“Algunos confían en carros, y otros en caballos; mas nosotros en el nombre del Señor nuestro Dios confiaremos” (Salmos 20:7, LBLA). Me encanta este pasaje de la Biblia. Me muestra que hay leyes de Dios —leyes intemporales y eternas— que son más elevadas que los recursos humanos y nos brindan protección a todos.
Hace años, mi esposo y yo éramos dueños de una casa rodante de 9 metros. Durante una tormenta torrencial, se atascó en el lodo, patinó y salió fuera de la carretera. El barro llegaba hasta los tobillos en el lado del conductor, y la parte trasera del vehículo estaba hundida profundamente hasta el eje. Le hicimos señas a un camión que pasaba, pero no pudieron ayudar. Dijeron que iban a advertir a otros campistas sobre una posible ruptura en una presa.
Sabía por pasadas experiencias de curación que mis oraciones no tenían por qué ser complicadas. Estas experiencias me habían demostrado que podíamos confiar en Dios, el Amor divino, y que obtendríamos la ayuda que necesitábamos. Así que le pedí a mi esposo, que no era miembro de La Iglesia Madre en ese momento, que leyera conmigo la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Normalmente, hubiera dicho algo como esto: “Tú lee la lección; yo tengo que ir a hacer algo sobre esta situación”. En cambio, dejó sus zapatos en el barro y se unió a mí.
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