Hace un tiempo, me conmovió profundamente esta declaración del Manual de la Iglesia Madre, por Mary Baker Eddy: “La gratitud y el amor deberían reinar en todo corazón cada día de todos los años” (pág. 60).
Me conmovió y resonó en mi corazón como una hermosa puesta de sol que inspira al espectador. Fue como el suave abrazo de una madre amorosa que dice: “No tienes que tener miedo ni preocuparte. Todo está bien. Sé feliz. Ya está todo solucionado”. Quería aprender más sobre esta gratitud y amor.
Debido al hermoso entorno natural en el que vivo, a menudo me siento plena de amor y gratitud por Dios. Los exuberantes bosques y prados, los inesperados encuentros con la variedad maravillosamente colorida de animales que viven aquí —ciervos, zorros, tejones, grullas, ovejas, burros, caballos— todos son recordatorios de la paz y la perfección completa de la creación de Dios. En este ambiente, el mundo alude al bien descrito en el primer relato bíblico de la creación: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31).
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