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ARTÍCULO

La oración que sana es universal

Del número de septiembre de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 27 mai 2021 como original para la Web.


Casi todas las tradiciones religiosas del mundo incluyen oraciones, de una forma u otra. A menudo son peticiones, súplicas o encantamientos dirigidos a lo que se considera un ser o poder superior que es esencialmente invisible y se supone que tiene influencia, si no autoridad, sobre los humanos. En la tradición en la que me crie, un dios creador de forma desconocida y espíritus ancestrales recibía peticiones para intervenir en casos de enfermedad o calamidad.

Los lectores de las Sagradas Escrituras saben muy bien cómo oraron en su tiempo las diversas personas que presenta la Biblia. Se mencionan dioses paganos, incluso los de los egipcios, los amorreos y los filisteos. Y los israelitas dirigían sus oraciones a un Dios que creían que les pertenecía solo a ellos.

De hecho, la práctica de la oración debe haber sido común en los tiempos bíblicos, porque en el Evangelio de Lucas, uno de los discípulos de Cristo Jesús le pidió que les enseñara a orar. En respuesta, les dio lo que hoy se conoce como el Padre Nuestro. En el Evangelio de Mateo, antes de dar esta oración, Jesús dijo: “No uséis repeticiones sin sentido, ... porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes que vosotros le pidáis” (Mateo 6:7, 8, LBLA). Y mucho antes de la época de Cristo Jesús, el rey David cantó: “Comprendes mis pensamientos. ... Aun antes de que haya palabra en mi boca, he aquí, oh Señor, tú ya la sabes toda” (Salmos 139:2, 4, LBLA).

Mary Baker Eddy, mediante la gracia divina, descubrió las leyes científicas divinas fundamentales de las enseñanzas de Cristo Jesús y las explicó en su obra principal sobre la Ciencia Cristiana: Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. El primer capítulo del libro, que está dedicado al tema de la oración, incluye esto: “Los pensamientos inexpresados ​​no son desconocidos para la Mente divina. El deseo es oración; ...” (pág. 1).

Conforme a esto, ¿es posible dejar de orar? ¿Podemos dejar de pensar? ¿Podemos dejar de desear? ¿No es el pensamiento primordial para la vida humana? El filósofo francés René Descartes declaró: Pienso, luego existo”.

La calidad de nuestros pensamientos determina la calidad de nuestra vida. Por eso es importante que los vigilemos.

Pero como sabemos, los pensamientos, como los deseos, pueden ir en todas direcciones: alegría, tristeza, valor, desaliento, optimismo, pesimismo, celos, amor, egoísmo, generosidad y así sucesivamente. La verdad es que la calidad de nuestros pensamientos determina la calidad de nuestra vida. Por eso es importante que vigilemos nuestros pensamientos.

La Ciencia Cristiana lleva esta idea al siguiente nivel. En otro de sus libros, Escritos Misceláneos 1883-1896, la Sra. Eddy escribe: “Nada que no sea la espiritualización —sí, la cristianización más elevada— de pensamiento y deseo, puede dar la verdadera percepción de Dios y de la Ciencia divina, cuyo resultado es salud, felicidad y santidad” (pág. 15).

Esto apunta a una oración que va mucho más allá de suplicarle a un Dios desconocido, o del optimismo o la fe ciega. Tal oración implica una comprensión espiritual de Dios y de la relación del hombre con Él, quien es nuestro Padre divino por siempre solícito, como Cristo Jesús enseñó y demostró a través de sus obras sanadoras.

Es esta comprensión misma, incluso en pequeña medida, la que reconforta, fortalece y sana. Y nos faculta a superar el desaliento que puede surgir si la curación o las soluciones por las que estamos orando parecen tardar en llegar.

Al principio de su viaje desde Egipto, donde habían sido esclavizados, los hijos de Israel cantan y glorifican a Dios. Pero tan pronto como hay escasez de agua, se enojan con Moisés, el líder que Dios les había designado. Luego, cuando por la gracia de Dios, obtienen agua para beber, son felices. Pero, poco después, cuando se acaba la comida, nuevamente se enojan hasta que Dios les da maná y codornices para comer. Cuando Moisés se va por un tiempo, es como si olvidaran los beneficios que han recibido: hacen un ídolo y lo adoran.

¡Es una gran historia! Podríamos hablar de ingratitud, pero me parece que el quid de este asunto es la falta de comprensión de Dios —de su naturaleza como infinitamente amoroso— y de la verdadera naturaleza del hombre como hijo espiritual de Dios, la expresión del Amor divino mismo. Sin importar cuántas veces los hijos de Israel se apartaban de Dios, Su amor y cuidado los seguían abrazando para que ellos los aceptaran.

¿Quieres tratar de orar? Dondequiera que estés, ¡puedes hacerlo!

Ciencia y Salud menciona lo siguiente: “¡Cuán vacías son nuestras concepciones de la Deidad! Teóricamente admitimos que Dios es bueno, omnipotente, omnipresente, infinito, y luego tratamos de dar información a esta Mente infinita. Suplicamos un perdón inmerecido y una efusión generosa de beneficios. ¿Estamos realmente agradecidos por el bien ya recibido?” (pág. 3).

La buena noticia es que no existe un período específico y limitado para expresar gratitud, para tener deseos puros, para buscar una mejor comprensión de Dios, para orar. El apóstol Pablo, un seguidor de Jesús, nos manda: “nunca dejen de orar” (1 Tesalonicenses 5:17, NTV). Y la persistencia en la oración, basada en el hecho espiritual de que Dios, el bien, es Todo —y, por lo tanto, todo lo que sea desemejante al bien no tiene legitimidad ni poder verdaderos— vale la pena. Innumerables personas han experimentado esto de primera mano; muchos de estos relatos se han publicado en esta misma revista. 

Me encanta la letra de un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana. Trae al pensamiento, entre otras cosas, el hecho de que orar es algo que todos podemos hacer, en cualquier momento:

Del alma anhelo es la oración,
silente o bien oral;
y en todo pecho es expresión
de un fuego celestial.

Es tan sencilla la oración
que el niño la dirá;
mas su sublime invocación
a lo alto llegará.

De los cristianos, la oración
aliento es vital;
y de la muerte es salvación,
del cielo abre el portal.

(James Montgomery, N° 284, trad. © CSBD)

¿Quieres tratar de orar? Dondequiera que estés, quienquiera que seas, ¡puedes hacerlo!

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