Cuando era adolescente, de vez en cuando ayudaba a mi hermana haciendo su trabajo de entrega de periódicos. Una mañana, me encontré con una mujer mayor que me gritó insultos antiasiáticos, diciéndome que regresara a mi país. Era la primera vez que me encontraba con el racismo hostil, y me perturbaron bastante esas palabras.
Crecí trasladándome cada tantos años de un país a otro, y no sentía que Japón (si se define por raza) ni ningún otro país (si se define por nacionalidad) fuera “mi país”. Esta no fue una época feliz en mi vida. Nos habíamos mudado bastante precipitadamente a este último país, y no me gustaba mi escuela y extrañaba donde habíamos vivido antes. El incidente de esa mañana me hizo sentir aún más fuera de lugar.
Esa noche, todavía estaba agitada por lo que había sucedido, furiosa por no haber tenido la presencia de ánimo como para pensar en una respuesta igualmente desagradable. Me irritaba que estuviéramos viviendo en este país debido al trabajo de mi padre, y, en el fondo, estaba triste porque, de todas formas ¡no sentía que tuviera un país al que volver!
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