Hace unos años, leí un testimonio sobre una curación de dolor que se publicó primero en El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Lo que me interesó fue la referencia que hace el autor a la historia de Naamán, quien finalmente estuvo dispuesto a seguir la indicación del profeta Eliseo de sumergirse en el río Jordán, y entonces fue sanado de la temida enfermedad de la lepra.
El autor del testimonio dijo que él había encontrado su propia libertad al “bañarse” (sumergirse) en las verdades espirituales que se encuentran en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, y aprender acerca del Consolador, la Ciencia Divina.
El testimonio de este hombre me hizo pensar profundamente en mi vida, en una época en que necesitaba conocer al Consolador. Ya hacía diez años que estaba casada, tenía tres hijos y un esposo que sufría de alcoholismo. Vinimos de nuestro país de origen a vivir a la ciudad de Nueva York, y teníamos bastantes problemas económicos. Aunque mi esposo tenía trabajos permanentes y era muy bueno con nosotros, en sus momentos libres bebía alcohol. Así que no podíamos ni siquiera disfrutar de los fines de semana juntos. Lo que debía haber sido un momento agradable en familia, dependía de su ingestión de alcohol y mal humor.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!