Era una mañana realmente hermosa. Mi esposo y yo habíamos salido a caminar a la orilla del mar. No había viento, y solo se escuchaba el rumor de las olas, serenas y constantes.
Pero mientras avanzábamos, el ir y venir del océano me hizo sentir mareada, y perdía el equilibrio al andar. Mi esposo entonces me dijo que no me fijara en el agua, sino que levantara la mirada y mi paso se haría más seguro.
Y así fue. Al levantarla, el mareo desapareció y pude caminar con firmeza y estabilidad.