Sentir un amor genuino por Cristo Jesús es un buen comienzo para seguirlo. Pero no podemos detenernos allí si queremos experimentar el reino de los cielos y toda su armonía en la tierra. La Ciencia Cristiana venera profundamente a Jesús, el hombre. Pero hay mucho más que ver en su vida. Su significado se encuentra en el Cristo eterno que, como Jesús demostró, era su verdadera identidad y el revelador de nuestra verdadera identidad. Este Cristo es la manifestación del Amor divino que habla a la consciencia individual y se expresa en la experiencia individual. Como muestran los ejemplos que siguen, no podría haber nada más natural que sentir el amor del Cristo y expresar ese amor, nuestra naturaleza semejante al Cristo, en la vida cotidiana. Podemos liberarnos de ver a los demás, o de ser vistos, con temor, desconfianza o desdén.
Uno de los seguidores de Jesús que comprendió esto más claramente fue Pablo. Predicó con sorprendente certeza: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28). Al llevar su mensaje a los gentiles, dijo que el propósito de Dios era revelar al “Cristo en vosotros” (Colosenses 1:27). Pablo sabía, por su profunda experiencia, que no hay nada etéreo acerca de nuestra individualidad espiritual, así como no hay nada confiable en una base material de identidad.
Pablo dejó en claro que era el propósito de Dios, quien “me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles”. Después de esa sorprendente declaración, dijo con una contundencia impresionante: “no consulté en seguida con carne y sangre” (Gálatas 1:15, 16).
Pablo no estaba deshonrando a nadie. Desde la más elevada comprensión del amor, estaba reconociendo la base para reclamar la identidad espiritual de todos, que mora realmente en el Cristo; una identidad que jamás ha sido formada por la herencia material ni obstaculizada por la historia mortal.
Gracias a la extraordinaria vida de Jesús, el Cristo ya no puede ser ocultado ni encubierto por la percepción material de la identidad en la que hemos sido educados a creer. Podemos separarnos de esa percepción al aumentar nuestra comprensión espiritual. Descubrir nuestra individualidad espiritual nos libera de lo que nos representaría falsamente. Nos libera a fin de vivir para bendecir.
Hace varios años, a un joven estudiante de Oriente Medio, de quien me había hecho amiga, se le dio la oportunidad de estudiar en una escuela de Europa. Después de un par de meses allí, me llamó por Skype con mucha tristeza. El día anterior, se había perdido de camino a una cita. Cuando se acercó a la gente y cortésmente le pidió indicaciones (él vestía traje y corbata), se alejaron apresuradamente de él o lo insultaron, diciéndole: “regresa a tu país”.
“Lo único que podían ver era mi piel oscura, cabello negro y ojos negros”, dijo con tristeza. Sintió que todos pensaban lo mismo: Eres un terrorista.
Conociendo la bondad y gentileza de este joven, su historia me resultó más que preocupante. A primera vista, todo decía que sería para siempre víctima de percepciones dolorosas y falsas, así como de descripciones completamente erróneas. Pero, como demostraron los hechos, nada distaba más de la verdad.
Ese día, hablamos mucho sobre Dios, un tema que a este hombre le encanta. Al final de nuestra conversación, me preguntó si yo podía orar. Al día siguiente necesitaba viajar a la capital del país en el que se encontraba y le preocupaba encontrar más hostilidad.
Cuando se practica la Ciencia Cristiana, en algún momento uno aprende que es irrefutable el hecho de que el ser verdadero es espiritual, no importa cuán incomprensible parezca desde un punto de vista puramente material. Puesto que es una Ciencia, su Principio no puede ser comprometido y, no obstante, ser demostrado. La base de la curación en la Ciencia Cristiana radica en ir más allá de una perspectiva material de la vida para descubrir que Dios es toda la Vida que alguna vez hubo o habrá.
La imagen material nunca es el final de la historia. (Esto no está escrito a la ligera, o sin un vívido conocimiento de las terribles injusticias y atrocidades que muchos enfrentan.) El final de la historia es que el Cristo nos redime. Y aunque no siempre vemos ese resultado ahora, el hecho de que ocurra en la vida de incluso una persona, o muchas, como muestran los testimonios de curación de esta publicación, es prueba de que, como la ley de las matemáticas, es cierto para todos.
