Cuando estaba en la universidad, sentía que algunas de mis relaciones podían mejorar. Además, las conversaciones con familiares cercanos a menudo no parecían tan felices o productivas como podían ser. Pensando que sería de ayuda, traté de defenderme explicándoles cómo me sentía acerca de algunas luchas personales que enfrentaba. En retrospectiva, me doy cuenta de que esto dio la impresión de que estaba culpando a otros. No me estaba responsabilizando de los problemas por los que podría haber orado, sino que, en realidad, estaba perpetuando la perturbación que sentía y afectando negativamente a aquellos que me rodeaban. Pero en aquel entonces, yo no era consciente de esto y me preguntaba por qué seguía encontrando obstáculos al comunicarme con mis familiares y amigos.
Un día, mientras leía Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, el término justificación propia me impactó como una tonelada de ladrillos. El pasaje implicaba que esto era un pecado; una acción o pensamiento que parecía alejarnos de Dios.
Me quedé estupefacta. ¿Por qué es errada la justificación propia? ¿No necesitamos defendernos o explicarnos de vez en cuando?
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