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Original Web

PARA JÓVENES

¿Soy un fraude?

Del número de abril de 2023 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 16 de enero de 2023 como original para la Web.


Allí estaba yo, en una cita con un chico que me gustaba, y no lograba articular ni una palabra. No podía pensar en nada para decir, y mis respuestas a sus preguntas eran breves y apenas un murmullo. Me llevó a casa y nunca volví a saber de él. 

Esta experiencia fue dolorosa, pero tampoco fue única. Como adolescente y adulta joven, ocasionalmente luchaba con la baja autoestima, que consideraba un rasgo de familia. Había visto a otros parientes sufrir de la misma falta de capacidad para expresarse y la vergüenza que la acompañaba. Y me dejó sintiéndome indigna, como si tarde o temprano descubrieran que era un fraude. ¡Tenía miedo de que otros descubrieran que tal vez realmente no tenía nada que decir!

Desarrollé algunos mecanismos de defensa útiles, como llegar tarde a los eventos e irme temprano para no tener que hablar con nadie. Eso quizá haya evitado conversaciones incómodas, pero no resolvió el problema. No obstante, no me esforcé mucho por encontrar alguna otra solución, porque pensaba que la baja autoestima era algo con lo que tenía que vivir. 

Había crecido asistiendo a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, donde aprendí a orar por mí misma, pero sobre todo oraba simplemente cuando no me sentía bien. Ahora quería aplicar lo que sabía acerca de Dios a otro tipo de cosas en mi vida. Comencé por conocer mejor a Dios.

Al principio, no hice ninguna conexión entre aprender acerca de Dios y encontrar la forma de liberarme de esos sentimientos de inferioridad. Pero un día, tuve un momento decisivo. Mi jefe me llamó a su oficina para conversar. De inmediato me quedé helada, pensando: “Se enteró”. Entonces, me vino una respuesta a ese pensamiento: “¿Se enteró de qué?”.

Parece una pregunta tan sencilla, pero sentí que un poder sanador la respaldaba, así que supe que venía de Dios. En ese momento, me di cuenta de cuán absurdo era mi miedo, y desapareció. Pude asistir a la reunión con calma y confianza, la que resultó ser tan solo la revisión de rutina de un proyecto en el que estábamos trabajando.

Después de escuchar esa pregunta, “¿Se enteró de qué?” Decidí orar más profundamente sobre esta sensación de ser un fraude. Lo primero que se me ocurrió fue reconocer que mi verdadera identidad derivaba puramente de Dios y, por lo tanto, era armoniosa en todo sentido. No era algo que hubiera heredado de una larga lista de personas. Mi base para esto fue una declaración que me encantaba de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy: “En la Ciencia el hombre es linaje del Espíritu. Lo bello, lo bueno y lo puro constituyen su ascendencia” (pág. 63). Cuando apliqué esta idea a mí misma, comencé a desenrollar los pensamientos que sugerían que estaba obligada a sentirme inferior, como si fuera una ley. 

Sí, este concepto de quién era yo había parecido convincente durante mucho tiempo, pero a través de mis oraciones, estaba llegando a ver que era una visión equivocada. No era más que una sugestión y no tenía por qué ser mi realidad. En cambio, quedó claro que soy la hija de Dios, mi Padre-Madre, y que este es el fundamento de mi identidad.

Parecía como si estuviera saliendo de un túnel oscuro hacia una luz brillante, y una paz y calidez increíbles se apoderaron de mí. Sentí la presencia de Dios. Vi esto como una confirmación de mi legitimidad como individuo, no un fraude, y que nunca había heredado la baja autoestima.

Aunque no comencé a hablar mucho más instantáneamente, empecé a sentirme más cómoda en las conversaciones. Una comprensión más profunda de mi permanente relación con Dios había silenciado mis temores y me había permitido sentir el amor de Dios. Esto también me ayudó a prestar menos atención a mí misma y más a los que me rodeaban, y a hacer un esfuerzo por ser compasiva cuando otra persona estaba luchando con algo.

Ahora, muchos años después, estas lecciones se han quedado conmigo, ¡y continúan expandiéndose! Se ha vuelto natural para mí reconocer que todos somos hijos del Espíritu divino, y expresamos nuestra identidad genuina como reflejo de Dios y relacionándonos unos con otros cómoda y libremente. 

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