Insistir en que la identidad de mi amigo era material hubiera sido negar quién es él realmente. Mi sencilla explicación de que Cristo no es un término denominacional, sino la manifestación del Amor que revela nuestra verdadera identidad, lo emocionó. Vivir esta verdad, modestamente paso a paso, significa liberarse de la falsa identificación. Significa ampliar la oportunidad, la esperanza y el respeto. Significa estar completamente en paz con la forma en que Dios nos hizo ser, y saber que los demás también pueden discernir y reconocer espiritualmente nuestra verdadera individualidad.
Al día siguiente, mi amigo me envió un correo electrónico diciendo que tan pronto como se bajó del autobús en la capital, una abuela menudita lo vio con aspecto perdido y le preguntó si podía ayudarlo. Después de darle instrucciones, ella dijo: “¡Te pareces a mi nieto! Háblame de ti. ¿De dónde eres? ¿Por qué estás visitando nuestro país?”. La abuela le contó a mi amigo sobre su nieto y terminó la conversación diciendo: “Ven aquí para que pueda darte un abrazo de despedida”. Todas las personas que conoció ese día lo trataron amablemente, y su experiencia, con raras excepciones, ha continuado así.
Una sagrada armonía debería marcar nuestros encuentros con los demás. Esta no tiene por qué ser una rara excepción. Es más, nuestra historia humana no puede impedirnos sentir esta libertad.
Si bien fui criada en la Ciencia Cristiana, también crecí en una ciudad que, en ese momento, trabajaba activamente para evitar que las personas de color vivieran en ella. Puesto que me habían enseñado a amar la verdad del ser revelada en la Biblia, ni los prejuicios hechos por el hombre ni los patrones sociales de opresión me ocultaron esa verdad eterna. Varias experiencias confirmaron esto; la primera fue cuando, como estudiante universitaria visité una gran ciudad, y me enfrenté a dos hombres que me detuvieron mientras caminaba por un lugar apartado. Lo primero que pensé fue: “Ellos no pueden confundirme a mí, ni yo a ellos”. Detrás de ese pensamiento estaba la convicción de que nuestra verdadera naturaleza espiritual es reconocible aquí y ahora, y no es amenazante ni está amenazada. Me permitieron irme después de decirles que la Biblia nos da el derecho de amarnos unos a otros como hijos de Dios.
El Cristo es la manifestación del Amor divino que habla a la consciencia individual
Nunca se enfatiza demasiado el hecho de que lo que está allí presente para ver y reconocer es nuestra espiritualidad innata tanto en nosotros mismos como en los demás. La ley de Dios establecida en la Biblia nos asegura: “Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó” (Eclesiastés 3:15). Estas palabras adquieren un significado poderoso cuando te das cuenta de que se refieren a la verdadera y presente espiritualidad de la vida, como se revela en el primer capítulo del Génesis. El hombre y la mujer de la creación de Dios no tienen un solo elemento contradictorio o beligerante, y ningún elemento que sea necesario cambiar. Dios preserva nuestra naturaleza espiritual y su legítima manifestación y reconocimiento. Cada experiencia de curación en la Ciencia Cristiana demuestra, en cierto grado, que nuestra verdadera identidad es inmutable.
Hay muchas ideas que aceptamos como inmutables o inalterables. La verdad espiritual no es alterada por el tiempo, los tiranos o las enseñanzas falsas. La bondad y el amor perduran a pesar de todo aquello que intentaría destruirlos. Y, por supuesto, las matemáticas se rigen por leyes fijas. Con igual certeza, podemos desafiar la suposición de que alguna vez fuimos rehechos como mortales para luego sufrir por cómo fuimos hechos. La identidad que Dios nos ha dado es tan segura y permanente como un número contenido en las leyes de las matemáticas.
La base de la curación en la Ciencia Cristiana radica en ir más allá de una perspectiva material de la vida para descubrir que Dios es la única Vida que alguna vez existió o existirá.
