Después de graduarme de la universidad y comenzar mi carrera profesional, me dieron un ejemplar del Christian Science Sentinel. Yo no sabía nada acerca de la Ciencia Cristiana en ese momento. Sin embargo, cuando leí los testimonios de curación registrados en las páginas de la revista —curaciones que se lograron solo a través de la oración, en lugar de medios médicos— sentí como si una llama se hubiera encendido profundamente dentro de mí. Fue evidente desde el principio que esta llama eclipsaría mi amor por mi profesión actual.
Años antes, había esperado encontrar algún día un medio diferente de bienestar y atención médica al que conocía. De las historias del Nuevo Testamento de la Biblia, había observado que Dios es sabio y amoroso, y también todopoderoso. Sobre esta base, confiaba en que en algún momento encontraría el tipo de cuidado afectuoso que introdujeron las curaciones de Cristo Jesús, el cuidado perfecto que Dios nos proporciona. Mientras leía los relatos de las curaciones de la Ciencia Cristiana en el Sentinel ese día, me di cuenta de que mi esperanza se estaba cumpliendo.
De ahí en más, me dediqué seriamente a aprender todo lo que pudiera sobre la Ciencia Cristiana. Al mismo tiempo, continué ejerciendo mi profesión. Sin embargo, la llama que se encendió cuando leí por primera vez esos testimonios se hizo más brillante y cálida. Pronto tomé instrucción de clase Primaria, un curso de estudio que explica las enseñanzas de la Ciencia del Cristo y cómo practicar la curación mediante el Cristo para uno mismo y para los demás.
Me encantaba lo que estaba aprendiendo sobre nuestra identidad espiritual del libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana. Ella explica: “La identidad es el reflejo del Espíritu, el reflejo en formas múltiples y variadas del Principio viviente, el Amor” (pág. 477).
Fue esclarecedor descubrir que mi identidad está anclada en el Espíritu, otro nombre para Dios, y es animada por el perpetuo poder de Dios, que es Amor. Esto me ayudó a apartarme del sentido limitado de identidad, que me considera sujeta a la herencia y circunscrita dentro de un cuerpo material. Como resultado de esta comprensión, tuve curaciones físicas mediante la Ciencia Cristiana. Con cada curación, mi deseo de dedicarme al trabajo sanador fue en aumento.
De la mano de Dios, encontraremos que tenemos por delante una travesía alegre, rica en curaciones.
A medida que las curaciones se multiplicaban, aprendí que el progreso en la Ciencia Cristiana siempre es ascendente, que cada inspiración sanadora prueba más de la infinitud de Dios; cada pico espiritual alcanzado revela más picos aún por dominar. Me preguntaba si alguien podría aprender lo suficiente o probar su individualidad espiritual lo suficiente como para sentir que estaba calificado para ser un sanador.
No obstante, la Ciencia Cristiana nos enseña acerca de la perfección que Dios nos ha dado y nos pone a trabajar para demostrarla. Este no es el trabajo de un día o incluso de toda una carrera. Al pensar en esto, descubrí que la sugestión de que tendríamos que probar la totalidad de nuestra propia perfección espiritual antes de poder ayudar a otros a sanar, era una sugestión falsa.
También me di cuenta de que no era mi personalidad ni la de nadie más lo que me había sanado. La Verdad divina revelada en la Ciencia Cristiana lo había hecho. Cada vez que sanaba, la verdad de Dios, el Amor y la creación perfecta del Amor cobraban vida para mí. Esta fue una revelación del Espíritu que vino de una manera que pude comprender. De estas experiencias, descubrí que la curación es la evidencia de que Dios, el Amor, cuida de nosotros.
La Ciencia Cristiana nos enseña acerca de la perfección que Dios nos ha dado y nos pone a trabajar para demostrarla.
Uno de los himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana identifica este poder sanador como el Cristo, ejemplificado por la vida de Jesús: “El Cristo rasga del error el velo” (Rosa M. Turner, N° 412, © CSBD). Y Eddy explica: “El Cristo es la verdadera idea que proclama el bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana” (Ciencia y Salud, pág. 332).
Dios es el sanador. Ser practicista de la Ciencia Cristiana no consiste en alcanzar el propio cenit espiritual. Se trata de ser testigo de lo que Dios está haciendo. De comprender y honrar a Dios como el único poder, y a nosotros mismos y a los demás como la creación perfecta de Dios. Ninguna persona causa la curación, por más que esa persona tenga un corazón cálido y otras atractivas características espiritualmente.
Esta idea de la Biblia me ha resultado útil para mantener mi razonamiento espiritual en el buen camino: “Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócele en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas” (Proverbios 3:5, 6 LBLA).
Sobre esta base, finalmente superé la falta de confianza en mí misma que me había impedido seguir adelante con el deseo de ayudar a otros a través de la práctica de la Ciencia Cristiana. Cuando comencé mi práctica pública, fue una alegría descubrir que Dios está con nosotros a cada paso del camino, cada hora. Dios es Amor, y nuestro deseo de amar a Dios y a los demás a través de nuestro trabajo como sanador cristiano tiene su fuente en Dios y es suministrado por Él. Como muestran la vida y las obras sanadoras de Cristo Jesús, Dios es la única Verdad, poder y Principio de toda la existencia, el sostenedor infalible de toda Su gloriosa creación. De la mano de Dios, encontraremos que tenemos por delante una travesía alegre, rica en curaciones.