Hace un tiempo, me conmovió profundamente esta declaración del Manual de la Iglesia Madre, por Mary Baker Eddy: “La gratitud y el amor deberían reinar en todo corazón cada día de todos los años” (pág. 60).
Me conmovió y resonó en mi corazón como una hermosa puesta de sol que inspira al espectador. Fue como el suave abrazo de una madre amorosa que dice: “No tienes que tener miedo ni preocuparte. Todo está bien. Sé feliz. Ya está todo solucionado”. Quería aprender más sobre esta gratitud y amor.
Debido al hermoso entorno natural en el que vivo, a menudo me siento plena de amor y gratitud por Dios. Los exuberantes bosques y prados, los inesperados encuentros con la variedad maravillosamente colorida de animales que viven aquí —ciervos, zorros, tejones, grullas, ovejas, burros, caballos— todos son recordatorios de la paz y la perfección completa de la creación de Dios. En este ambiente, el mundo alude al bien descrito en el primer relato bíblico de la creación: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31).
Estoy descubriendo que cuanto más se llena mi pensamiento de amor, más agradecida me vuelvo. Me siento elevada a un estado mental feliz y saludable. La alegría y la serenidad emergen, sin dejar espacio para el miedo o la negatividad. La paz impregna mi consciencia; una paz que no es pasiva, sino alegre, activa y presente. Es un estado de total armonía.
Cuando era joven, experimenté el efecto edificante de la gratitud y el amor. Había vivido una infancia bastante protegida, pero cuando estaba en la universidad, viajé a África Oriental con una amiga y de repente, por primera vez, me encontré en un mundo completamente distinto. Las personas que me rodeaban se veían muy diferentes a mí, y me sentí sumamente inexperta.
A pesar de esto, disfruté de mis viajes. Todo era nuevo e interesante, y rápidamente me sentí como en casa. No obstante, poco después de comenzar nuestro viaje, contraje malaria y la gente temió por mi vida. Durante varios días permanecí en la cama en un hostal, débil, con fiebre alta y deprimida. Me hubiera gustado llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana, pero en aquella época no había teléfonos celulares ni computadoras personales. Mientras tanto, mi amiga, que no era Científica Cristiana, trataba de localizar un médico en nuestra área. Estábamos completamente solos.
Cada uno de nosotros es capaz de expresar gratitud y amor aquí y ahora, y en todo momento.
Un día, cuando desperté de un episodio de fiebre, tuve un pensamiento desesperado: “¿Será este mi fin?”. Al estar demasiado agotada como para levantarme, me resigné a mi destino. En ese momento estaba lista para morir. Indefensa y cansada, me sumí nuevamente en un sueño intranquilo.
Cuando me desperté nuevamente, escuché una canción. Quería levantarme para ver de dónde venía, pero estaba demasiado débil y volví a caer en la cama. La canción era un himno que mi madre me cantaba cuando era niña y no me sentía bien. Es de un poema de Mary Baker Eddy sobre Dios, el Amor divino. El mismo dice en parte:
Tú, que esperanza a todos das,
nos libras del rencor.
Tu amor la vida es en verdad,
pues Vida es sólo Amor.
(Himnario de la Ciencia Cristiana, Himno N° 30)
Estas palabras, que en realidad estaba escuchando en el pensamiento, llegaron a lo más profundo de mi ser. Vinieron como un mensaje sustentador desde el hogar. Fueron el abrazo amoroso y tierno de nuestro Padre-Madre Dios, quien me cuidó y me aseguró: “Todo está bien. No te preocupes. Eres infinitamente amada”.
Lágrimas de gratitud corrieron por mis mejillas. Este amoroso mensaje fue inimaginablemente reconfortante. Ya no me sentía sola porque sabía que era la hija amada de Dios. Había un Padre-Madre que me amaba infinitamente y estaba allí mismo conmigo. Podía sentir este amor. Me rodeaba, me envolvía. Reconfortada y llena de gratitud, me acurruqué en la cama y esta vez caí en un sueño profundo y tranquilo.
Cuando desperté, me sentí renovada, fortalecida y saludable. Estaba completamente restablecida. Para entonces, mi compañero de viaje había localizado a un médico, quien me examinó y dijo con una sonrisa: “Nunca he visto a una persona más sana que tú”.
Estoy segura de que puedes imaginar mi infinita gratitud. Esta gratitud y amor no me abandonaron durante el resto de mi viaje por África Oriental. Era como una luz que me rodeaba. Otras personas parecían sentirlo. Estaban felices de sentarse junto a mí y me trataban como a una querida amiga. A menudo me llevaban a ver a sus enfermos. Realmente no sabía por qué lo hacían o qué se suponía que yo debía hacer. Una cosa sí sabía: “No te preocupes. Todo está bien. ¡Tu Padre-Madre Dios te ama infinitamente, y Dios es grandioso!”. Las curaciones ocurrían de una manera completamente natural y simple. La Sra. Eddy escribe en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La profundidad, la anchura, la altura, el poder, la majestad y la gloria del Amor infinito llenan todo el espacio. ¡Eso basta!” (pág. 520).
Verdaderamente, puesto que el Amor infinito llena todo el espacio, no hay lugar para corrientes o circunstancias que vayan en contra de ese Amor. Donde hay plenitud, no hay escasez. Donde reina la paz, no puede haber discordia. Donde vive el amor, no hay odio.
Lo que más me conmueve de la frase: “La gratitud y el amor deberían reinar en todo corazón cada día de todos los años”, es la certeza absoluta de que soy capaz de expresar gratitud y amor aquí y ahora y en todo momento. No importa en qué situación me encuentre. Ya sea enfermedad, relaciones humanas difíciles, angustia o peligro, la gratitud y el amor están ahí. Viven en nuestros corazones. Son una parte sólida de nuestra vida por toda la eternidad.
Esta declaración no es un compromiso que deba cuidarse y asimilarse nuevamente cada día. Es un hecho eterno: la gratitud y el amor reinan cada día en nuestros corazones. No necesitamos adquirirlos. Ya están dentro de nosotros.
Desde esta experiencia, afirmo esto cada día y encuentro que estos dones espirituales cobran vida en mí e irradian hacia afuera. ¿Has visto alguna vez cómo una cara triste y cansada se ilumina cuando el amor le trae una sonrisa? ¿Cómo, de un momento a otro, la gratitud puede transformar el rostro de alguien en felicidad y belleza? El Amor tiene ese efecto, e incluso la chispa más pequeña puede convertirse en una gran llama.
Ciencia y Salud dice: “Un único Dios infinito, el bien, unifica a los hombres y a las naciones; constituye la hermandad del hombre; pone fin a las guerras; cumple el mandato de las Escrituras: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’; aniquila la idolatría pagana y la cristiana, todo lo que está errado en los códigos sociales, civiles, criminales, políticos y religiosos; equipara los sexos; anula la maldición que pesa sobre el hombre, y no deja nada que pueda pecar, sufrir, ser castigado o destruido” (pág. 340).
Alimentemos la llama de la gratitud y el amor, y permitamos que arda para que podamos ver cumplida esta promesa.