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Original Web

Superemos el mal agresivo

Del número de marzo de 2022 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 4 de octubre de 2021 como original para la Web.


Actualmente, parece como si no pasara un día sin que las noticias informen que el mal se está propagando en forma de contagio, odio, corrupción, abuso, asesinatos en masa o terrorismo, dejando a muchas personas sintiéndose impotentes. Sin embargo, al mismo tiempo observamos, en todo el mundo, que más personas oran juntas por la salud, la paz, la justicia y la libertad. Aunque con demasiada frecuencia el panorama no parece optimista.

Tal vez esto se deba a que la tendencia es definir el mal en función de lo que vemos y escuchamos, como las imágenes de violencia o los informes de enfermedades en la televisión, y que luego lo atribuimos a ciertos individuos, causando una división cuando las personas comienzan a acusarse unas a otras. Pero el verdadero enemigo no es quién o qué perciben los sentidos físicos, sino qué hay detrás de eso: el estado mental. A fin de refrenar el efecto del mal y demostrar que es impotente para destruir el bien, debemos comprender la naturaleza agresivamente engañosa del mal.

El mal es la falsa sugestión de que todos tenemos una mente personal, lo que resulta en muchas mentes y voluntades; algunas malvadas y capaces de manipular otras mentes. Pero Dios, el bien infinito, es la única Mente que nos gobierna a cada uno de nosotros, y este es el único poder verdadero.

El mal supone ser la realidad en nuestro pensamiento al actuar como un agresor aterrador, presentando imágenes amenazantes o seductoras de ciertas personas, lugares o cosas, una y otra vez, hasta que cedemos y dejamos que nos controle; entonces parece tener poder. A menudo parece que gente prominente o grandes empresas usan estas imágenes de manera engañosa o maliciosa para obtener o mantener control sobre el pensamiento público.  

Mary Baker Eddy escribe en su libro de texto, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Ninguna mente mortal tiene el poder o el derecho o la sabiduría para crear o para destruir. Todo está bajo el control de la Mente única, o sea, Dios” (pág. 544).

Esta no era una teoría conveniente que ella defendía, sino más bien una verdad que había comprobado muchas veces desde su infancia. Ella demostró la impotencia de este “agresor” llamado mal cuando tenía unos ocho años y asistía a una escuela de una sola aula con niños de todas las edades. Una de las niñas mayores intimidaba a los demás, aterrorizando incluso a los varones. Un día, llegó a la escuela con un pepino ahuecado, lo llenó con agua fangosa y exigió que los demás bebieran de él.   

La pequeña Mary se interpuso en su camino y exclamó: “No tocarás a ninguno de ellos”. La niña le gritó: “Fuera de mi camino o te arrojaré al suelo”. Pero Mary se paró firmemente, cruzó los brazos y respondió: “No, no me pondrás ni un dedo encima ni dañarás a ninguno de ellos”. Las amenazas de la niña se habían vuelto ineficaces. ¡No estaba acostumbrada a que la enfrentaran, mucho menos una niña pequeña! La agresora dejó el pepino y le dijo a Mary que era valiente, antes de darle un abrazo.  

Mary no se detuvo allí. Continuó enfrentando a esta muchachita cada vez que amenazaba a alguien, hasta que finalmente la naturaleza agresiva de la niña cambió totalmente (véase Irving C. Tomlinson, Twelve Years with Mary Baker Eddy, Amplified Edition, pp. 4-5).  

La Sra. Eddy escribió más tarde: “La confianza inspirada por la Ciencia descansa en el hecho de que la Verdad es real y el error es irreal. El error es un cobarde ante la Verdad” (Ciencia y Salud, pág. 368).

