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Original Web

Curación mediante el Cristo en Navidad

Del número de diciembre de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 21 de diciembre de 2020 como original para la Web.


Era Nochebuena. Mi padre se iba a encontrar con mis hermanas y conmigo en el aeropuerto. Nos había regalado los boletos de avión para que pudiéramos volar a casa desde tres lugares diferentes de los Estados Unidos. Papá me saludó diciendo que después de que llegaran mis hermanas, iríamos al hospital a ver a la abuela, quien de repente había quedado totalmente paralizada y sin poder hablar.

Mientras papá se iba a esperar los vuelos de mis hermanas, busqué un teléfono público. Un amigo que me había dado ejemplares de la Biblia y del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, también me dio el número de teléfono de un practicista de la Ciencia Cristiana a quien podía llamar para pedirle una oración sanadora. Me impresionó mucho la noticia acerca de mi abuela y, como estudiante nueva de la Ciencia Cristiana, quería comunicarme con el practicista para pedirle esa ayuda espiritual. Le pedí que orara por mí para que no llorara al ver a mi abuela y la preocupara aún más. Sabía que su tratamiento mediante la oración me ayudaría a liberarme del temor y la tristeza, y al mismo tiempo, me ayudaría a sentirme abrazada por el amor de Dios. 

Al llegar al hospital, nos recibió una enfermera, que nos dirigió a la sala de espera. Dijo que la abuela estaba acostada boca abajo y que iban a tratar de moverla y darle un trago de agua. 

Mientras esperábamos, me acerqué a un muro cortina y en silencio “hablé” con Dios. Dije algo así: “Mi abuela es Científica Cristiana, y ella siempre te ha amado, Dios mío. Ella Te conoce como el Amor. Querido Dios, por favor, dame aunque sea una vislumbre de su comprensión del Amor”. 

Cuando la enfermera volvió, nos indicó que podíamos ir a la habitación. Mis hermanas y mi papá entraron primero. Mientras estaba en la puerta, experimenté algo acerca del Cristo al que se hace referencia en Apocalipsis 3:8 en la Biblia: “He aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar”. Mis temores fueron reemplazados por la omnipresencia y el poder del amor del Cristo. De pronto, sentí la calidez y la energía de una luz intensa. Esa luz potente y amorosa llenó mi pensamiento de una gloria brillante y pacífica. Me pregunté si otros la veían, pero no dije nada. Entonces mi abuela habló, diciendo: “¡Niños, bendiciones de Dios!”. 

La visión de la luz espiritual desapareció, y vi a papá al pie de la cama, asombrado al oír hablar a la abuela. Aunque mi padre nunca había estado interesado en la Ciencia Cristiana, claramente en ese momento se conmovió. Nos pidió que saliéramos de la habitación y no habláramos de ello. Nos llevó a cenar y luego a casa, donde pasamos una noche maravillosa simplemente estando juntos, disfrutando de la Nochebuena. 

La mañana de Navidad, nos despertó temprano una llamada del hospital. El doctor, amigo de mi padre, llamaba para informar sobre el estado de la abuela. Dijo que al entrar en la habitación del hospital esa mañana temprano, se sorprendió al encontrar la cama vacía. ¡Ella estaba dando vueltas por el cuarto buscando sus pantuflas! Nos quedamos asombrados y encantados. Fue dada de alta del hospital uno o dos días después, y ese fue el fin de la parálisis. 

Llamé al practicista de la Ciencia Cristiana para contarle lo que había sucedido. Le pregunté cómo lo había hecho. Respondió humildemente que no había sido él. Le dije que yo tampoco. Ahora sé que fui testigo de la luz del Cristo, la “puerta abierta” que me había guiado hacia la consciencia y el poder del Amor divino, y restaurado mi alma, mi sentido espiritual (véase Ciencia y Salud, pág. 578). Eso había producido una curación instantánea en la Ciencia Cristiana. 

Poco después, decidí tomar instrucción de clase de la Ciencia Cristiana. Cuando terminó el curso de dos semanas, le envié a la abuela una docena de rosas contándole mis noticias, lo que le agradó mucho. Siento que sus oraciones por mí durante muchos años fueron la causa de todo lo bueno que he recibido en mi vida y la razón por la que me atrajo la Ciencia Cristiana. He tenido muchas curaciones propias, incluyendo una de heridas, miedo y resentimiento después de que me atacaran y robaran en un centro comercial (véase Sentinel, June 5, 1989). Esa curación vino con un incontenible sentido de amor y perdón.

Siempre apreciaré la curación de mi abuela esa Navidad. Para mí, ejemplifica las últimas palabras del libro del Apocalipsis: “El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. …sí, ven, Señor Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén” (22:20, 21).

Nancy Gayle Nichols Evans
Glenwood, Indiana, EE.UU.

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