Dondequiera que estemos, y sea lo que sea que hayamos pasado, permanece el hecho de que somos, realmente, lo que Dios nos ha hecho ser, y podemos expresarnos como Él nos hizo ser. Este no es sólo nuestro derecho mayor, sino la única base duradera del progreso verdadero para la humanidad.
Una vez, mientras trabajaba en el extranjero, hicieron una cita para que conociera al mulá de una gran mezquita. Era muy famoso y ampliamente reconocido por su valiente posición contra el extremismo. Me sorprendí cuando me enteré de la reunión. Yo sería la única mujer y la única cristiana entre muchos hombres musulmanes, y una estadounidense en una región que era, en ese momento, bastante antagónica hacia los Estados Unidos.
Me dijeron que la reunión sería grabada en video, pero nunca me informaron del verdadero propósito de la reunión, aunque tampoco tuve la sensación de que hubiera alguna mala intención. (Supuse que la razón de la reunión podía ser darme una visión más clara del Islam que esperaban que luego yo compartiera con los demás.) Sin embargo, tenía muy claro que verdaderamente solo podría surgir mucho bien de la reunión si nuestra percepción de la identidad era elevada por encima de las opiniones mortales de unos sobre otros.
Cuando comencé a orar, me vinieron a la mente las palabras de Pablo: “Cristo es el todo, y en todos” (Colosenses 3:11). Sabía que no aceptar esto totalmente sería un perjuicio para todos. Insisto, esto no deshonraba de ninguna manera a nadie, así como tampoco responder a las cualidades que alguien expresa, más que a su apariencia física, sería deshonrarlos. Al honrar lo que era eterna, mutua y espiritualmente verdadero acerca de nosotros, seríamos capaces de vernos unos a otros claramente, sin la carga de la historia humana.
En algún momento durante la reunión, dejé de pensar en nuestro entorno físico. (Y creo que los demás también lo hicieron, según noté al ver el video más tarde.) La santidad nos había elevado por encima de la historia, la raza, el lugar, el género, la edad, la nacionalidad. El significado de lo que se experimentó aquel día en nuestra reunión nunca ha desaparecido para mí. Me dio la serena certeza de que las diferencias, desconfianzas o temores hechos por el hombre no son invulnerables.
Mary Baker Eddy, al descubrir la Ciencia divina del ser como es revelada en la Biblia y fue vivida plenamente por Cristo Jesús, trabajó incansablemente para aclarar tanto la naturaleza falsa del hombre mortal como nuestra verdadera identidad en el Cristo. Ella escribió en su obra principal, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Aprende esto, oh mortal, y busca sinceramente el estado espiritual del hombre, que está fuera de todo yo material” (pág. 476).
A pesar de los considerables desafíos de hoy, la creación de Dios es inalterable, así como las leyes de las matemáticas no cambian cuando alguien, debido a la ignorancia o el error, elabora una respuesta incorrecta. Pero para corregir la respuesta, se debe recurrir nuevamente a las leyes que rigen las matemáticas. Así también, necesitamos volver a la única base de la identidad: “Cristo es el todo, y en todos”. No es demasiado pronto, ni pedir demasiado, asirse de esta verdad salvadora. Después de todo, esta verdad se ha vivido desde los tiempos bíblicos. Y nosotros también podemos vivirla.
Es un gran consuelo saber que siempre tenemos más que nuestros propios esfuerzos para ayudarnos. Tenemos la Verdad misma, Dios. Al aferrarnos con mansedumbre y valor a la base espiritual, encontraremos que las clasificaciones materiales comienzan a dar paso a la belleza, individualidad y valor que Dios nos ha dado. Como afirma la Sra. Eddy con tanta seguridad: “La Verdad, desafiando al error o materia, es la Ciencia, que disipa el sentido falso y conduce al hombre al sentido verdadero de la entidad y de la Divinidad, en el cual lo mortal no engendra lo inmortal, ni lo material lo espiritual, sino donde la verdadera naturaleza del hombre y de la mujer aparece inalterada e inalterable en el esplendor del ser eterno y sus perfecciones” (La unidad del bien, págs. 42-43).
