Cuando mi hija pequeña de repente tuvo una erupción en su cuerpo, pensé que era una oportunidad para ver la pureza de su identidad como reflejo de Dios. Sabía que la verdadera naturaleza de mi hija era espiritual y, por lo tanto, completamente pura, jamás tocada por la enfermedad o el contagio. Le dije que era pura porque reflejaba la pureza de Dios. Ella y yo decidimos orar para ver sólo la verdad de su ser como hija de Dios.
Comprendí que Dios es absolutamente puro y la fuente de la pureza del hombre. Por ser el reflejo de Dios, mi hija no podía perder la pureza que Dios le había dado, así como Dios no podía perder Su manifestación de pureza. Por lo tanto, sería imposible que ella mostrara imperfección o algún defecto. Ni Dios ni Su manifestación pueden ser contaminados o empañados. El hijo de Dios sigue siendo Su expresión inocente, y no puede ser tocado por ninguna sugestión de impureza.
Me resultaron especialmente útiles dos declaraciones de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Como parte de su respuesta a la pregunta: “¿Qué es el hombre?”, la Sra. Eddy afirma que el hombre “no tiene ni una sola cualidad que no derive de la Deidad; …” (pág. 475). Esto me mostró que, dado que las cualidades del hombre, la verdadera identidad de cada uno de nosotros, se originan en Dios, debemos ser tan puros como Dios. Ni la fuente ni el reflejo pueden ser contaminados. El hombre incluye todos los elementos de la pureza —como claridad, novedad y frescura— y ni una sola característica de la impureza.
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