Estos son tiempos difíciles, y no es sorprendente escuchar que muchos matrimonios están en problemas. Los confinamientos y las cuarentenas hicieron que muchas parejas tuvieran que enfrentar cuestiones esenciales en sus relaciones, y las dificultades financieras relacionadas con la pandemia han agregado más estrés.
No obstante, los problemas matrimoniales no son nada nuevo. “La unión de los sexos sufre una temible discordia”, observó Mary Baker Eddy hace más de un siglo (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 65). Y su guía en la siguiente oración es atemporal: “Para alcanzar la Ciencia Cristiana y su armonía, la vida debiera ser considerada más metafísicamente”.
Por supuesto, es desalentador tratar de ser el hombre o la mujer que puede ayudarse a sí mismo y a su cónyuge frente a los desafíos de la vida, pero podemos recurrir a Dios como la fuente ilimitada de sabiduría y fortaleza. La unidad de corazones y la generosidad de propósito que representa el matrimonio, y la bendición de esta unión, no se pierden de alguna manera cuando más se necesitan. Están aquí para encontrarlos en Dios. Solo necesitamos buscar estas cualidades divinas en una visión más cristiana de la vida, el matrimonio y la individualidad.
El matrimonio ofrece abundantes oportunidades para descubrir más de la identidad espiritual que tenemos cada uno de nosotros, creada a imagen y semejanza de Dios. Todos somos espirituales, ideas de la Mente divina. Reflejamos la infinita bondad de Dios en cualidades tales como inteligencia, amor, armonía y pureza.
Cada conexión con los demás ofrece una oportunidad para apreciar algo bueno de Dios en los demás. El cuidado mutuo en todas estas conexiones es vital. En particular, el matrimonio que nos une con alguien que nos complementa tiene la tendencia a fortalecer nuestra expresión de la totalidad de Dios. Puede extraer y unificar en la consciencia humana más de las cualidades masculinas y femeninas de la creación de Dios, como explica Ciencia y Salud. Dice: “La unión de las cualidades masculinas y femeninas constituye la compleción. La mente masculina alcanza un tono más elevado por medio de ciertos elementos de la femenina, mientras que la mente femenina gana valor y fuerza por medio de las cualidades masculinas” (pág. 57).
Desde una perspectiva espiritual, la masculinidad y la femineidad representan aspectos de Dios como Padre y Madre, por lo que no hay conflicto entre ellos. Eddy, quien expresó con brillantez las cualidades masculinas y femeninas al cumplir con las variadas demandas de su misión, afirma en Ciencia y Salud: “El hombre ideal corresponde a la creación, a la inteligencia y a la Verdad. La mujer ideal corresponde a la Vida y al Amor” (pág. 517).
Son sólo los estereotipos materiales de la masculinidad y la femineidad los que están en conflicto entre sí. Pero estereotipos como la agresividad y la dominación masculinas, y la vulnerabilidad y sumisión femeninas, son mentiras acerca de los hijos de Dios. A medida que rechacemos estas y otras etiquetas y conceptos falsos y los reemplacemos con modelos espirituales, encontraremos oportunidades para ver y reflejar al hombre y la mujer de la creación de Dios en nosotros mismos y en nuestras parejas.
Más allá de cumplir con los compromisos normales dentro del matrimonio, podemos vivir las cualidades de carácter a semejanza del Cristo, compartiendo unos con otros lo que tenemos como expresiones de Dios. A medida que mi esposa y yo hemos hecho que valorar y vivir nuestras verdaderas identidades espirituales sea el punto esencial de nuestro matrimonio, hemos enriquecido nuestra relación y apoyado el crecimiento espiritual de cada uno.
Al pensar en mi propia demostración, me resulta útil preguntarme de qué manera mi esposa, y potencialmente otros, podrían beneficiarse si expreso mejor al hombre ideal. También me pregunto cómo podría beneficiarme de apreciar las cualidades de la femineidad ideal que mi esposa ha desarrollado.
Algo que recientemente he llegado a apreciar en mi esposa es todas las formas en que es considerada con los demás. Su ejemplo ha ayudado a fortalecer esa cualidad en mí. Y ella, a su vez, aprecia las formas en que puedo inspirar su expresión de las cualidades masculinas. Entonces, de este esfuerzo unificado, viene una bendición que puede extenderse para incluir a los demás.
El mensaje de Cristo Jesús indica que el matrimonio no es imperativo para nuestro crecimiento. Sin embargo, el matrimonio ciertamente puede promover nuestro crecimiento cuando se entra en él por las razones correctas, o si se modifican los motivos equivocados para casarse. “El matrimonio es desdichado o feliz, según las desilusiones que entrañe o las esperanzas que cumpla”, afirma Ciencia y Salud. Además, “la ambición libre de egoísmo, los nobles motivos de vida y la pureza, estos componentes del pensamiento, al mezclarse, constituyen individual y colectivamente la felicidad verdadera, la fuerza y la permanencia” (págs. 57, 58).
Esforzarnos por demostrar nuestra unidad con Dios y unos con otros ayuda a sacar a relucir la fortaleza y el valor duraderos del matrimonio. Esto puede parecer una gran demanda, especialmente si solo uno de ellos está haciendo el esfuerzo. Mi esposa y yo hemos tenido muchos momentos en los que parecía que una persona estaba haciendo más por el matrimonio que la otra. Este es el momento de entender claramente que la demanda de encontrar más del verdadero hombre y mujer, y de dar de nosotros mismos por el otro, es la forma más segura de ganar la bendición del compromiso.
Es un tema profundo. Ciencia y Salud dice del matrimonio: “Considera sus obligaciones, sus responsabilidades, su relación con tu crecimiento y con tu influencia sobre otras vidas” (pág. 68). En nuestro enfoque de las relaciones, y el matrimonio en particular, haríamos bien en considerar la travesía espiritual en la que estamos y el propósito compartido que debemos cumplir. Buscar y esforzarse por vivir la esencia espiritual del matrimonio traerá bendiciones para todos.
