Hace más de 15 años, un vecino que más tarde se convirtió en un muy buen amigo, me dio a conocer la Ciencia Cristiana. Ese día me sentía como si estuviera en una neblina mental y fui al otro lado del callejón para charlar con este vecino, solo para cambiar la forma en que estaba pensando.
Nuestra charla de inmediato se tornó a la Biblia. Este vecino me habló de Dios como nadie lo había hecho antes. Me dijo que Dios es Amor y por lo tanto no causa daño a Sus hijos. Me explicó, por medio del primer capítulo del Génesis, que, puesto que Dios es Espíritu, el hombre —el hijo o imagen de Dios— es enteramente espiritual. Terminó prestándome el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy.
Lo que leí allí me impresionó, por así decirlo. Reconocí que las ideas de ese libro eran la verdad. Había visitado varias otras iglesias, pero la Ciencia Cristiana arrojó una nueva luz sobre las Escrituras que me pareció muy inspiradora.
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