Deseo agregar mi propia manifestación de gratitud a las numerosas que ya han sido publicadas por La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana.
Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribió que la intemperancia “se esconde bajo el falso pretexto de una necesidad humana, de un placer inocente y de una prescripción médica” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 210). Así es precisamente como yo racionalizaba mi consumo de alcohol.
Aunque nunca abandoné por completo el estudio de la Ciencia Cristiana, en la escuela de postgrado perdí el rumbo con respecto al alcohol y comencé a beber socialmente, por placer. Posteriormente, el alcohol se convirtió en una “prescripción médica” para todo tipo de problemas. Un vaso, o dos, o más, era el remedio para el estrés al final de un día ajetreado, para un dolor de cabeza, para un estómago revuelto. Con el tiempo, me volví dependiente de “dosis” cada vez más grandes y no pude apartarme. Todo intento de dejar de consumir alcohol solo aumentaba el deseo intenso que, según yo sentía, no podía resistir.
Busqué un programa de tratamiento de adicción al alcohol de buena reputación, pero mi entrevista con ellos me hizo sentir sucia y humillada. Además, el representante del programa me advirtió que debido a la cantidad de alcohol que consumía a diario, debía esperar un período prolongado y brutal de abstinencia.
Entonces recurrí a un practicista de la Ciencia Cristiana, quien, con mucho afecto, sin críticas ni condenas, accedió a tratarme a través de la oración. Durante nuestra conversación inicial, mencioné que, si bien estaba familiarizada con muchos pasajes de la Biblia, nunca la había leído de principio a fin y estaba ansiosa por hacerlo. El practicista me instó a comenzar este estudio, lo cual hice: el libro sagrado en una mano y un vaso o botella de algún brebaje alcohólico en la otra.
Pronto me encontré con el relato de Elías y la viuda de Sarepta (véase 1 Reyes 17:10–16). Hay una devastadora hambruna en la tierra. Elías le pide a la viuda comida y agua. La viuda responde que solo tiene suficiente aceite y harina para preparar una última comida para ella y su hijo. Después de que Elías le asegura que Dios no permitirá que su provisión se agote, ella cumple con su pedido, y le trae agua y “una pequeña torta”. A partir de entonces, queda suficiente provisión para alimentarla a ella, a su hijo y a Elías mientras dura la hambruna.
Me encontré pidiéndole mentalmente a Dios que aceptara mi consumo de alcohol como mi “pequeña torta”. La noción pareció absurda, hasta que lo pensé detenidamente. Al principio, la viuda parece no estar dispuesta a compartir lo poco que ella y su hijo tienen, a pesar de que claramente será de poco valor para sostener sus vidas. Análogamente, yo había tenido miedo de renunciar a los presuntos y falsos beneficios de beber. Ahora estaba lista, dispuesta y realmente ansiosa por abandonar el consumo de alcohol como si estuviera ofreciendo un sacrificio a Dios.
No tenía la sensación de perder nada bueno o que valiera la pena, sino más bien la sensación de ganar. Me di cuenta de que el deleite, la distensión, la fortaleza y la confianza que había estado buscando erróneamente en el alcohol son en realidad atributos del Alma, o Dios, y no pueden ser conferidos por ninguna ayuda material. Algo material tampoco puede causar sufrimiento como consecuencia de haberlo abandonado por ser un falso benefactor.
Así como la viuda de Sarepta descubrió que podía confiar en Dios para sostener su hogar, a pesar de la evidencia de escasez, comencé a confiar en que Dios era la fuente de mi felicidad, autoestima y salud a pesar del argumento de que estos eran inherentes al alcohol.
La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El Alma tiene recursos infinitos con que bendecir a la humanidad, y la felicidad se lograría más fácilmente y estaría más segura en nuestro poder, si se buscara en el Alma. Sólo los goces más elevados pueden satisfacer los anhelos del hombre inmortal. No podemos circunscribir la felicidad a los límites del sentido personal. Los sentidos no confieren goces verdaderos” (págs. 60-61)
Este pasaje respondió a una necesidad específica para mí. Hasta entonces, había tratado repetidamente de abandonar el alcohol a través de la pura fuerza de la voluntad humana: el enfoque del “abandono repentino”. Invariablemente, estos esfuerzos solo aumentaban mi deseo por el alcohol. La declaración de la Sra. Eddy me permitió percibir que el hecho de liberarse del anhelo por cualquier sustancia o cosa material se basa única y permanentemente en el Alma. La materia no tiene identidad ni poder para causar la felicidad o para agobiarnos con apetitos irresistibles.
Esa misma noche mis reservas de alcohol se agotaron, y nunca más compré otra bebida alcohólica. Ese fue el final de mi consumo de alcohol. No tuve ni un solo síntoma de abstinencia, ni ha habido deseos residuales. Esta curación ocurrió hace casi una década, y ha sido permanente.
Mary Mudd
Somerset, New Jersey, EE.UU.
 
    
