Hace mucho tiempo que aprecio la profesión de enfermera de la Ciencia Cristiana, pero una conversación que tuve recientemente con una trabajadora social en mi estado me llevó a apreciar más profundamente la misión de curación que lleva a cabo la enfermería de la Ciencia Cristiana, y me permitió aclarar algunos conceptos erróneos comunes que ella tenía sobre esta profesión. También me recordó mi primer encuentro con la enfermería de la Ciencia Cristiana hace muchos años.
Aunque asistí a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana toda mi vida, nunca había conocido a un enfermero de la Ciencia Cristiana y no sabía lo que estos hacían; hasta que cuando tenía diecinueve años, inesperadamente me encontré en circunstancias que requerían su cuidado. Entonces me enteré no solo de la tarea que realizaban, sino de su invaluable función al apoyar la curación en la Ciencia Cristiana. Esto fue lo que sucedió:
Un hermoso día de verano, dos amigos y yo salimos a pasear por un lago en una lancha grande de esquí. Habíamos planeado reunirnos con más jóvenes al otro lado del lago para esquiar en el agua y hacer un picnic. Después de salir, me instalé en la proa de la lancha.
Al ganar velocidad, la brisa aumentó rápidamente, y las olas se hicieron cada vez más altas. De repente, tuve que soltar la barandilla que tenía sujeta, fui lanzada por el aire y caí de espaldas sobre el suelo de la cabina. Mis amigos apagaron rápidamente el motor y corrieron abajo para ayudarme. No podía moverme, y tenía una sensación sorda de dolor en la espalda; no obstante, sentía una calma que sólo podía haber venido de un poderoso sentido de la presencia de Dios.
En aquella época, no había teléfonos celulares para pedir ayuda en una emergencia, así que el conductor puso en marcha la lancha nuevamente, y de inmediato nos dirigimos al parque, donde los amigos que nos esperaban vinieron a bordo para consolarme. Con mucho cuidado me llevaron a casa donde vivía con mi madre, también Científica Cristiana, ya que sabían que yo quería confiar en la Ciencia Cristiana para la curación.
Llamé a mi maestra de la Escuela Dominical y le pedí que orara por mí, lo cual parecía natural, ya que había estado hablando con ella sobre cómo orar acerca de mis próximos pasos después de graduarme del bachillerato. Aunque no recuerdo exactamente lo que dijo cuando la llamé ese día, estoy segura de que me recordó que nunca podía caer del cuidado amoroso de Dios, ya que es imposible estar separados de Él. De hecho, Dios no conoce ni causa accidentes; Dios gobierna mediante Su ley de armonía ininterrumpida, así que esa es la única “historia” que realmente podemos tener. Y lo que se necesitaba ahora era demostrar esto con la curación.
Más tarde esa noche, la lesión se volvió más dolorosa y todavía no podía sentarme, así que mi madre y yo decidimos ir al hospital, ya que necesitaba atención física. No se me ocurrió ir a un sanatorio de enfermería de la Ciencia Cristiana porque ni yo ni mi madre sabíamos lo que la misma podía ofrecer en una situación como esta. Yo pensaba que era sólo para personas mayores.
En el hospital, las radiografías mostraron que un hueso de la espalda estaba fracturado. Me di cuenta de que los médicos y las enfermeras estaban muy preocupados, pero me alivié al sentir todavía el efecto tranquilizador de la presencia del Amor divino. Le dije al médico que me examinó que era Científica Cristiana, y rechacé toda la medicación. Él respetó mi petición, aunque dijo que sólo me podían alimentar por vía intravenosa. Acepté quedarme en el hospital durante la noche y considerar mis próximos pasos al día siguiente.
Durante los siguientes dos días, mi madre y yo nos reunimos con los médicos. Un cirujano ortopédico sugirió una operación para ajustar el hueso fracturado y advirtió que sería una cirugía de alto riesgo.
Pero después de hablar con un practicista de la Ciencia Cristiana, mi madre sugirió que podía ir a un sanatorio de enfermería de la Ciencia Cristiana, ya que se había enterado de que allí las enfermeras podían brindar atención práctica a cualquier persona de cualquier edad, en cualquier momento y por cualquier razón. Recuerdo que me sentí aliviada con la idea de ser atendida en un ambiente que apoya el cuidado de la Ciencia Cristiana. No sabía qué esperar, pero sentía que quería estar con personas que confiaban en que sanaría por completo a través de medios espirituales.
Aunque el cirujano estaba preocupado porque me iba del hospital, consintió en que me transfirieran al sanatorio de enfermería de la Ciencia Cristiana más cercano, a unos 45 minutos de distancia. Cuando mi madre llamó al centro respecto a la admisión, le dijeron que necesitaba que un practicista de la Ciencia Cristiana, anunciado en el Journal, me tratara mientras recibía atención allí. Así que, le agradecí a mi maestra de la Escuela Dominical por su ayuda y me comuniqué con un practicista con el que había trabajado antes para pedirle tratamiento.
Cuando llegué al sanatorio, había un pequeño grupo de enfermeras de la Ciencia Cristiana y miembros del personal esperando en el vestíbulo. Sentí el amor de ellos; simplemente me envolvió. Ahora sé que fue el efecto de que me vieran, no como a un mortal enfermo, sino como a la hija perfecta y espiritual de Dios, como Cristo Jesús veía todo aquello con lo que entraba en contacto. Las enfermeras de la Ciencia Cristiana me llevaron a mi habitación tranquila y privada, y cuidadosamente me levantaron y me acostaron. Allí, la paz de Dios que había sentido todo el tiempo fue magnificada.
