En octubre de 2019, me desperté en medio de la noche con la repentina sensación de que todo mi cuerpo estaba fallando y yo estaba a punto de morir. Esto llegó sin previo aviso; me había sentido bien el día anterior. Ahora estaba abrumado por el miedo. Desperté a mi esposa y oramos juntos como se nos enseña en la Ciencia Cristiana; afirmamos que Dios es la única Vida infinita, de modo que Dios es mi vida. Debido a este hecho, me di cuenta de que no estaba en peligro y podía estar seguro y sin temor con ese conocimiento. Pude descansar un poco más esa noche, pero al día siguiente parecía haber perdido el control sobre mis funciones corporales.
Inmediatamente, le pedí ayuda por medio de la oración a un practicista de la Ciencia Cristiana. Había experimentado otras curaciones significativas y confiaba en sanar ahora. El practicista fue amoroso y firme.
Pero durante el mes siguiente, no pude salir de la casa en absoluto, perdí peso rápidamente y apenas dormía. Tengo un trabajo de tiempo completo desde casa y mantuve mi horario hasta cierto punto, y me tomé tan solo una semana libre. Hubo algunas ocasiones más en las que pensé que estaba a punto de morir. Aunque nunca había pensado que debía rendirme a la muerte, sentí tristeza y culpa ante la perspectiva de abandonar a mi esposa.
No obstante, se produjo la curación, y llegó de una manera tan inesperada que solo más tarde pude mirar hacia atrás e identificarla como tal. Eran alrededor de las dos de la madrugada una noche, a mediados de noviembre. De nuevo me sentí al borde de la muerte. Tropecé en el dormitorio y desperté a mi esposa. Ella me escuchó mientras expresaba mi angustia.
Aquí necesito decirles algo que aprendí en la instrucción de clase de la Ciencia Cristiana. Mi maestro nos recordó tres mentiras agresivas para protegernos mentalmente. Una es que la Ciencia Cristiana no sana. Otra es que la Ciencia Cristiana sana, pero no puede sanarme a mí. La tercera es que la Ciencia Cristiana sana, pero yo no poseo suficiente comprensión espiritual como para tener éxito en la curación. Mientras hablaba con mi esposa esa noche, me di cuenta de que en realidad le había expresado estos tres errores en voz alta. Me sentí muy humilde, y supe que debía ver estas falsedades como mentiras, y por lo tanto, no como parte de mí ni de nadie.
A partir de ese momento empecé a mejorar mentalmente. Mi actitud se estaba elevando. Todavía dormía muy poco y a veces tenía un dolor intenso. Pero persistí en conocer mi verdadera identidad como el reflejo de la Mente infinita. Seguí orando con los hechos básicos de la Ciencia Cristiana: que dado que el hombre (es decir, la verdadera identidad espiritual de todos) es la expresión perfecta de la Mente infinita, Dios, el dolor y la enfermedad no podían tocarme más de lo que podían tocar a la Mente que me concibe y gobierna. Todo se redujo a esto: ¿Puede Dios estar enfermo? ¿Puede Dios experimentar dolor? ¡No! Entonces, ¿cómo podrían la enfermedad y el dolor ser verdad de la propia imagen de Dios? Me aferré como pegamento a esta simple verdad espiritual y supe que la armonía era la realidad de mi existencia.
Después de Navidad mejoré rápidamente. Cada noche pude dormir un poco más, y el dolor disminuyó. A fines de enero, mi salud había mejorado tanto que podía dormir toda la noche. Programé un examen físico requerido para la póliza del seguro de vida, que había pospuesto, y el 5 de febrero me dieron un certificado de buena salud.
Al recordar lo sucedido, puedo ver que el momento decisivo en noviembre fue cuando se produjo la verdadera curación, a pesar de que no hubo mejoría física por un tiempo después de eso. Y me di cuenta de que fue ese día de febrero que marqué las “señales que le seguían” (véase Marcos 16:20).
No obstante, ser restaurado físicamente, si bien fue maravilloso, no fue tan significativo como la iluminación y la regeneración mental que cambiaron toda mi perspectiva. Me convertí en una persona diferente debido al enorme crecimiento espiritual que había experimentado. Hasta cierto punto, me había “despojado del viejo hombre”.
No podría mencionar en este espacio todo lo que aprendí. Pero una cosa de la que me di cuenta ampliamente fue la necesidad de dejar de lado la justificación propia. Sentí cómo se suavizaba y disolvía la dureza de pensamiento y corazón a través de la actividad del Cristo, el ideal espiritual de Dios, que actúa como una influencia sanadora en la consciencia humana.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribe: “El efecto de esta Ciencia es estimular la mente humana hacia un cambio de base, sobre la cual pueda ceder a la armonía de la Mente divina” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 162).
Experimenté este cambio de base en mi pensamiento y me entregué completamente a él. Mi sentido fundamental de la vida y la inteligencia ahora se basaba mucho más en el Espíritu en lugar de en la materia o en una mentalidad basada en ella. Descubrí que podía mantenerme con confianza sobre esta base inquebrantable.
Aprendí que, como idea de Dios, el hombre no puede ser mesmerizado. No se nos puede hacer creer que la enfermedad o el dolor son algo real, puesto que Dios nunca los creó y no los conoce. Por lo tanto, sabía que en mi verdadera consciencia espiritual nunca había aceptado la mentira de que el dolor y la enfermedad son reales.
No puedo dejar de resaltar la importancia de esta verdad espiritual y su poder sanador. El único sufrimiento debido al dolor y debilidad es la falsa creencia de que el dolor y la debilidad son reales. Cuando comprendí esto, no tuvieron más poder sobre mí. Afirmé con confianza que expreso la pureza y perfección de la Mente, Dios, y nunca puedo ser hipnotizado por la ilusión de que vivo en la materia.
La curación en la Ciencia Cristiana no intenta tratar a un hombre imperfecto o una condición material. Ninguna de esas cosas es real. El trabajo en la Ciencia Cristiana es comprender que la mentira acerca del hombre es irreal, no tiene ningún tipo o carácter, y ver que el Cristo, la verdadera idea divina, no solo expulsa el error del pensamiento, sino que revela en cambio al hombre santo, moral, espiritual y bondadoso que es nuestra verdadera y permanente identidad. Esta comprensión espiritual reforma y renueva el pensamiento.
Esta renovación, y la gratitud diaria que siento, son más importantes para mí que cualquier otra cosa. Estoy profundamente agradecido de saber y probar que no hay ninguna ley que nos impida a ti o a mí demostrar esta Ciencia o verdad espiritual que ya está a la mano y siempre disponible para sanar y bendecir.
Aaron Dyer
Dallas, Texas, EE.UU.