Si has sentido alguna vez que el suelo se abría debajo de tus pies —que toda tu vida daba un vuelco total— hay un mundo de alegría esperando bendecirte más profunda y permanentemente de lo que puedas imaginar. Allí mismo donde parecería que la desesperación te mantiene como rehén, una nueva vida de regeneración e ímpetu ilimitado está lista para transformar tu experiencia con la luz y el Amor divinos.
Este fue el caso en el Día de Pentecostés hace siglos, y muchos han recibido un poderoso aliento de esta inspiración y libertad espirituales a lo largo de los años desde entonces. La palabra pentecostés significa quincuagésimo día, y se ha identificado con el descenso del Espíritu Santo cincuenta días después de la resurrección de Cristo Jesús. Como parte de una concentración más grande, sus seguidores habían llegado desde diferentes regiones y grupos lingüísticos, convencidos de que se estaba por manifestar una gran revelación. Fueron movidos fuertemente a hablar mediante el Espíritu y pudieron escuchar las palabras de los demás en sus propios idiomas. El libro de Hechos lo registra: “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (2:4).
Cuando las cosas se ven completamente oscuras, es cuando tenemos la mayor oportunidad de experimentar el resplandor más puro y radiante.
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