Comencé a experimentar un intenso dolor de cabeza en medio de una reunión de planificación en la universidad donde trabajaba. Al sentir que algo andaba terriblemente mal, las personas en la sala callaron y se llenaron de temor.
Me vino la idea de pedirles que oraran conmigo en voz alta el Padre Nuestro y el Salmo 23. Centrada en estas oraciones reconfortantes y sanadoras de la Biblia, para cuando llegó la ambulancia no sentía miedo ni dolor.
En el hospital, el médico habló de la gravedad de la situación y recomendó una cirugía de inmediato. También advirtió que, sin tratamiento médico, los mismos síntomas se repetirían dentro de los próximos seis meses. Sin embargo, yo quería confiar en Dios para la curación.
Cuando el médico se enteró de que quería ser dada de alta, expresó su preocupación e incredulidad de que un centro de enfermería de la Ciencia Cristiana, un lugar del que nunca había oído hablar, pudiera ofrecer un mejor tratamiento que uno de los mejores hospitales del país. No obstante, le aseguré que allí me atenderían bien. Con la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana que vino a verme al hospital, pude internarme en el sanatorio de la Ciencia Cristiana.
Lo que impulsó mi progreso fue el trabajo de un practicista (que no era el que había estado conmigo en el hospital), mi estudio diario de la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy, y la oración guiada por pasajes del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por la Sra. Eddy. Dos declaraciones útiles fueron: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia”, que es la primera frase de “la declaración científica del ser” (pág. 468); y esta declaración sobre el hombre (es decir, cada uno de nosotros): “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales” (pág. 475). También oraba a menudo con el Salmo 91.
A medida que las verdades espirituales se hacían más claras, comenzaba a estar más segura de que mi identidad solo es espiritual, y de la protección y el cuidado amoroso de Dios. Estaba comprendiendo cada vez más la irrealidad del dolor. Un día, mientras escuchaba una inspiradora pieza musical en un CD proporcionado por el sanatorio, pude levantarme de la cama y caminar. Dos semanas después de eso, me sentí lo suficientemente segura como para regresar a casa.
En el momento de este desafío, había estado sintiendo mucho estrés y presión tanto en mi hogar como en mi vida laboral. Una vez de regreso en casa, continué orando, y un amigo mío se refirió a estas palabras de Ciencia y Salud: “La Verdad, la Vida y el Amor son las únicas exigencias legítimas y eternas sobre el hombre, y son legisladores espirituales que imponen la obediencia por medio de estatutos divinos” (pág. 184). Memoricé este pasaje y lo repetía, a veces en voz alta, cada vez que tenía la tentación de ceder al estrés. Cuando regresé a trabajar unos meses más tarde, me sentí como una persona nueva, después de haber aprendido a decir que no a lo que no era espiritualmente cierto acerca de mí misma. Ha pasado más de una década desde esta curación, y la enfermedad no ha regresado.
Como resultado de mi curación, una amiga cercana que había estado muy preocupada de que confiara solo en Dios para mi atención médica aceptó un ejemplar de Ciencia y Salud. Las ideas en el libro han sido de gran ayuda para ella, y ahora lee el Christian Science Sentinel y escucha los servicios de testimonios en línea de los miércoles de La Iglesia Madre.
Estoy agradecida por el cuidado amoroso de las enfermeras de la Ciencia Cristiana y los practicistas de la Ciencia Cristiana que oraron conmigo. Esta curación es para mí una prueba de que podemos confiar plenamente en la Ciencia sanadora del Cristo en todas las circunstancias.
Rosa Bobia
Charlotte, Carolina del Norte, EE.UU.
