Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

Siete nombres a considerar

Del número de marzo de 2022 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 15 de noviembre de 2021 como original para la Web.


Pegado a mi refrigerador con un imán hay un precioso trozo de papel con siete palabras garabateadas de manera infantil. Cuando mi nieta aprendió a escribir, su maestra de la Escuela Dominical le pidió que hiciera una lista de los siete sinónimos de Dios basados en la Biblia que se encuentran en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Siempre que oro con diligencia por algo, me apoyo en estas poderosas palabras que aclaran la naturaleza de Dios: Principio, Mente, Alma, Espíritu, Vida, Verdad, Amor.

Un día, se me ocurrió que en la Ciencia Cristiana tenemos siete términos que se usan comúnmente para el hombre (es decir, la verdadera identidad espiritual de cada uno de nosotros). Los mismos definen nuestra individualidad, tal como Dios la creó: imagen, semejanza, idea, representación, reflejo, expresión y manifestación. Cada uno de ellos destaca nuestra amorosa relación con Dios y alude a una identidad ligada al Ser Supremo e inseparable de Él.

Reflexionar sobre estos términos nos ayuda a ir más allá de los hechos cotidianos por los que el mundo nos identifica, como los detalles que figuran en la licencia de conducir: fecha de nacimiento, género, color de ojos, altura, dirección, etc. Del mismo modo, el resumen de nuestros pasatiempos, talentos y logros de la vida, por más positivos que sean, es un punto de vista humano que nos dejaría vulnerables a las dolencias o limitaciones asociadas con la edad, el medio ambiente y las circunstancias fluctuantes. Entonces, ¿cuál es el punto de vista más elevado? 

En el Glosario de Ciencia y Salud se explica en detalle el concepto acerca del hombre de Eddy. Allí ella define al hombre de este modo: “La compuesta idea del Espíritu infinito; la imagen y semejanza espirituales de Dios; la representación plena de la Mente” (pág. 591). Los términos imagen y semejanza están tomados del primer capítulo del Génesis: “Entonces Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza...” (versículo 26). A estas conocidas palabras de las Escrituras se suman la idea y la representación (de la Mente, Dios). Con alivio podemos apartar nuestro pensamiento del físico y el yo material y conocernos a nosotros mismos como una idea divina. 

Este concepto nos señala en la dirección del Espíritu, y del hombre como una idea espiritual, una idea en la Mente infinita que es Dios. Cuando contemplamos la representación, podemos vernos a nosotros mismos como representando (presentando nuevamente) a nuestro Creador a los que nos rodean, manifestando cualidades espirituales activas. El concepto también sugiere que cada uno de nosotros es un representante del reino de los cielos, que sirve a nuestra comunidad como un embajador podría servir a su país.

Ciencia y Salud se refiere muchas veces al hombre como reflejo. Por ejemplo: “El hombre es el reflejo de Dios, no necesita ningún cultivo, sino que es siempre bello y completo” (pág. 527). Si nos miramos en el espejo, vemos nuestra imagen o reflejo. Es exactamente como nosotros. Así que el hombre, como reflejo de Dios, es exactamente como Él. Si Dios está en paz, el hombre, Su reflejo, no puede estar agitado. Si Dios no tiene dolor de estómago, el hombre, Su reflejo, no puede estar indispuesto.

Otro término para nuestra identidad espiritual que encuentro particularmente sugestivo es expresión. En Ciencia y Salud, Eddy ofrece este sencillo, pero profundo discernimiento: “El hombre es la expresión del ser de Dios” (pág. 470). No hay nada pasivo en esta percepción. Ya sea que estemos en nuestro trabajo, en casa con la familia o en el campo de deportes, Dios está expresando activamente en nosotros todos Sus atributos: inteligencia, alegría, paz, amor, previsión, precisión, orden, etc. Cada vez que somos tentados a sentirnos inadecuados, esta línea de razonamiento puede animarnos. En lugar de tener que moldear laboriosamente una personalidad mortal aburrida antes de quedar satisfechos con nosotros mismos, podemos dejar de pensar en eso y permitir que Dios se exprese más plenamente como nosotros y a través de nosotros. 

Finalmente, es muy consolador pensar en nosotros mismos como la manifestación del Ser Supremo. “Dios es la Mente única, y Su manifestación es el universo espiritual, incluso el hombre y toda individualidad eterna”, escribe Eddy en sus Escritos Misceláneos 1883-1896 (pág. 361). Manifestar la naturaleza de Dios es dar evidencia clara o prueba de ello, revelar de manera palpable Su poder y benevolencia. Ese es nuestro propósito. Este punto de vista arranca la etiqueta de “pecador miserable”, que la teología tradicional ha fijado en el ser humano, y nos da poder para despojarnos progresivamente del pecado y mostrar nuestra identidad pura, creada por Dios, y contemplarla en los demás.

