Actualmente, parece como si no pasara un día sin que las noticias informen que el mal se está propagando en forma de contagio, odio, corrupción, abuso, asesinatos en masa o terrorismo, dejando a muchas personas sintiéndose impotentes. Sin embargo, al mismo tiempo observamos, en todo el mundo, que más personas oran juntas por la salud, la paz, la justicia y la libertad. Aunque con demasiada frecuencia el panorama no parece optimista.
Tal vez esto se deba a que la tendencia es definir el mal en función de lo que vemos y escuchamos, como las imágenes de violencia o los informes de enfermedades en la televisión, y que luego lo atribuimos a ciertos individuos, causando una división cuando las personas comienzan a acusarse unas a otras. Pero el verdadero enemigo no es quién o qué perciben los sentidos físicos, sino qué hay detrás de eso: el estado mental. A fin de refrenar el efecto del mal y demostrar que es impotente para destruir el bien, debemos comprender la naturaleza agresivamente engañosa del mal.
El mal es la falsa sugestión de que todos tenemos una mente personal, lo que resulta en muchas mentes y voluntades; algunas malvadas y capaces de manipular otras mentes. Pero Dios, el bien infinito, es la única Mente que nos gobierna a cada uno de nosotros, y este es el único poder verdadero.
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