¿Puede Dios satisfacer nuestras necesidades en circunstancias formidables cuando nuestros recursos habituales están fuera de nuestro alcance? Considera la experiencia del rey David, quien se vio obligado a huir de Jerusalén por la rebelión armada de su hijo Absalón.
La Biblia relata que David y sus partidarios pusieron su campamento cerca de una ciudad llamada Mahanaim, donde fueron amablemente provistos por hombres que “trajeron a David y al pueblo que estaba con él, camas, tazas, vasijas de barro, trigo, cebada, harina, grano tostado, habas, lentejas, garbanzos tostados, miel, manteca, ovejas, y quesos de vaca, para que comiesen; porque decían: El pueblo está hambriento y cansado y sediento en el desierto” (2 Samuel 17:28-29).
¡Qué abundancia! Dios derramó Su amor sobre David y sus hombres de una manera que trae a la mente Salmos 78:19 (LBLA): “¿Podrá Dios preparar mesa en el desierto?”.
Todo el bien es espiritual y viene de Dios, incluso cuando parece que son las personas las que dan. No importa cómo aparezca, la provisión es una manifestación de Dios, la Mente divina, la única fuente de vida. Cuando esos hombres dieron tan generosamente a David —o cuando alguien da a otro— el dar es, en última instancia, una expresión de lo que somos como hijos de Dios, hechos a Su semejanza. Es nuestra naturaleza reflejar a Dios. Podemos dar generosamente porque Dios da sin medida. Y cuando vemos a otros dar, vemos que Dios, el Amor, es expresado por Sus hijos e hijas.
La “mesa” de Dios representa el bien infinito y omnipresente que siempre está a mano. ¿Cuál es nuestra función al discernir esta bondad? El ejemplo de David es instructivo. No reaccionó con temor o enojo a la traición de su hijo. Recurrió con confianza a Dios y cedió a la voluntad divina. Él dijo: “Si hallo gracia ante los ojos del Señor, me hará volver… que haga conmigo lo que bien le parezca” (2 Samuel 15:25, 26, LBLA). Al ceder a Dios, David encontró la mesa de Dios en el desierto.
Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, vio el potencial del desierto no para que sea un lugar vacío o sin salida, sino un estado de revelación y progreso. El Glosario de su texto clave sobre la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, define el desierto en parte como “espontaneidad de pensamiento e idea; el vestíbulo en que el sentido material de las cosas desaparece, y el sentido espiritual revela las grandes realidades de la existencia” (pág. 597). Los desiertos o pruebas que enfrentamos nos proporcionan un espacio u oportunidad para que abandonemos el sentido material limitado de la vida y abracemos el hecho espiritual del reino de Dios a nuestro alcance.
Cristo Jesús comenzó su ministerio diciendo: “El reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). E hizo más que proclamar este hecho; él lo demostró sanando enfermedades, echando fuera el pecado y resucitando a los muertos. La gente buscaba a Jesús, incluso siguiéndolo hasta el desierto, para escuchar sus enseñanzas y sanar. Cuando no había comida para ellos, Jesús demostró que lo que parecía un lugar salvaje y estéril no era estéril en absoluto para la percepción espiritual. Los pocos panes y peces disponibles se multiplicaron para alimentar ampliamente a cinco mil personas. Fueron alimentados moral, espiritual y físicamente.
El Cristo viene a nosotros para destruir el sentido humano de carencia o mal y para revelar la omnipresencia de Dios, el bien, aquí y ahora. Ciencia y Salud nos asegura: “El Cristo, como la idea espiritual o verdadera de Dios, viene ahora, como antaño, predicando el evangelio a los pobres, sanando a los enfermos y echando fuera los males” (pág. 347). Cristo viene a nosotros, y nosotros venimos al Cristo. A través de nuestras oraciones, mansedumbre, corazones y mentes receptivos y la disposición de ceder a Dios, llegamos a la mesa que Dios nos proporciona. Los desiertos que enfrentamos tienen muchas formas y tamaños, todos los cuales ofrecen oportunidades para descubrir el bien omnipresente de Dios.
Cuando me mudé al otro lado del país para aceptar un nuevo trabajo, mis amigos me hicieron una despedida maravillosa. No obstante, no tenía familiares ni amigos que me dieran la bienvenida en mi nueva ciudad, así que me sentí muy sola e inestable. Me volví a Dios, confiando en que Su provisión completa se haría evidente de la manera más apropiada para mí. No quería comenzar aceptando la falsa imagen de que algo bueno faltaba y necesitaba ser adquirido. En cambio, dado que todo lo bueno viene de Dios y expresa Su amor continuamente, me regocijé en cada evidencia de bien a mi alrededor, cada expresión de bondad y amistad, por más pequeña que fuera.
Comencé a conocer gente tanto en el trabajo como en la iglesia. Pronto me hice amiga de una mujer que también era una nueva empleada en el mismo departamento, y comenzamos a apoyarnos mutuamente en todo lo nuevo que enfrentábamos. Nos divertimos explorando algunas áreas de la ciudad juntas. Varias semanas después, otra mujer me invitó a cenar y nos hicimos buenas amigas. Dios había puesto una mesa delante de mí.
Hay otro gran beneficio al encontrar la mesa que Dios nos proporciona: somos más capaces de expresar el Amor divino al dar a los demás. Cada uno de nosotros, a nuestra manera, puede ser como aquellos que trajeron provisiones a David. Escuchando la dirección del Amor, descubriremos formas apropiadas de ayudar a nuestras familias, iglesias, comunidades y a los necesitados en todo el mundo. Nuestras donaciones pueden incluir ser voluntarios o hacer contribuciones financieras, y cada vez más pueden incluir orar por la curación de los problemas que enfrenta la humanidad.