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Original Web

Hacia adelante, llenos de gracia

Del número de septiembre de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 3 juin 2021 como original para la Web.


Para los primeros cristianos, Saulo, un individuo muy temible, se había convertido en el enemigo número uno. Su reputación de hacer daño a cualquiera que siguiera las enseñanzas de Cristo Jesús le precedía. Este tipo de persecución contribuyó a que los seguidores de Jesús se dispersaran “por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles” (Hechos 8:1). Como gran número de cristianos estaban estableciendo sus hogares en la ciudad de Damasco, Saulo viajó en esa dirección, decidido a capturarlos. 

De camino a Damasco, tuvo una experiencia que cambió su vida. Saulo escuchó la voz del Cristo y de repente se encontró completamente ciego. En su ceguera, quedó bien claro que había dedicado su vida a algo muy, pero muy equivocado: la persecución, a veces con consecuencias mortales, de aquellos que seguían el ejemplo de Jesús. 

La ceguera quebró a Saulo por completo, y él oró preguntando: “¿Qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). Se le dijo que siguiera hacia Damasco.

Al mismo tiempo, hubo otra indicación divina crucial, una guía que no solo era sorprendente, sino posiblemente horrorosa. El individuo que la recibió era de Damasco y se llamaba Ananías. Ananías, un cristiano, sabía todo lo que Saulo había hecho. También había aprendido cuán valioso era seguir la guía de Dios al pie de la letra, pero ahora enfrentaba una prueba sin precedentes. 

¡Dios le dijo a Ananías que no se escondiera de Saulo, sino que se reuniera con él y lo sanara de su ceguera! Contra toda lógica y razón, parecería insensato seguir esa indicación; no obstante, Ananías consintió, y de buena gana, nada menos. El resultado de obedecer el llamado de Dios de ese modo pronto se hizo obvio. Las oraciones de Ananías sanaron la ceguera de Saulo, y Saulo, a quien el mundo conocería más tarde como Pablo, se convirtió en uno de los más grandes amigos de la Iglesia cristiana, y sus consejos y oraciones llenan gran parte del Nuevo Testamento de la Biblia.  

Debido a las circunstancias adversas de la época, los cristianos a veces se habían mantenido alejados de la sociedad, practicando calladamente el cristianismo. No pasó mucho tiempo antes de que cada vez más iglesias cristianas se abrieran en gran parte del mundo mediterráneo. La guía de Dios había quedado clara, pero Ananías tuvo que estar dispuesto a seguirla. Honrando este tipo de valor, el Himno 278 del Himnario de la Ciencia Cristiana incluye estas líneas: “Dame Tu gracia para seguir adelante doquiera me guíes, / y en obediencia Tu voz seguiré” (P.M., adaptación, CSBD, según versión en inglés).

De alguna manera, nuestros tiempos tienen paralelismos con los de los primeros cristianos. Los miembros de las iglesias de hoy en día a menudo encuentran que sus actividades y alcance no son recibidos con los brazos abiertos. Sin embargo, como Ananías, todo el mundo posee la “gracia para seguir adelante, doquiera [lo guíen]”, sin importar las circunstancias.

¿Necesitamos saber específicamente cuál será la guía de Dios? No. Lo único que importa es nuestra disposición para seguirla, con alegría y gracia. Esa agraciada disposición es un indicador de nuestro crecimiento espiritual. La obediencia a Dios siempre purifica y nos da nuevas perspectivas de Su bondad. 

Como ocurrió con Ananías y Pablo, nuestros próximos pasos solo se originan en Dios. Nuestra función consiste simplemente en reconocer y actuar conforme a la guía de Dios; nosotros no originamos personalmente ni un solo paso adelante. 

Para dar un ejemplo: Un grupo de Científicos Cristianos en una pequeña ciudad comenzó a orar por la guía de Dios respecto a la posibilidad de auspiciar una charla para los reclusos en una prisión cercana. Me preguntaron si daría la charla en mi calidad de conferenciante de la Ciencia Cristiana.

Cuando el grupo se comunicó con las autoridades penitenciarias, enseguida se hizo evidente que no éramos bienvenidos. El capellán de la prisión sentía que yo podía menoscabar los puntos teológicos que él había estado compartiendo con los prisioneros. Los Científicos Cristianos continuaron orando en busca de dirección y, para su sorpresa, se sintieron guiados aún más fuertemente a seguir adelante con la charla. Tuvieron más conversaciones con el capellán de la prisión y, con ciertas reservas, nos permitió ir. 

Es difícil concurrir a lugares donde no eres bienvenido, y esta no fue la excepción. Sabía, sin embargo, que podía seguir el llamado de Dios y continuar adelante con naturalidad. Le pedí al capellán que no solo me presentara al público, sino que también hablara con ellos durante unos diez minutos, mencionando las ideas en las que todos habían estado pensando al orar recientemente. Estuvo de acuerdo. 

Las palabras del capellán se convirtieron en el trampolín para una experiencia increíble. Recuerdo el pasaje bíblico en el que Dios dice: “Yo creé el fruto de los labios” (Isaías 57:19, KJV). Cuando llegó el momento de hablarle al grupo, eso fue justamente lo que hizo Dios. Con las ideas que Dios nos dio a todos, fuimos bendecidos con perspectivas tan inspiradoras, sanadoras y transformadoras, que al final el capellán se levantó de un salto y me abrazó. El público aplaudió, y todos nos sentimos muy unidos.

La época actual quizá parezca difícil. Sin embargo, al igual que Ananías, podemos permanecer listos para actuar y avanzar basándonos en la guía de Dios. Podemos sentir y expresar más gratitud y gracia, no como emociones humanas, sino como manifestaciones activas de nuestro compromiso con un amor más profundo por todo lo que es Dios. 

Mary Baker Eddy, quien fundó la Ciencia Cristiana, una vez sabiamente observó: “La purificación mental debe seguir adelante; promueve el desarrollo espiritual, escala la montaña del esfuerzo humano, y llega a la cumbre en esta Ciencia que, de otra manera, no podría alcanzarse —cumbre donde la lucha con el pecado habrá acabado para siempre” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 41). Con mucho agrado podemos ser testigos de cuán saludable y fortalecedor es obedecer con gracia el llamado de Dios, no solo para cada uno de nosotros, sino para todo nuestro planeta. 

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