Estos son tiempos difíciles, y no es sorprendente escuchar que muchos matrimonios están en problemas. Los confinamientos y las cuarentenas hicieron que muchas parejas tuvieran que enfrentar cuestiones esenciales en sus relaciones, y las dificultades financieras relacionadas con la pandemia han agregado más estrés.
No obstante, los problemas matrimoniales no son nada nuevo. “La unión de los sexos sufre una temible discordia”, observó Mary Baker Eddy hace más de un siglo (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 65). Y su guía en la siguiente oración es atemporal: “Para alcanzar la Ciencia Cristiana y su armonía, la vida debiera ser considerada más metafísicamente”.
Por supuesto, es desalentador tratar de ser el hombre o la mujer que puede ayudarse a sí mismo y a su cónyuge frente a los desafíos de la vida, pero podemos recurrir a Dios como la fuente ilimitada de sabiduría y fortaleza. La unidad de corazones y la generosidad de propósito que representa el matrimonio, y la bendición de esta unión, no se pierden de alguna manera cuando más se necesitan. Están aquí para encontrarlos en Dios. Solo necesitamos buscar estas cualidades divinas en una visión más cristiana de la vida, el matrimonio y la individualidad.
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