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Original Web

Hay una ley superior

Del número de septiembre de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 24 juin 2021 como original para la Web.


Al tomar asiento en la oficina de mi abogado, él indicó que el resultado final de mi caso dependía únicamente del juez que me asignaran. La inclinación personal del juez socavaría o ayudaría mi caso. Pero mientras él hablaba, una intuición espiritual anuló firmemente su opinión con convicción y autoridad. Escuché a través del sentido espiritual, casi tan claramente como si alguien presente hubiera hablado: “¡Hay una ley superior!”.

Muchos de nosotros hemos tenido dificultades que desafían nuestra fe en la justicia. A través de mi modesta experiencia, descubrí que la justicia es el resultado de reconocer y aplicar a nuestra situación la ley espiritual superior, la ley omnipresente de la armonía de Dios. Entonces hallamos que ninguna persona o circunstancia puede obstaculizar la justicia, porque comprendemos que todo el poder descansa del lado de Dios, el bien. De hecho, la justicia y la misericordia son atributos de Dios.

Cuatro ideas rectoras esenciales se revelaron en mi pensamiento durante los siguientes meses, derivadas de ese mensaje alentador inicial de que la ley de Dios es la ley superior y, en verdad, la única ley. Primero, reconocí que esta intuición era la “voz callada y suave” de Dios, la Verdad divina, asegurándome que Él me amaba y que la justicia prevalecería, independientemente del juez que supervisara mi caso. ¿Por qué? Porque, como enseña la Ciencia Cristiana, Dios, el bien infinito, es la única autoridad a cargo, y Sus leyes gobiernan y bendicen a todos con imparcialidad, justicia y sabiduría. La Biblia proporciona muchos ejemplos de esto, tal como la sabiduría de Salomón, que ilustran vivamente la justicia divina en acción. La ley de justicia de Dios que lo gobierna todo y anula todo intento del error de sabotear el bien, impone y apoya la honestidad, la justicia y la equidad. Como leemos en Salmos, “Justicia y juicio son el cimiento de tu trono; Misericordia y verdad van delante de tu rostro” (89:14).

Nuestras circunstancias no están fuera del alcance del gobierno de Dios.

Todo el mundo tiene la capacidad de escuchar y obedecer la voz de Dios. Pero en la escena humana, no todos lo hacen. Así que la siguiente idea rectora que llegué a comprender fue la necesidad de orar específicamente para contradecir y contrarrestar toda pretensión de oponerse a un resultado justo e imparcial para todos los involucrados, incluso cuando ese mensaje espiritual que había escuchado había contradicho la declaración de mi abogado. Yo estaba muy consciente de que, cuando no se ponen al descubierto ni se corrigen la tergiversación, el engaño y la astucia, socavan el sistema de justicia. Como declaró mi abogado, la inclinación personal de un juez puede inclinar la balanza de la justicia. Pero mediante la oración se puede rebatir cualquier controversia o situación injusta y reconocer que está bajo el control de la ley espiritual superior de la Verdad, que está siempre en operación. Esta ley anula las llamadas leyes u opiniones mortales. La ley divina es la luz de la Verdad que brilla con resplandor y anula el engaño, la deshonestidad y la astucia. Debido a que Dios sólo conoce el bien, Sus leyes por siempre activas desenmascaran y destruyen el error.  

La tercera idea rectora fue saber con convicción que podía confiar en que la ley de Dios gobierna correctamente los pensamientos y móviles de todos los involucrados. Necesitaba ver a cada individuo como el hijo obediente de Dios. La obediencia a la ley del bien de Dios imparte poder espiritual, purificando el pensamiento y limpiando los móviles. La obediencia espiritualiza la consciencia, liberándonos para ser buenos y hacer el bien.

Esto me llevó a la sorprendente comprensión de que sólo hay un lado en el que debemos estar: el de Dios. Y vi que todos podíamos confiar en la ley de Dios que ordena justicia para todos. La ley divina de hacer inteligente y desinteresadamente lo correcto en el momento adecuado gobierna al hombre. Aceptar esta verdad y vivirla progresivamente lo mejor que podamos nos ayuda a hacer la demostración más allá de la comúnmente arraigada visión mortal de “nosotros contra ellos”. La terquedad y la rigidez se derriten, y prevalece el deseo sincero de hacer lo correcto.

Francamente, este cambio de perspectiva al principio fue una lucha, pero sentí que estaba bien perdonar y abrazar con amor en mis oraciones a todos en ambos lados del pleito. Después de todo, Dios no conoce ningún conflicto: Él ve a Sus hijos morando en el amor fraternal. A medida que confiamos en el gobierno amoroso y sabio de Dios, la voluntad humana cede a “Hágase Tu voluntad”, y el espíritu de la buena voluntad prevalece sobre cualquier mala voluntad.

El aceite de la gratitud y el amor pueden cambiar el pensamiento en nuevas direcciones.

Por último, mi esperanza en que hubiera un resultado justo que bendijera a todos se vio fortalecida por esta declaración de Mary Baker Eddy: “Esta Ciencia es una ley de la Mente divina, un ánimo persuasivo, un ímpetu infalible, una ayuda siempre presente. Su presencia se siente porque actúa, y actúa con sabiduría, revelando permanentemente el camino de la esperanza, la fe y el entendimiento” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico y Miscelánea, pág. 3).

Ninguna injusticia es posible cuando comprendemos que el bien, por ser espiritual, siempre está presente y que cada uno tiene siempre lo que es necesario. El aceite de la gratitud y el amor aplicado a los temas que parecen ser controvertidos pueden cambiar el pensamiento en nuevas direcciones, llevando así a soluciones inspiradas. Entonces con mansedumbre descubrimos juntos la solución justa de Dios. 

Nuestras circunstancias no están fuera del alcance del gobierno de la totalidad y la supremacía de Dios. Su ley de justicia revela la armonía justo donde estamos. El poder y la supremacía de la ley divina sobre las meras leyes materiales y las opiniones humanas es una verdad demostrable: “La ley divina alcanza y destruye el mal en virtud de la totalidad de Dios… La ley de Dios se resume en tres palabras: ‘Yo soy Todo’; y esta ley perfecta siempre está presente para rechazar cualquier pretensión de otra ley” (Mary Baker Eddy, No y Sí, pág. 30).

Para cuando llegó el día de la audiencia, ¡yo desbordaba de alegría y amor por todos los involucrados! Se acordó una resolución justa para la que me había sentido inspirada a prepararme, para satisfacción de todos. Cuando enfrentamos una disputa o injusticia, podemos confiar en que la ley superior de Dios gobierne de manera justa y garantice justicia para todos.

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