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Original Web

¿Estás esperando que suceda algo?

Del número de enero de 2022 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 25 de octubre de 2021 como original para la Web.


La mayoría de nosotros pasamos gran parte de nuestro tiempo esperando que algo suceda. Tal vez estemos esperando un taxi, un autobús, un tren, tener una cita, que se cocine la comida, un ansiado mensaje; la lista es interminable.

Pero el tiempo mismo es una creencia en la medición de un período en particular, y parecería aislarnos del ahora espiritual, omnipresente. Se relaciona con el movimiento de las cosas materiales; un ejemplo del cual es la rotación de la Tierra alrededor del sol. Se relaciona con los estados variables de la existencia, tales como el pasado, presente y futuro. También tiene la característica de controlar nuestras vidas al hacernos esclavos de sus demandas. Tiende a dictar la acción. Define la vida como limitada, sujeta a su discreción.

Esto no es lo que Dios, el creador de todo, ordenó. La infinitud es la “medida” o “dimensión” de la Mente divina, la cual no tiene interrupción ni restricción, y siempre funciona armoniosamente. Entonces, la forma en que abordamos el concepto de tiempo es de gran importancia para nosotros, especialmente en lo que se refiere a nuestras oraciones y nuestro trabajo sanador.

En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy define el tiempo en parte como “medidas mortales; límites, en los cuales están comprendidos todos los actos, pensamientos, creencias, opiniones y conocimientos humanos; …” (pág. 595). El tiempo parece ser una prensa de tornillo de cuya sujeción no podemos escapar. La Ciencia Cristiana nos enseña a verla como un concepto falso. 

Incluso durante los períodos en que parece que estamos esperando, podemos experimentar, no obstante, el ahora divino y ser productivos. Todos tenemos el mismo recurso, la inteligencia divina, un atributo de Dios, para utilizar. El secreto es pensar metafísicamente; orar, en lugar de apresurarnos físicamente o permanecer inactivos.

Una imposición común sobre nosotros, que deriva de la creencia en el tiempo y sus limitaciones, es que hay momentos en que debemos esperar antes de poder orar. Quizá nos sintamos tentados a creer que podemos orar con eficacia solo durante los momentos en que estamos estudiando directamente del pastor de la Ciencia Cristiana (la Biblia y Ciencia y Salud), o en un lugar tranquilo sin ninguna perturbación externa. Pero hay ocasiones en que no tenemos estos libros frente a nosotros, o no hay dentro de nuestro entorno inmediato un lugar tranquilo para orar. 

El apóstol Pablo nos instó a hacer lo que él practicaba: “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17). Tan solo un poco de comprensión de la Ciencia Cristiana es suficiente para poner en práctica las ideas metafísicas que hemos aprendido y demostrado que son pensamientos sanadores. Nunca estamos sin la presencia de Dios. Dios nunca está ausente. Ya que reflejamos la Mente de Cristo, podemos invocar la verdad en todo momento.

Tuve la oportunidad de hacer esto cuando viajaba a casa desde el trabajo con un amigo. Cuando nos acercamos a un semáforo en una intersección, un automóvil pasó con la luz roja y atropelló a una niña. Ella cayó al suelo y permaneció inmóvil.

Mi amigo se bajó de nuestro auto (al igual que otros de sus vehículos) para ver cómo podía ayudar. Me quedé en el auto y comencé a orar, sabiendo que en el reino de Dios no había acontecimientos casuales, ya que la armonía es la ley de Dios puesta en vigor por el Principio divino, y, por ende, está siempre en operación. No miré la escena, sino que me aferré en silencio a la comprensión de que la Vida divina nunca podría ser privada de su idea. Que la Vida está siempre presente. La niña se levantó, pudo caminar y la llevaron a su casa.

En este caso, yo no estaba esperando a que algo sucediera. Sabía que la presencia de Dios siempre está sucediendo; de hecho, no hay nada más presente.

Por analogía, imagina una cueva en la que nadie ha entrado. La oscuridad caracteriza todo el ambiente interior, y este ha sido el caso desde siempre. Pero en ese momento, un explorador intrépido entra en la cueva por primera vez y enciende un fósforo. En ese instante la oscuridad se desvanece, por muy firme y prolongada que había parecido ser. Ninguna penumbra o bruma duradera puede soportar la luz instantánea. Ningún factor de tiempo intervino para posponer la iluminación.

La infinitud es la “medida” o “dimensión” de la Mente divina, la cual no tiene interrupción ni restricción.

Cristo Jesús demostró que ninguna pretensión del tiempo puede interferir con el poder sanador de la Verdad, cuando sanó al hombre en el estanque de Betesda, quien había sufrido de una enfermedad durante 38 años (véase Juan 5:1-9). El hombre había pasado todo el tiempo esperando que algo sucediera para experimentar la curación. Cristo Jesús no tuvo en cuenta la naturaleza crónica de la condición física, sino que destruyó su aparente realidad con la comprensión de la verdad del ser; a saber, que la idea espiritual de Dios siempre está en perfecta salud porque está hecha a imagen y semejanza de Dios. Esta era la verdadera identidad del hombre, y él “tomó su lecho, y anduvo”. La luz de la Verdad destruyó la oscuridad de la creencia material instantáneamente.

La Sra. Eddy escribe en No y Sí: “Es el conocimiento que la Verdad tiene de su propia infinitud lo que excluye la existencia genuina de siquiera una pretensión del error. Este conocimiento es luz en la cual no hay oscuridad, —no es luz conteniendo oscuridad dentro de sí misma. La consciencia de la luz es como la eterna ley de Dios, que le revela a Él y nada más” (pág. 30).

Dios es infinito, por lo tanto, omnipresente y eficaz en Su beneficencia. Debido a que la infinitud (el bien infinito) es todo, una totalidad continua, nada desemejante al bien puede entrar. Por lo tanto, en realidad, no hay ningún elemento opuesto a Dios, la Mente. En Eclesiastés leemos: “He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá” (3:14). 

La infinitud no tiene limitación, por lo tanto, jamás está ausente. Puesto que está siempre presente, no hay un marco de tiempo concomitante —ni siquiera un “marco de tiempo ilimitado”— es la ausencia de tiempo. En la Verdad infinita, no hay espera. Por lo tanto, en este momento, ahora, no hay una situación material verdadera, sino la realidad espiritual: Dios solo expresándose a Sí mismo. No hay nada más allá de esto.

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