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Liberémonos mediante el razonamiento espiritual

Del número de enero de 2022 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 1º de julio de 2021 como original para la Web.


Parece razonable sacar conclusiones de lo que vemos con nuestros ojos, oímos con nuestros oídos y saboreamos, olemos y sentimos con los otros sentidos. Nuestra experiencia sugiere que esto es lógico y natural. En muchas áreas de la vida, los resultados de este enfoque son bastante útiles. Al estudiar las ciencias naturales, recopilamos información que nos permite resolver problemas y desarrollar tecnologías como computadoras, teléfonos y automóviles, todos los cuales son de gran beneficio para la humanidad.  

Puede que nos sintamos tentados a pensar en nuestros cuerpos de la misma manera, confiando en que los cinco sentidos nos digan cómo nos sentimos y cuál es nuestro pronóstico para la curación o la salud. Tal vez así se sentía el hombre en el estanque de Betesda, quien, según la Biblia, estaba restringido por una enfermedad que le impedía caminar y lo había afligido durante casi cuarenta años (véase Juan 5:2–9).

Entonces llegó Jesús para restaurar la libertad del hombre. Jesús no razonó inductivamente, mirando los aparentes efectos materiales para encontrar una causa material. Todo lo contrario, razonó deductivamente, partiendo de la única gran causa, el Principio divino, el Dios perfecto, el Espíritu, a quien llamaba su Padre. Su razonamiento no partió ni dependió de la evidencia de los sentidos materiales. Esta causa, o Principio, Dios —omnisciente, omnipotente, omnipresente, todo-amor— sólo conoce el bien y crea sólo el bien, como explica el primer capítulo del Génesis en la Biblia.  

Razonar espiritualmente, del Padre perfecto a la creación perfecta con la autoridad del Cristo, le permitió a Jesús sanar al hombre en el estanque de Betesda, y repudiar los informes de los sentidos materiales. Al hablar de cómo pudo restaurar la libertad de esta manera, Jesús dijo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Juan 5:30).

Así es como entiendo sus palabras: El poder sanador no está conmigo personalmente; viene del Principio divino del universo, Dios, y todo aquel que comprende a Dios puede liberarse de las limitaciones materiales en su propia experiencia.  

Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana y autora de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, lo explica de esta manera: “Jesús contemplaba en la Ciencia al hombre perfecto, que a él se le hacía aparente donde el hombre mortal y pecador se hace aparente a los mortales. En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta perspectiva correcta del hombre sanaba a los enfermos” (págs. 476-477).  

A través de su libro, la Sra. Eddy invita a los pensadores a razonar espiritualmente, como hizo Jesús, y reconocer la lógica impecable de que un Dios infinitamente bueno solo puede crear lo que es bueno y eternamente libre. Y, puesto que Dios es infinito, nada desemejante al Divino puede tener alguna realidad fundamental.  

Sobre esta base, Jesús mandó a sus seguidores: “Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, curen a los que tienen lepra y expulsen a los demonios. ¡Den tan gratuitamente como han recibido!” (Mateo 10:8, NTV). Por lo tanto, cada uno de nosotros puede razonar espiritualmente, como lo hicieron Jesús y sus discípulos, al igual que la Sra. Eddy, y contemplar en la Ciencia al hombre perfecto, y así obtener la visión correcta del hombre. De esta manera, hallamos curación. A medida que lo hacemos, aprendemos más de lo que significa estar animados por el Cristo, la Verdad.

Una vez, mientras estaba de excursión en las White Mountains en New Hampshire, me caí sobre mi muñeca, hiriéndola gravemente. Para la hora de cenar, no había ninguna mejoría, y no podía usar la muñeca. Fui a mi habitación de hotel para estudiar mi Biblia junto con el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, a fin de razonar espiritualmente, comenzando con Dios, el Padre, y Su amor por nosotros como Su descendencia espiritual, lo cual invalida los sentidos materiales.  

En una hora más o menos, estaba tan absorto en mi estudio que me olvidé de la muñeca, y luego me vino claramente el pensamiento: “¡Nunca tuviste un accidente!”. ¡Qué declaración tan notable! Para el sentido material de la existencia, yo ciertamente había tenido un accidente. Pero eso no era lo que Dios sabía acerca de mí, Su imagen y semejanza. Y en ese momento, tuve una vislumbre de mí mismo como Dios me conocía, y esto me liberó por completo de los efectos del accidente. Mi muñeca estaba completamente funcional y sin ningún dolor ni limitación.

Dicho resultado no es un milagro ocasional o una excepción a la ley y la causalidad, sino el resultado mismo de la ley de Dios, la conclusión lógica de Dios como la única causa infinita, divina e invariable de cada uno de nosotros en todo momento, en todas partes.  

Esta ley divina que opera continuamente es mucho más que una ayuda de emergencia a ser aplicada en momentos de extrema necesidad. Proporciona un marco perpetuo para pensar y vivir en el que podemos recurrir momento a momento a Dios, el Principio divino, como la fuente de todo pensamiento, curación y guía genuinos

El razonamiento espiritual no es meramente una forma alternativa de pensamiento humano, sino aquello que trasciende lo humano para revelar lo divino: la Mente de Cristo. Adherirnos a las verdades que conocemos a través del razonamiento espiritual nos permite percibir y experimentar la creación perfecta de Dios, aquí y ahora mismo.   

En el mundo de hoy, se necesita grandemente el razonamiento espiritual, a medida que luchamos con los numerosos desafíos que provienen de creer que la vida es de la materia y está en ella, y es susceptible a todas sus limitaciones y vulnerabilidades. Con cada victoria, pequeña o grande, probamos progresivamente nuestra propia libertad y también demostramos la de todos los demás al llevar “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:5).

Warren Berckmann
Escritor de Editorial Invitado

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