Cuando era una niña pequeña, amaba la Ciencia Cristiana y pensaba que era Científica Cristiana. Mis padres habían crecido yendo a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y confiaban en esta Ciencia para todas nuestras necesidades.
Un día, cuando apenas tenía edad para ir a la escuela, estaba jugando con unos amigos y alguien mencionó que “nadie es perfecto”. Si bien la perfección humana no es la meta en la práctica de la Ciencia Cristiana, con la inocencia propia de un niño insistí en que todos éramos perfectos, ¡los hijos perfectos de Dios! Además, una de mis abuelas había mencionado que no hay otro poder más que el bien, y eso permaneció conmigo. Mi otra abuela a menudo me cantaba himnos de Mary Baker Eddy, y mi tía abuela me contaba de sus viajes alrededor del mundo como institutriz y sus curaciones en la Ciencia Cristiana.
Me casé con un hombre que era de otra denominación cristiana, así que asistíamos a las iglesias uno del otro. Poco después, sentí que mi lugar era servir en la iglesia de la Ciencia Cristiana. Mi esposo se unió a mí. Nuestros hijos fueron a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y un domingo, cuando salíamos de la iglesia, el Secretario salió y se acercó a nuestro auto con solicitudes para afiliarse, invitándonos a hacernos miembros.
No pensé que fuera una estudiante “lo suficientemente buena” como para ser miembro, pero llené la solicitud y la entregué. A medida que continuaba estudiando la Ciencia Cristiana y comprendía mi perfección como reflejo de Dios, humildemente superé el falso concepto de que no era digna de servir como discípula de Cristo.
Cuando llegó el momento de reunirme con el comité de miembros para una entrevista, me preocupaba no tener las respuestas correctas a sus preguntas. Cuando me preguntaron si tenía alguna curación que contarles, no pude pensar en ninguna. A pesar de que siempre había dependido completamente de Dios para resolver problemas —incluso para tener curaciones— sentí que no había tenido grandes problemas para sanar. Uno de los entrevistadores me dijo que la Ciencia Cristiana también era preventiva, y esto me impresionó. Pude ver cómo el estudio regular y consecuente de la Ciencia Cristiana nos beneficiaba a mi familia y a mí. Fui aceptada como miembro.
Inicialmente, pensé que nunca daría un testimonio en una reunión de los miércoles; sin embargo, un miércoles, me sentí tan inspirada por las lecturas y los himnos, que me levanté y expresé mi gratitud. He dado testimonios muchas veces desde entonces.
Pude ver cómo el estudio regular y consecuente de la Ciencia Cristiana nos beneficiaba a mi familia y a mí.
Unos años más tarde, un amigo que era practicista de la Ciencia Cristiana me animó a pensar en tomar instrucción de clase Primaria de la Ciencia Cristiana. No sabía nada al respecto, y nuevamente surgió esta idea de no ser una estudiante “lo suficientemente buena” de la Ciencia Cristiana. Lo pensé un poco, y mientras estudiaba con regularidad la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, el deseo de tomar instrucción de clase se hizo más real para mí.
En pocos años fui guiada a tomar instrucción de clase, y fue la experiencia más maravillosa que he tenido. Me enseñó a orar y a dar tratamiento en la Ciencia Cristiana; cómo afirmar la totalidad y omnipresencia de Dios, negar las creencias falsas de la mente mortal, ser un ejemplo de las cualidades de Dios —Amor y Principio— con toda certeza, y comprender que tengo dominio, ya que “el hombre es la expresión del ser de Dios” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 470). Un resultado maravilloso fue que sané de episodios de depresión e inseguridad.
Cuando todos mis hijos estaban en la escuela, decidí estar disponible para orar por los demás como practicista de la Ciencia Cristiana. En poco tiempo, fui elegida para servir como Primera Lectora de nuestra iglesia. Eso fue algo que nunca pensé que sería capaz de hacer, pero mi maestra de la Ciencia Cristiana me animó con mucho amor. Se podría decir que me estaba animando a saber que yo era lo suficientemente buena, de la manera en que este pasaje del Manual de La Iglesia Madre de la Sra. Eddy guía a los maestros a apoyar a sus alumnos: “Un maestro no deberá asumir control personal de sus alumnos ni intentará dominarlos, pero deberá considerarse moralmente obligado a promover su progreso en la comprensión del Principio divino, no sólo durante el curso, sino también después del mismo, cuidando bien de que demuestren ser de sentimientos sanos, y prácticos en Ciencia Cristiana” (pág. 83).
Mi práctica de la Ciencia Cristiana creció y fui aceptada como practicista listada en el Journal. La congregación de nuestra iglesia comenzó a aumentar, y decidimos abrir una Sala de Lectura en un centro comercial, abierta seis días a la semana.
He estado muy agradecida por cada amoroso y alentador amigo de la Ciencia Cristiana y los miembros que con tanta disposición sirven a nuestra iglesia. Las sugestiones de que no somos “lo suficientemente buenos” para contribuir a la iglesia o para sanar y ser sanados no pueden detener nuestro crecimiento y desarrollo espiritual. La constancia y un corazón dispuesto son cruciales.