Conectar estos siete términos descriptivos para el hombre con los siete sinónimos de Dios nos da un marco sólido sobre el cual construir nuestra comprensión y nuestras oraciones. Por ejemplo, en tiempos de necesidad, uno podría volverse a Dios con todo el corazón y humildemente pedir: “Padre, permíteme verme a mí mismo como:

  • la idea del Principio divino, que evidencia orden y funcionamiento armonioso;
  • la expresión de la Mente, que incluye inteligencia y creatividad;
  • el reflejo del Alma, que posee calma y resplandor;
  • la imagen del Espíritu, que manifiesta libertad y fortaleza;
  • la semejanza de la Vida, que irradia energía y salud;
  • la manifestación de la Verdad, llena de perfección e integridad;
  • la representación del Amor, que expresa bondad y paciencia.

Ampliando esta oración, uno podría elegir solo uno de los términos para el hombre y combinarlo con diferentes sinónimos de Dios. Por ejemplo: “Yo soy la expresión de la Vida, la expresión de la Verdad, la expresión del Amor”. O bien, uno de los sinónimos de Dios puede estar relacionado con varios términos para el hombre. Al orar uno podría reconocer: “Yo soy la manifestación del Espíritu, la representación del Espíritu, la semejanza del Espíritu”. Al trabajar con estos términos, a menudo he sentido una sagrada elevación en mi pensamiento que ha efectuado un cambio en mí y en mis circunstancias.

Hace algunos años, descubrí que necesitaba redefinirme —o, realmente, identificarme— correctamente. Me había aparecido una mancha cerca de la clavícula que había continuado agrandándose durante varios meses. Esto era sumamente preocupante, ya que me casaría muy pronto. Estaban por llegar mis hijos y nietos, y me preocupaba que el crecimiento asomara por encima del escote de mi vestido de novia.

Podemos apartar nuestro pensamiento del físico y el yo material y conocernos a nosotros mismos como una idea divina.

Un día, vislumbré el crecimiento en el espejo y sentí miedo. Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle tratamiento. Este era el tipo de oración sanadora en la que había confiado toda mi vida. El practicista me instó a centrarme en mi identidad espiritual como se describe en esta frase de Ciencia y Salud: “El hombre es idea, la imagen, del Amor; no es el físico” (pág. 475). La imagen del Amor divino irradia calidez, abnegación, pureza e impecabilidad. También mantuve presente las conclusiones de otra declaración identificadora del mismo libro: “El hombre es el reflejo del Alma” (pág. 249). Esto quería decir que debía reflejar los atributos del Alma: claridad, atemporalidad, belleza e impecabilidad.

Llené mi consciencia con la verdad de otro pasaje que una vez había memorizado: “Dios crea al hombre perfecto y eterno a Su propia imagen. Por lo tanto, el hombre es la imagen, idea o semejanza de la perfección, un ideal que no puede caer de su inherente unidad con el Amor divino, de su inmaculada pureza y de su perfección original” (Mary Baker Eddy, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 262). 

Después de conversar varias veces con el practicista, ya no me sentí impresionada por la condición física y pude finalizar los planes de la boda sin preocupaciones. Confié en la promesa bíblica: “La vida te será más clara que el mediodía; aunque oscureciere, será como la mañana” (Job 11:17). También confié en esta promesa del libro de Eddy La unidad del bien: “Este sentido falso de sustancia tiene que ceder a Su eterna presencia, y así disolverse” (pág. 60). Un diccionario da el significado de disolver como “perder definición”. Eso me encantó. 

Lo que estaba adquiriendo una clara definición en mi pensamiento era mi verdadera identidad: yo como el reflejo de la perfección de Dios. Eddy habla de las imágenes falsas que “se borran del lienzo de la mente mortal” y promete: “así el pigmento material que está debajo se desvanece en la invisibilidad” (Retrospección e Introspección, pág. 79). ¡Error descartado! A las dos semanas de llamar al practicista, la mancha comenzó a secarse, y para el final de la segunda había desaparecido. La curación llegó justo a tiempo para ese alegre evento de la boda. 

A medida que nuestro pensamiento cobra vida con lo que realmente somos, una re-presentación del Espíritu, una manifestación del Alma, una idea del Amor; a medida que nos definimos correctamente, divinamente, disfrutamos de la salud, la armonía y la alegría naturales de la amada creación de Dios.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / marzo de 2022

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.