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Original Web

Hábitos que sanan

Del número de diciembre de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 19 de julio de 2021 como original para la Web.


¿Conoces la frase “La vida no es más que una serie de hábitos”? Una vez, mi esposo y yo alquilamos un auto por una semana en un país donde la gente conduce por el lado izquierdo de la carretera. La luz de giro no estaba en ese lado del volante, donde estábamos acostumbrados a que estuviera, sino a la derecha. ¡Nos tomó unos días dejar de presionar el limpiaparabrisas a la izquierda del volante cada vez que necesitábamos la luz de giro! Además, cuando volvimos a casa y fuimos a conducir nuevamente nuestro propio auto, nos dimos cuenta de que ya nos habíamos habituado a buscar el intermitente a la derecha. Nos tuvimos que reír de cuán rápido se había arraigado el hábito.

En esos casos, tuvimos que obedecer las reglas de tránsito. Así que el ajuste que debíamos hacer se efectuó muy rápido. 

¿Pero qué pasa con los hábitos que deberíamos abandonar, pero de los que no somos conscientes?

Veamos lo que escribe Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, sobre este tema. En su libro Escritos Misceláneos 1883–1896, ella dice: “La naturaleza del individuo, más terca que la circunstancia, argüirá siempre en su propio favor —sus hábitos, gustos e intemperancias. Esta naturaleza material se esfuerza por inclinar la balanza en contra de la naturaleza espiritual; pues la carne lucha contra el Espíritu —contra todo o contra quienquiera que se oponga al mal— e inclina poderosamente la balanza contra el alto destino del hombre” (pág. 119).

Esto es llevar las cosas mucho más allá de los hábitos de conducir. Se refiere a nuestra propia naturaleza, la cual Jesús demostró ser espiritual y pura. En su libro principal, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la Sra. Eddy escribe acerca de la necesidad de “[desechar] hasta las creencias y prácticas más preciadas, que [dejemos] todo por el Cristo” (pág. 141).

Es una declaración impactante, ¿no es así? ¿Con qué frecuencia oramos honestamente para saber qué pensamientos y acciones debemos abandonar a fin de obedecer los preceptos divinos de Jesús para vivir y sanar?

Consideremos más detenidamente uno de ellos: “Les digo la verdad, a menos que se aparten de sus pecados y se vuelvan como niños, nunca entrarán en el reino del cielo” (Mateo 18:3, NTV). Él dijo esto, por cierto, en respuesta a la pregunta de sus discípulos, “¿Quién es el más importante en el reino del cielo?”

Estas son algunas de las cualidades que podríamos atribuir a los niños: entusiasmo, curiosidad, creatividad, inocencia, receptividad, alegría, confianza. Y los niños no se preocupan. Dichas cualidades son inherentes a todos nosotros como hijos de Dios, nuestro Padre-Madre, quien siempre cuida tiernamente de cada uno de nosotros. Nuestro Padre divino “a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra”, como leemos en el Salmo 91 (versículos 11, 12).

La luz y el amor de nuestro Padre-Madre Dios están aquí para sacarnos de esas formas inútiles de pensar.

Pero a veces puede que no estemos sintiendo esas cualidades alegres y propias de los niños. Es posible que nos hayamos habituado a cultivar la ansiedad, la incertidumbre, el miedo en general, la desconfianza en nuestras propias capacidades. Sin embargo, la luz y el amor de nuestro Padre-Madre Dios están aquí para sacarnos de esas formas inútiles de pensar. La Sra. Eddy explica: “La disposición de llegar a ser como un niño y dejar lo viejo por lo nuevo, torna el pensamiento receptivo a la idea avanzada La alegría de abandonar las falsas señales del camino y el regocijo al verlas desaparecer, esta es la disposición que ayuda a acelerar la armonía final” (Ciencia y Salud, págs. 323-324).

