración de la Ciencia divina, así echando fuera los demonios, o el error, y sanando a los enfermos”.
Una metáfora de la óptica ayuda a aclarar cómo vemos la Iglesia. Los objetos parecen empequeñecerse a medida que nos alejamos cada vez más de ellos. Sin embargo, no se está produciendo ningún cambio proporcional. De la misma manera, si la Iglesia nos parece más pequeña hoy que ayer, es que tal vez nos hemos apartado de ella, nos hemos apartado de su verdadera naturaleza espiritual.
Cuando con firmeza nos acercamos a Dios —centrando nuestra atención en Su bondad y poder atractivos y activos— continuamos siendo testigos de la vitalidad del Cristo, el poder de Dios en la vida humana, en todas nuestras experiencias en la iglesia. Mantenemos grande la Iglesia, por así decirlo. Estamos alertas a los intentos del mal para dañar nuestro sentido inspirado de Iglesia al fijar nuestro pensamiento en el número de miembros, el mantenimiento del edificio o la política de la iglesia. Pero, si en cambio, nos dejamos engañar por estas distracciones, la inspiración del Cristo es oscurecida. La iglesia parece fría, poco atrayente y, sí, pequeña.
Cuando llega la época de dar regalos, nuestros hogares y corazones se llenan de emoción y expectación. No obstante, los regalos que Dios ha preparado para aquellos que atesoran el trabajo de la iglesia —los regalos de vida, salud, perdón y amor incondicional— superan hasta los más preciados regalos humanos. Por medio de la alegre expectativa de los regalos de Dios, nos apartamos de la desesperación y el desaliento. Es el amor detrás de los regalos lo que los hace especiales. El amor de Dios es la atracción. El amor de Dios es el premio. Y puesto que Dios valora tanto al que viene por primera vez como al miembro más antiguo de la iglesia, cada uno puede sentir el espíritu de la declaración de Jesús en la parábola del hijo pródigo: “Querido hijo, tú siempre has estado a mi lado y todo lo que tengo es tuyo” (Lucas 15:31, NTV).
La organización implica lograr cosas trabajando juntos. Puesto que los hijos de Dios reflejan Su sabiduría y la autoridad espiritual del Cristo, tenemos todo lo que necesitamos en nuestro trabajo colectivo como miembros de la iglesia. Así como resolvemos nuestra salvación espiritual individual cuando prestamos atención para escuchar la voluntad de Dios, construimos una organización de iglesia fuerte —y la protegemos de la influencia del mal— al escuchar juntos la guía de Dios. Trabajar lado a lado da a conocer la Iglesia bajo el único poder dominante, la única Vida eterna e infinita, Dios.
Reconozcamos al orar la interminable vitalidad y protección que nuestro trabajo otorgado por el Cristo trae a nuestra organización de iglesia, y sintámonos animados por las palabras de la Sra. Eddy a una iglesia filial: “Olvidaos de vosotros mismos al trabajar por la humanidad; entonces atraeréis al fatigado caminante a vuestra puerta, el peregrino y el extranjero vendrán a vuestra iglesia, y hallaréis acceso al corazón de la humanidad” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 155).
Keith Wommack
Escritor invitado del editorial
    