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Original Web

“Amado Cristo, eternal”

Del número de diciembre de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 17 de diciembre de 2020 como original para la Web.


Un día, el verano pasado, al sentirme atrapada por el encierro y al preguntarme cuándo terminaría la pandemia, me volví a Dios y oré. Cuando oro, me gusta hacer una pausa para sentir la presencia y la realidad de Dios, el bien. A menudo, un versículo bíblico me ayuda, como este de Salmos: “Dios es nuestro… pronto auxilio en las tribulaciones” (46:1), o este: “Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos” (91:11). 

Ese día, me vino algo diferente. Era la línea “Amado Cristo, eternal” de “Alba de Navidad”, un poema escrito por Mary Baker Eddy, también conocido como un himno (Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 23). Esta frase me hizo sonreír por dentro y por fuera y despejó el camino para que orara con mayor convicción. Las palabras me llegaron en la forma del himno, cantando en mi corazón, y me trajeron una alegría que no está reservada solo para Navidad. Sabía que es posible conocer todo lo que es cierto acerca de Dios y el hombre, porque el Cristo —la comprensión de Dios que Jesús tenía— es real y está presente, es eterno y activo.

Me vinieron también otras líneas de ese poema que describen al Cristo:

¡De Vida, idea eres tú!
.   .   .   .   .   .   .
Rayo de Vida y de Amor,
   no hay muerte en ti; 

Y estas palabras de otro poema de nuestra Guía me vinieron al pensamiento:

A Cristo veo caminar, 
venir a mí
por sobre el torvo y fiero mar;
su voz oí,
(Himno N° 253, trad. © CSBD) 

Estas líneas fluyeron hacia mí de tal manera que sentí que la Mente del Cristo animaba e iluminaba mis oraciones, trayendo esperanza y expectativa, un verdadero sentido de “paz, buena voluntad para con los hombres” (Lucas 2:14). Experimenté una alegría tan callada y completa que esta consciencia del “amado Cristo” no pudo ser eclipsada por la duda, el miedo o la frustración de sentirme atrapada. La oración abrió mi pensamiento a las bendiciones presentes y activas que Dios nos da a todos. 

Podemos preguntarnos cada día: ¿Estoy preparado para recibir al Cristo, la Verdad?

Recordé relatos en los Evangelios de cómo la gente reconocía que Jesús era el Mesías o Cristo prometido, como lo hicieron, por ejemplo, Pedro, la mujer samaritana en el pozo y María Magdalena. Ellos reconocieron que el poder que respaldaba las palabras y obras de Jesús provenía de Dios. Y Jesús prometió a sus seguidores (entonces y ahora) que serían capaces de hacer las obras que él hizo. Recordar todo esto me ayudó a percibir el poder y la actividad presentes del Cristo. 

Todo lo que había sentido relacionado con la pandemia —apatía, impaciencia, incluso duda y miedo— se disolvió. La luz del Cristo eliminó la frustración y trajo la convicción de que, como Jesús demostró y la Ciencia Cristiana enseña, la enfermedad no es un invasor real y desconocido que acecha en cada esquina. Es una creencia hipnótica de la mente humana, no una realidad legítima creada por Dios. Con eso, todo ese sentimiento de letargo desapareció, y mi consciencia despertó a una energía renovada, equilibrio, cuidado por el prójimo y del prójimo hacia mí, y la certeza de que la salud está presente, porque Dios, el bien, gobierna y la actividad del Cristo no se puede detener. 

Jesús estaba seguro de que su identidad como Hijo de Dios era inseparable de Él. Dijo: “Yo y mi Padre uno somos” (Juan 10:30), y, como Hijo de Dios, manifestó: “Yo soy el camino, la verdad, y la vida” (Juan 14:6). El Cristo era su identidad espiritual, y el Cristo está siempre con nosotros. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “A través de todas las generaciones, tanto antes como después de la era cristiana, el Cristo, como la idea espiritual —el reflejo de Dios— ha venido con alguna medida de poder y gracia a todos los que estaban preparados para recibir el Cristo, la Verdad” (pág. 333).

Podemos preguntarnos cada día: ¿Estoy preparado para recibir al Cristo, la Verdad? ¿Estoy vigilando, como los pastores en las colinas sobre Belén? ¿Estoy esperando, como Simeón y Ana, quienes reconocieron que el niño Jesús en el Templo era el cumplimiento de la profecía? ¿Estoy viajando, siguiendo la luz de la Verdad como los reyes magos? ¿Vengo, como las multitudes o como aquel leproso, a reconocer la presencia del Cristo? ¿Estoy listo para recibir más de la Ciencia de la curación mediante el Cristo que Mary Baker Eddy descubrió y enseñó para que yo también pudiera seguir el ejemplo de Jesús al sanar a los enfermos y pecadores, y ver cómo la Vida invalida la muerte?