Cuando uno de mis hijos tenía unos cuatro años, un día tuvo dolor de oídos. Quería salir a jugar con los otros niños, pero estaba demasiado incómodo como para hacerlo. Mientras se sentaba en el sofá llorando, me acerqué para consolarlo. Hablamos sobre el amor ilimitado de Dios. Le aseguré que este Dios amoroso ciertamente nunca lo dejaría sufrir.

Me miró sorprendido. Su expresión cambió instantáneamente de la tristeza a la alegría y dijo: “¿En serio? Bueno, entonces puedo salir a jugar, ¿no es cierto?”. Y de inmediato se puso los zapatos. Después de eso, ya no hubo más incomodidad o indicio de un dolor de oído.

Este niño había dejado voluntariamente las “falsas señales” —en otras palabras, la noción de que podía ser algo menos que el hijo bien cuidado de Dios, el bien— para aceptar la verdad respecto a su ser espiritual. ¡Ni siquiera lo cuestionó! Y sanó en ese momento.

No tenemos que ser literalmente niños para experimentar esto. Una vez ayudé a cuidar a una anciana por un tiempo. Vivía sola y tenía problemas para moverse. La visitaba una vez a la semana para leer la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana con ella, acompañarla a ir de compras, etc. A menudo estaba deprimida y se había habituado a creer que, si moría, todos sus problemas se resolverían.

Hice todo lo posible para ver a esta dama en su verdadera luz, la luz que representa la Verdad, la Vida y el Amor divinos. Por ser una idea perfecta y espiritual de Dios, ninguno de nosotros puede perder las cualidades de libertad, alegría, naturalidad y confianza en el bien que son propias de un niño. Todos somos capaces de superar los hábitos mentales limitantes que nos impedirían expresar sin reservas estas cualidades.

Y empecé a notar cambios. Por ejemplo, comenzó a poner más cuidado y esfuerzo en vestirse para salir. Hizo planes para el futuro, incluso cómo ayudar a hacer felices a los demás. Se volvió activa y alegre, enfrentando el futuro con jubilosa expectativa.  

La última cualidad sobre la que me gustaría hablar es la inocencia, la inocencia propia de un niño.

Vayamos a la Biblia. Hay una serie de lugares donde se menciona a Dios como el Pastor. El pastor guarda las ovejas, que escuchan y confían en la voz de su pastor. En el Glosario de Ciencia y Salud, un capítulo que incluye definiciones espirituales de términos bíblicos, las ovejas se definen como “inocencia; naturaleza inofensiva; aquellos que siguen a su guía” (pág. 594). Cuando somos receptivos al cuidado y la guía de nuestro Pastor divino, se manifiestan bendiciones.

Uno de mis hijos adultos me llamó una noche y me preguntó si podía orar por él. Dijo que hacía unos días que le era muy difícil tragar, lo que le impedía comer o dormir bien.

Mi búsqueda de inspiración me llevó al Evangelio según Juan, que se refiere al “buen pastor” (véase cap. 10). Allí leí que el buen pastor —el Cristo, la Verdad— llama a sus ovejas por su nombre y las guía hacia afuera, y lo siguen porque conocen su voz. Cada uno de nosotros es una de estas ovejas inocentes. Nuestro sentido espiritual innato nos permite escuchar el mensaje del Cristo que dice: “Eres inocente; eres Mi hijo amado; no tengas miedo”. Afirmé que esto también era cierto para mi hijo.

Al día siguiente, mi hijo vino a almorzar y comió normalmente. También mencionó que finalmente había dormido como un tronco.

Qué mejor conclusión puedo compartir que este pasaje de Escritos Misceláneos: “Amados niños, el mundo os necesita —y más como niños que como hombres y mujeres: necesita de vuestra inocencia, desinterés, afecto sincero y vida sin mácula. También vosotros tenéis necesidad de vigilar, y orar para que preservéis estas virtudes sin mancha, y no las perdáis en el contacto con el mundo. ¡Qué ambición más grandiosa puede haber que la de mantener en vosotros lo que Jesús amó, y saber que vuestro ejemplo, más que vuestras palabras, da forma a la moral de la humanidad!” (pág. 110).

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