Hace cinco años, al entrar en el Salón Nacional de la Fama de las Mujeres con mi hija de nueve años, no me perdí ni lo más mínimo de la importancia del momento. Sentí el poder de generaciones de mujeres, así como de hombres, que lucharon por muchos de los derechos que ellas disfrutan hoy en día. Por ejemplo, el derecho a votar o la capacidad para poseer una casa.
Buscamos el principal retrato que estábamos allí para ver: el de la Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy. Y percibí la sencillez y simplicidad del lugar, paradójicamente conmemorando a algunas de las figuras más importantes de la historia y a muchas de las heroínas de mi infancia, quienes continúan inspirándome hoy en día. Esperaba que mi hija también llegara a amar y a sentirse inspirada por estas mujeres.
A pesar de la decoración casi monótona, no obstante, disfruté de la belleza de cada retrato y el poder de la historia detrás de él, hasta que mi hija comenzó a tirar de mi suéter para apresurarse y encontrar el que habíamos ido a ver.
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