¿Qué hace que el mal parezca tan real y poderoso? Las imágenes que la mente carnal o los cinco sentidos físicos le atribuyen. Presentan personalidades malvadas, fuerzas destructivas de la naturaleza, regiones que experimentan gran sufrimiento o estadísticas que describen un contagio que se propaga; y, de repente, estas imágenes toman vida propia en nuestro pensamiento. Pero la Sra. Eddy explica: “El mal no tiene realidad. No es ni persona, lugar, ni cosa, sino que es simplemente una creencia, una ilusión del sentido material” (Ciencia y Salud, pág. 71). El mal parece tener presencia, poder e influencia solo porque sus imágenes de sufrimiento o muerte nos impresionan. Si tomamos estas imágenes y las aceptamos como un poder, parecen controlarnos a través del miedo.

En la Biblia, tres imágenes o símbolos prominentes utilizados para representar o explicar la naturaleza del mal son la serpiente, el diablo y el dragón.

Estuve agradecida por la comprensión que la Ciencia Cristiana nos brinda de la omnipresencia y omnipotencia de Dios.

En el comienzo de la Biblia, la serpiente es sutil, fraudulenta y destructiva, aunque en realidad no tenía poder para dañar a los dos personajes de esta alegoría: Adán y Eva (véase Génesis 3). Lo único que podía hacer era sugerir que Dios había sido engañoso cuando le advirtió a Adán que no participara de la falsa enseñanza del dualismo: el árbol del conocimiento del bien y del mal. La serpiente le dijo a Eva que esta enseñanza dualista, en vez de llevar a la muerte, en realidad los haría muy sabios y poderosos (como dioses) si aceptaban que la materia y el mal eran poderes reales. ¡Pero era mentira! En cambio, este conocimiento solo los condujo a la vergüenza, la pérdida y una maldición que les causó toda una vida de sufrimiento.

Esta alegoría de la serpiente era una contradicción directa del relato de la creación en Génesis 1, el cual dice que solo el Espíritu crea, que todo lo que el Espíritu crea es muy bueno, y que la obra de Dios está terminada, completa. Solo hay un Dios, por lo que puede haber un solo creador, y una sola creación que es completamente buena y perfecta.

En el Nuevo Testamento, encontramos otra representación del mal como el diablo, o una influencia negativa que tienta a Cristo Jesús a adorar el yo o la materia o el mal como si fueran poderes que podían beneficiarlo (véase Mateo 4:1-11). En una instancia, el diablo lo tienta a arrojarse desde la parte superior del templo para probar el poder protector de Dios. Si el diablo (el mal) tuviera algún poder, lo habría empujado; ¡pero lo único que podía hacer era sugerirle que saltara! Cada vez que Jesús es tentado, rebate el razonamiento engañoso del diablo apelando solo a la ley de Dios, la voluntad de Dios y el gobierno de Dios. Finalmente silencia al diablo, al declarar con firmeza: “Vete, Satanás”; y la inspiración divina (los mensajes angelicales) inunda su consciencia, permitiéndole comenzar a demostrar el poder de Dios, el bien, para preservar y redimir a la humanidad.

En el Apocalipsis, el mal aparece nuevamente; esta vez en forma de dragón con siete cabezas, siete coronas y diez cuernos, tratando de controlar y destruir todo lo bueno (véase el capítulo 12). Pero el Cristo, la Verdad, echa fuera el dragón y, finalmente, destruye toda manifestación del mal.

La Sra. Eddy explica: “Bien podemos asombrarnos ante el pecado, la enfermedad y la muerte. Bien podemos estar perplejos ante el temor humano; y aún más consternados ante el odio, que levanta su cabeza de hidra, mostrando sus cuernos en los muchos engaños del mal. Pero ¿por qué quedarnos horrorizados ante la nada? El gran dragón escarlata simboliza una mentira, la creencia de que la sustancia, la vida y la inteligencia pueden ser materiales. Este dragón representa la suma total del error humano. Los diez cuernos del dragón simbolizan la creencia de que la materia tiene poder propio, y que por medio de una mente maligna en la materia los Diez Mandamientos pueden ser quebrantados. 

“El Revelador (el autor del Apocalipsis) levanta el velo de esta encarnación de todo el mal, y contempla su horrible naturaleza; pero también ve la nada del mal y la totalidad de Dios” (Ciencia y Salud, pág. 563).

