Hace unos años, leí un testimonio sobre una curación de dolor que se publicó primero en El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Lo que me interesó fue la referencia que hace el autor a la historia de Naamán, quien finalmente estuvo dispuesto a seguir la indicación del profeta Eliseo de sumergirse en el río Jordán, y entonces fue sanado de la temida enfermedad de la lepra.
El autor del testimonio dijo que él había encontrado su propia libertad al “bañarse” (sumergirse) en las verdades espirituales que se encuentran en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, y aprender acerca del Consolador, la Ciencia Divina.
El testimonio de este hombre me hizo pensar profundamente en mi vida, en una época en que necesitaba conocer al Consolador. Ya hacía diez años que estaba casada, tenía tres hijos y un esposo que sufría de alcoholismo. Vinimos de nuestro país de origen a vivir a la ciudad de Nueva York, y teníamos bastantes problemas económicos. Aunque mi esposo tenía trabajos permanentes y era muy bueno con nosotros, en sus momentos libres bebía alcohol. Así que no podíamos ni siquiera disfrutar de los fines de semana juntos. Lo que debía haber sido un momento agradable en familia, dependía de su ingestión de alcohol y mal humor.
En aquella época yo buscaba a Dios con desesperación, con el deseo de saber de Él. Desde mi niñez solo había escuchado que Jesús era Dios. No comprendía qué era Dios realmente. Pero tenía la esperanza de que Él nos pudiera salvar de alguna manera de la adicción de mi esposo y sus negativas consecuencias. Deseaba que todos fuéramos felices, y le pedía a Dios que nos salvara.
Visité iglesias de varias denominaciones con mis hijos. Mi esposo se negaba a creer en Dios y no quería acompañarnos. Yo era tan infeliz que me venía la idea de pedirle el divorcio. Al pensar en ello, me doy cuenta de que esto no solo hubiera sido una separación entre esposo y esposa, sino que hubiera desunido a toda la familia.
Después de vivir así unos tres años —y sufrir de extremos dolores de cabeza crónicos, un problema desde mi niñez para el cual no lograba encontrar remedio— mi esposo se enteró acerca de la Ciencia Cristiana por un vecino, quien nos invitó a un servicio de Acción de Gracias en su iglesia, una Iglesia de Cristo, Científico. Aunque estaba cansada, seguía hambrienta de saber de Dios, y le sugerí a mi esposo que fuéramos. Aquel año, en noviembre, toda la familia asistió al servicio religioso del Día de Acción de Gracias. Al entrar a la iglesia por primera vez, vi las palabras “Dios es Amor” escritas en la pared, las cuales me llenaron de gran alegría. Al escuchar la Lección Sermón y los himnos, me embargó una sensación de paz y seguridad. Después de eso, toda nuestra familia comenzó a asistir a la iglesia y los niños asistían a la Escuela Dominical.
Como el testificante en El Heraldo, comencé a sumergirme en las sanadoras aguas de la Verdad que se encuentran en la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana. Empecé a comprender que Cristo Jesús no es Dios, sino el Hijo de Dios, y que Dios nos ama de tal manera, que envió a Su Hijo al mundo para mostrarnos que todos somos los hijos e hijas amados de Dios. Comprendí que ningún miembro de la familia podía estar separado del Amor divino. Comencé a tratar a mi esposo con ternura, y a verlo como un hijo de Dios, sano y puro. Aprendí que el hombre es espiritual, el reflejo o semejanza de Dios, la expresión perfecta del Amor. Esta definición de hombre, de Ciencia y Salud, está basada en el relato de la creación de Génesis 1 en las Sagradas Escrituras: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31).
Saber que Dios es nuestro verdadero Padre-Madre, el único creador, me liberó del peso y la angustia de ver a mi esposo como un alcohólico, y lo vi como realmente era: tranquilo, feliz y libre, y un buen marido y padre. La tristeza, el dolor y el sufrimiento que yo había estado sintiendo desaparecieron.
Después de asistir al servicio de Acción de Gracias, mi esposo también comenzó a leer la Biblia y Ciencia y Salud, y se transformó en un hombre nuevo. Aquel diciembre fue la última vez que vi a mi esposo tomar una bebida embriagante.
Cuando estaba como a la mitad de leer ese maravilloso libro, Ciencia y Salud, abandoné todas las medicinas. Eso fue en 1973 y esa fue la última vez que padecí de dolores de cabeza crónicos.
Nuestra familia pudo mantener nuestro hogar con amor y unidad. Mis hijos encontraron más seguridad y paz en nuestra casa, y yo trabajaba tranquila y a la espera de un fin de semana feliz con toda la familia. Continuamos yendo a la iglesia con regularidad. De camino a casa mi esposo y yo escuchábamos cómo nuestros hijos contaban con mucha felicidad sus experiencias y conversaciones con sus maestros de la Escuela Dominical. Mientras crecían, siempre los vi felices y sanos y confiando en Dios.
Cada uno de nuestros tres hijos fueron a la universidad y se graduaron con honores en sus diferentes carreras. Recuerdo que un día, cuando regresábamos a casa de la iglesia, mi hija menor nos dijo que quería asistir a una universidad privada. Mi esposo le respondió que eso sería económicamente imposible para nosotros. Entonces mi hija muy confiada nos dijo: “Bueno, mi maestro de la Escuela Dominical nos dijo que, si Dios es rico, nosotros no somos pobres”. Esa fe que ella tenía le concedió una beca en una universidad privada, y después de graduarse de allí, fue a una universidad “Ivy League”, es decir, muy prestigiosa, para estudiar su maestría (la cual fue pagada completamente por su empleador). Desde entonces mi hija sigue siendo una persona muy dedicada a la Ciencia Cristiana e infinitamente agradecida a Dios.
Aprender que Dios es Amor y que somos inseparables de este Amor, salvó a nuestra familia de la separación, y seguimos unidos hasta el día de hoy. Mi esposo y yo recientemente celebramos 61 años de casados con seis nietos y cuatro biznietos, y mi familia continúa creciendo en amor.
Estoy muy agradecida por las enseñanzas de la Biblia y por el obsequio de conocer a Dios por medio del estudio de la Ciencia Cristiana. La comprensión de Dios nos libera de la enfermedad y la tristeza, llenando nuestras vidas nuevamente de amor, unidad y libertad.
