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Original Web

Una nueva visión de la normalidad

Del número de septiembre de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 8 de abril de 2021 como original para la Web.


Todos anhelamos tener constancia en nuestra vida. Así que no es inusual escuchar a alguien hablar con inquietud de la “nueva normalidad”. Ya sea que esto provenga de la impaciencia por volver a la “normalidad” o de la preocupación de que no podemos volver a la anterior “normalidad”, plantea la pregunta, ¿qué es realmente “normal”? ¿Puede haber una “normalidad” que sea cierta y constantemente buena? 

Mary Baker Eddy, en sus obras pioneras sobre la espiritualidad y la curación, presentó lo que algunos considerarían una visión bastante poco convencional de la constancia. La búsqueda de la palabra normal en sus extensos escritos pone al descubierto varios conceptos que ella aparentemente consideraba eran los hechos fundamentales de la existencia: La salud es normal. La armonía es normal. El bien es normal. (Véase, por ejemplo, Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 200.) 

Al mirar a nuestro alrededor y ver las noticias, tal vez no llegaríamos necesariamente a la misma conclusión. De hecho, en su propia vida, la Sra. Eddy enfrentó considerables enfermedades, pérdidas y dificultades. No obstante, llegó a ver estas experiencias, no con resignación, sino con la convicción espiritual de que la salud, la armonía y el bien son en realidad normales, naturales e inevitables. Esta convicción se basaba en la comprensión de que el bien es la definición misma de Dios. Ella escribe que Dios es el Principio divino —el bien consecuente, universal, inalterable— y que la verdadera identidad de cada uno de nosotros es espiritual, hecha a imagen de Dios, como dice la Biblia. Al comprender que el Principio es solo bueno y la única causa, se deduce que todo lo que procede del Principio debe ser bueno y que el bien debe ser la única realidad. Si el bien invariable es la realidad de la existencia, y cada uno de nosotros es verdaderamente espiritual, entonces la enfermedad, la discordia, el accidente y la injusticia no tienen legitimidad en esta creación espiritual. ¡Aquí hay una “nueva normalidad” para tener en cuenta!

Reconocer y comprender a Dios, y luego vivir en obediencia al Principio divino, nos cambia desde adentro hacia afuera. Trae esperanza y curación. Nuestra percepción de lo que es normal cambia, no de moderado a extremo o de malo a peor, sino de una visión incierta del bien a una perspectiva de que el bien es real, seguro y confiable. Somos nuevos todos los días, pero esta novedad no es discordante ni inquietante; trae paz y estabilidad a nuestras vidas.

Cristo Jesús instó a sus oyentes a adoptar una nueva visión de lo normal. Mucha de las personas que sanó, que pueden haberse resignado a vivir con dolor o discapacidad (una nueva normalidad muy desagradable), hallaron que no sólo estaban físicamente sanas, sino que sus corazones estaban fortalecidos y animados. 

Jesús instó a la gente a no contentarse simplemente con vivir para sí misma, sólo para ganarse la vida. En palabras de un seguidor de las enseñanzas de Jesús, el apóstol Pablo, “No dejes que el mundo que te rodea te comprima en su propio molde” (Romanos 12:2, J.B. Phillips, The New Testament in Modern English). Las palabras y el ejemplo de Jesús fueron un desafío para sus seguidores, incluidos nosotros: “Ámense unos a otros de la misma manera en que yo los he amado”, y “Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, curen a los que tienen lepra y expulsen a los demonios. ¡Den tan gratuitamente como han recibido!” (Juan 15:12, NTV; Mateo 10:8, NTV).

Este amor fue sometido a la prueba suprema cuando Jesús enfrentó voluntariamente y superó la crucifixión. Su resurrección anuló el concepto de normalidad del mundo. Puso a sus discípulos en un nuevo camino. La Sra. Eddy escribe: “Su resurrección fue también la resurrección de ellos. Los ayudó a elevarse a sí mismos y a otros del embotamiento espiritual y de la creencia ciega en Dios a la percepción de posibilidades infinitas” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 34).

La resurrección de Jesús tomó tres días. La de los discípulos tardó más. Jesús se reunió con ellos varias veces en el transcurso de muchos días después de su resurrección. Los consoló, los aconsejó. No obstante, Pedro aparentemente todavía tenía reservas respecto a si tenía lo que se necesitaba para llevar a cabo el trabajo. Volvió a su antigua normalidad: fue a pescar. Pero el Cristo no le permitiría conformarse con menos que con una resurrección completa “del embotamiento espiritual y de la creencia ciega”. El Jesús resucitado continuó aconsejando a Pedro hasta que estuvo dispuesto a aceptar una visión totalmente nueva de la vida, una “nueva normalidad” completa y su nueva función de compartir la curación mediante el Cristo con el mundo. “¿Me quieres?” Jesús le preguntó. Cuando Pedro respondió afirmativamente, Jesús dijo: “Alimenta a mis ovejas” (Juan 21:17, NTV).  

Al tomar conciencia de que esta realidad de la Vida y el Amor es Dios, descubrimos la continuidad y estabilidad de la verdadera normalidad creada por Él, aquí mismo con nosotros, totalmente ininterrumpida, sin importar lo que parezca estar sucediendo a nuestro alrededor. Comprendemos cada vez más cómo podemos experimentar la normalidad, no lo normal de “volver a nuestra materialidad regularmente programada”, sino la normalidad espiritual de experimentar y expresar el Amor divino omnipresente y generoso que lo abarca todo. 

Linda Kohler
Escritora de Editorial Invitada

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