Hace muchos años sentía que estaba a punto de ser atrapado en una vida de soledad, sin carrera ni compañía. Pronto me graduaría de la universidad, y a mi alrededor los estudiantes se estaban comprometiendo, encontrando futuros compañeros con gran alegría. Tuve citas, pero cada una de ellas pareció ser un error. Me sentía abandonado, como un barco encallado en una costa vacía al bajar la marea.
Estaba acostumbrado a orar por las dificultades en mi vida, y razoné que orar pacientemente antes de una partida —en este caso, mi partida de la universidad— despeja el camino. Los pensamientos de animosidad, desaliento, o errores o fracasos pasados tienden a impedirnos progresar. Pero la expectativa de sentir la bondad de Dios y la anticipación de la alegría y la armonía nos elevan y liberan para tener un avance oportuno.
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy afirma: “Sintamos la energía divina del Espíritu, que nos lleva a renovación de vida y no reconoce ningún poder mortal ni material como capaz de destruir” (pág. 249). Sentir la energía divina nos aparta de las corrientes dañinas, abre puertas cerradas y reúne a las personas en armonía y amistad. El movimiento hacia adelante se produce naturalmente al captar el “impulso” de la espiritualidad, que gravita hacia Dios y no deja a nadie atrás en una costa inhóspita.
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