Estar preparado para recibir al Cristo tiene mucho que ver con estar preparado para recibir curación. Me encanta la historia del recaudador de impuestos de Jericó, Zaqueo, y cómo, al igual que un niño, trepó a un árbol sicómoro para ver “quién era” Jesús cuando el Maestro pasaba (véase Lucas 19:1–10). Jesús levantó la vista y “mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa”. Así lo hizo, y “lo recibió gozoso”. Su preparación para recibir al Cristo no comenzó organizando una gran comida. Su entusiasmo fue sincero cuando, puesto en pie humildemente delante de Jesús, le dijo: “la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”. Jesús estaba obviamente complacido y respondió: “Hoy ha venido la salvación a esta casa”.

¿Qué nos impediría conocer o recibir al Cristo? Esa pregunta viene en muchas otras formas: “¿Por qué hay tantos problemas en el mundo?”. O como mi frustración el verano pasado: “¿Cuándo terminará esta pandemia?”. O la insidiosa pregunta, “¿Por qué no puedo sanar, o por qué no se produce la curación más rápidamente?” Estas preguntas están cargadas de dudas y temor. Son maneras del sentido material o personal, que nos engañarían insinuando que hay demasiado por aprender o que no sabemos lo suficiente como para practicar la curación mediante el Cristo. Pero aprendemos a través del Pastor (la Biblia y Ciencia y Salud), así como por medio de testimonios y nuestras propias experiencias de curación, que ninguna historia o circunstancia puede obstruir el poder y la luz del Cristo. 

Primera de Juan nos asegura: “Sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (5:20). El Cristo está despertando la consciencia humana para que se aparte de las afirmaciones hipnóticas del error y la enfermedad. El Cristo nos capacita a todos para que despertemos a la realidad y a la presencia sanadora de la Verdad. El himno que comienza así: “Oh soñador, despierta de tus sueños, levántate, cautivo, libre ya”, promete: “el Cristo rasga del error el velo y de prisión los lazos romperá” (Rosa M. Turner, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 202, trad. © CSBD). 

Esta idea me resultó muy útil hace varios años. Había estado trabajando y orando en mi oficina con esta idea de que el Cristo rasga los sueños del error, lo que me ayudó a reconocer la actividad del Cristo que sana. 

Al salir de la oficina y correr para tomar un tren en ese frío día de invierno, tropecé en la acera desnivelada y caí con fuerza sobre una rodilla. Una pareja joven se detuvo para ayudarme y se ofreció a buscar más ayuda. Pero la idea de que el Cristo rasga el sueño del error me fue tan clara en ese momento, que honestamente pude decir: “Muchas gracias, estoy bien”. Me dirigí a la estación de tren sintiéndome totalmente libre. Me alegré de poder sentir realmente que el sueño de una caída o lesión había sido rasgado: que el Cristo estaba allí conmigo en la acera y en el tren. 

Cuando llegué a casa y me cambié de ropa, mis pantalones estaban sucios debido a la acera y las medias de nylon hechas jirones a la altura de la rodilla. Pero no había ninguna marca en la rodilla. Me regocijé al sentir la presencia y el poder del Cristo. 

¡Qué regalo fue percibir esta presencia y poder! Este es un obsequio para atesorar en Navidad y cada día; un don perenne que bendice a toda la humanidad, sin importar las circunstancias históricas o físicas. Podemos regocijarnos en Navidad y siempre porque el “rayo de Vida y de Amor” está aquí, ahora. No hay situación, ya sea que implique accidente, conflicto, pecado, miedo o enfermedad, que Cristo Jesús no haya enfrentado con la inquebrantable convicción de que Dios, el bien, es supremo. Sanó a las multitudes, calmó la tormenta y resucitó a los muertos. Demostró que el Cristo, la verdadera idea de Dios, vence el mal y la enfermedad, e hizo que el mundo entero tomara consciencia de la verdad de la existencia. Esta verdad que demostró está siempre disponible. Así que nosotros también podemos esperar que por medio de la oración que reconoce la supremacía de Dios, el mal y la enfermedad sean detenidos, y reine la paz en la tierra.

El “Amado Cristo, eternal” es una promesa para cada uno de nosotros, el cumplimiento de la venida eterna de la verdadera idea de Dios. 

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