El Apocalipsis termina con la visión de Juan de un nuevo cielo y una nueva tierra donde no hay noche ni dolor ni escasez ni muerte: ningún mal. Todo es luz y bondad, porque Juan reconoció que Dios, el Espíritu, el bien infinito, es supremo, aquí y ahora.  

La Sra. Eddy demostró que esto era cierto una y otra vez. En una ocasión, un hombre armado llegó a su puerta, pero no pudo llevar a cabo su plan de hacerle daño. Y, cuando un grupo de cincuenta espiritistas pasaron toda la noche orando para que ella muriera, las oraciones de ella fueron una protección completa (véase We Knew Mary Baker Eddy, Expanded Edition, Vol. I, pp. 48, 172).  

Ella escribe: “Dios no es el creador de una mente malvada. Por cierto, el mal no es la Mente. Tenemos que aprender que el mal es el horrible engaño e irrealidad de la existencia. El mal no es supremo; el bien no está indefenso; ni son primarias las así llamadas leyes de la materia y secundaria la ley del Espíritu. Sin esta lección, perdemos de vista al Padre perfecto, o el Principio divino del hombre” (Ciencia y Salud, pág. 207).

Hace varios años, cuando era abogada, representé a una mujer en un caso de divorcio conflictivo. Como el caso se prolongaba, la mujer me dijo que su esposo practicaba la brujería y no dejaba de decir que nos iba a echar una maldición a las dos. En ese momento, simplemente lo descarté, pensando en que la brujería no tiene poder; sin embargo, no lo abordé al orar para comprender por qué no tiene ningún poder.

La Sra. Eddy enseña que no podemos ignorar el mal, sino que debemos hacer lo siguiente: 1) ver lo que está tratando de hacer; 2) saber que no puede hacerlo; 3) asegurarnos de que no lo haga (véase We Knew Mary Baker Eddy, Expanded Edition, Vol. I, p. 96).

Poco después de que mi clienta me hiciera saber de esta amenaza, me desperté en medio de la noche sintiendo como si me estuvieran apuñalando el corazón. No podía respirar y el dolor era intenso. Tomé el teléfono y llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana. El dolor desapareció muy rápidamente y me volví a dormir. Sin embargo, me desperté de nuevo, y esta vez el dolor era insoportable, como si me estuviera muriendo. De inmediato aparté mi pensamiento del sentido material de un cuerpo sufriente, y, en cambio, elevé mi pensamiento a Dios. Me vino la idea de manejar la creencia en la brujería.

Enseguida recordé que Dios, el Espíritu, el bien infinito, es la única Mente, y, por lo tanto, la única Mente que tiene poder para gobernar a alguien. Puesto que no hay muchas mentes, no puede haber transferencia de pensamientos mortales, llenos de odio o destructivos, de una llamada mente a otra; no tengo una mente propia separada que pueda ser controlada por otra mente. El mal nunca es persona, lugar o cosa, y Dios comunica al hombre sólo la vida, la salud y la paz. El mal no puede tener poder, ya que Dios, el bien, es Todo-en-todo; por lo tanto, estoy segura en todo momento bajo el cuidado infalible del Amor divino.

El dolor desapareció y me sentí bien de nuevo. Ese fue el fin de los ataques. El juicio avanzó rápidamente después de eso y culminó con una resolución muy armoniosa.  

Estuve muy agradecida por la comprensión que la Ciencia Cristiana nos brinda de la omnipresencia y omnipotencia de Dios, el bien. Esta luz de la bondad divina llena todo el espacio, disipando las tinieblas del odio, la deshonestidad, la enfermedad y la destrucción; y no hay lugar donde no pueda verse y sentirse la luz del bien infinito. Cada uno de nosotros puede probar la impotencia del mal en cualquier forma cuando percibimos que el gobierno de Dios sobre toda la creación es supremo, absoluto y completamente bueno y armonioso. Cuando nos mantenemos firmes en nuestra comprensión de esa verdad con amor abnegado por Dios y la humanidad, la curación está asegurada. 

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