En el Sermón del Monte, Cristo Jesús dice a sus oyentes: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:43-45).
Decididamente, parece más fácil orar por aquellos que amamos, aquellos con los que tenemos una relación estrecha y aquellos que piden nuestras oraciones. Cuando nuestros sentimientos han sido heridos o estamos molestos con alguien, es una tentación alejarse. Sin embargo, Jesús nos instó a amar aun a aquellos que han sido crueles o injustos con nosotros.
Mi madre solía decir que es fácil amar a los que son amables, pero que la verdadera prueba de la oración está en el amor abnegado: amar y ver a los demás como Dios nos ama y nos ve a todos. Al pensar detenidamente en esto, supongo que la enseñanza de Jesús tiene que ver con el hecho de que solo la identificación espiritual de los que nos rodean, basada en el amor y la oración, puede revelar que todos somos hijos de Dios. Mary Baker Eddy comienza el capítulo “La oración”, en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, con esta declaración: “La oración que reforma al pecador y sana al enfermo es una fe absoluta en que todas las cosas son posibles para Dios, una comprensión espiritual de Él, un amor abnegado” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 1).
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