Para los primeros cristianos, Saulo, un individuo muy temible, se había convertido en el enemigo número uno. Su reputación de hacer daño a cualquiera que siguiera las enseñanzas de Cristo Jesús le precedía. Este tipo de persecución contribuyó a que los seguidores de Jesús se dispersaran “por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles” (Hechos 8:1). Como gran número de cristianos estaban estableciendo sus hogares en la ciudad de Damasco, Saulo viajó en esa dirección, decidido a capturarlos.
De camino a Damasco, tuvo una experiencia que cambió su vida. Saulo escuchó la voz del Cristo y de repente se encontró completamente ciego. En su ceguera, quedó bien claro que había dedicado su vida a algo muy, pero muy equivocado: la persecución, a veces con consecuencias mortales, de aquellos que seguían el ejemplo de Jesús.
La ceguera quebró a Saulo por completo, y él oró preguntando: “¿Qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). Se le dijo que siguiera hacia Damasco.
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