Como mencioné anteriormente, en el hospital me alimentaron por vía intravenosa. También compartía la habitación con otra paciente, y esa paciente tenía el televisor encendido la mayor parte del tiempo. Tenía mucha hambre, y un restaurante de comida rápida estaba constantemente anunciando un nuevo batido de banana que se veía muy bueno.
En las instalaciones de la Ciencia Cristiana, el servicio de cena había terminado, pero las enfermeras de la Ciencia Cristiana se ofrecieron a prepararme algo especial. Recordando ese comercial de televisión, dije que lo único que realmente quería era un batido de banana. El que me hicieron todavía podría seguir siendo lo mejor que haya probado jamás. Su respuesta natural y práctica fue alimentarme, sin miedo. Para mí, esto era una evidencia tangible de que todo iba a estar bien.
Aunque no recuerdo ningún detalle específico de las conversaciones con el practicista de la Ciencia Cristiana, sí sé que trabajaba estrechamente con las enfermeras que me estaban cuidando y que verificaba con ellas mi progreso. El practicista me trataba todos los días, y recuerdo que cada vez que hablaba con él, me saludaba con mucha alegría, y siempre me aseguraba que yo era espiritual, la imagen y semejanza de Dios, y que mi relación con Él estaba intacta, nunca rota de ninguna manera. Yo también oraba para comprender esto con más claridad.
Lo que recuerdo muy claramente es la inspiradora presencia de las enfermeras de la Ciencia Cristiana. Durante las siguientes semanas, me levantaron el ánimo y me hicieron reír; pero lo más importante, fortalecieron mi fe en Dios. Por las noches, una enfermera de la Ciencia Cristiana venía a orar conmigo antes de irme a dormir, y recuerdo que yo dormía profundamente.
A través de su cuidado amoroso y práctico y el apoyo persistente de oración del practicista, obtuve una mejor comprensión de que es el Espíritu, Dios, no la materia, lo que regula el cuerpo. Mary Baker Eddy dice en el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “La Ciencia Cristiana trae al cuerpo la luz solar de la Verdad, que vigoriza y purifica. La Ciencia Cristiana obra como un alterante, neutralizando el error con la Verdad. Cambia las secreciones, expulsa los humores, disuelve los tumores, relaja los músculos rígidos y restaura la salud a los huesos cariados. El efecto de esta Ciencia es estimular la mente humana hacia un cambio de base, sobre la cual pueda ceder a la armonía de la Mente divina” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 162).
Al poco tiempo, ya estaba caminando junto con las enfermeras de la Ciencia Cristiana hasta la puerta de mi habitación, y luego, en varias ocasiones, por el pasillo. En tan solo un par de semanas, pude salir caminando lentamente, sin ayuda, del sanatorio de enfermería con un corazón lleno de gratitud.
Aunque seguí estando ausente del trabajo, y retrasé mi comienzo de la universidad, con el apoyo de oración del practicista continué aumentando mi comprensión de Dios y de que mi verdadera sustancia es espiritual, nunca tocada por ningún accidente o dolor. El médico me había dado un prolongado pronóstico de los problemas que podía esperar en varios momentos de mi vida, comenzando en los siguientes meses y en las próximas décadas. Pero como resultado del tratamiento del practicista, pude regresar al trabajo y a la escuela, y dejar de lado el aparato ortopédico para la espalda que usé durante unos meses como sostén durante el día.
Sin embargo, de vez en cuando se me entumecía la espalda cuando estaba sentada por largos períodos en la escuela o el trabajo, por lo que tenía cuidado de no levantar objetos pesados, dormía en colchones firmes y me sentaba solo en ciertas sillas en la escuela.
Un par de años más tarde, tuve la oportunidad de tomar instrucción de clase Primaria en la Ciencia Cristiana. El primer día, el entumecimiento se volvió bastante molesto. Le pedí tratamiento a mi maestro de la Ciencia Cristiana, y él me aseguró amorosamente que oraría y que yo estaría libre para concentrarme en la clase. Recuerdo que esto fue así, y no tuve consciencia de ninguna dificultad durante las dos semanas de clase. Durante este tiempo, me di cuenta de que el entumecimiento era simplemente el efecto de haber abrigado la falsa creencia de que en algún momento había estado separada de Dios, y sabía que en mis oraciones podía desafiar esta creencia de separación. Como explica Ciencia y Salud: “En la Ciencia, ninguna fractura ni dislocación pueden realmente ocurrir” (pág. 402).
Debido a mi progreso constante, pude graduarme de la universidad, y comencé una carrera en el mundo de los negocios que repuntó con gran éxito. Por medio de todo esto, mi comprensión espiritual aumentó y continuamente sentí la guía y el amor de Dios en todo lo que hacía. Un día, me di cuenta de que el entumecimiento esporádico había desaparecido para siempre. La creencia de que una lesión en la espalda había tenido algún efecto en mí desapareció. Estaba totalmente libre, física y mentalmente.
Esta curación ocurrió hace décadas, y sigo llevando una vida sana y activa: juego al tenis, hago jardinería, monto en bicicleta, ayudo a mis amigos a mudarse. Considero que soy ilimitada. Cuando escucho a la gente decir que están “mal de la espalda”, no me relaciono, ni tampoco a ellos, con ese problema. La curación fue completa cuando comprendí que esa experiencia no tenía ninguna relación conmigo.
Estoy profundamente agradecida a las enfermeras y practicistas de la Ciencia Cristiana que contribuyeron tanto a que aumentara mi confianza en Dios, y por el progreso tan rápido que tuve poco después de que ocurrió el incidente. El trabajo que realizan demuestra al mundo que la curación cristiana está viva y sana.
Kelly Michaels
Poulsbo, Washington, EE.UU.