“Algunos confían en carros, y otros en caballos; mas nosotros en el nombre del Señor nuestro Dios confiaremos” (Salmos 20:7, LBLA). Me encanta este pasaje de la Biblia. Me muestra que hay leyes de Dios —leyes intemporales y eternas— que son más elevadas que los recursos humanos y nos brindan protección a todos.
Hace años, mi esposo y yo éramos dueños de una casa rodante de 9 metros. Durante una tormenta torrencial, se atascó en el lodo, patinó y salió fuera de la carretera. El barro llegaba hasta los tobillos en el lado del conductor, y la parte trasera del vehículo estaba hundida profundamente hasta el eje. Le hicimos señas a un camión que pasaba, pero no pudieron ayudar. Dijeron que iban a advertir a otros campistas sobre una posible ruptura en una presa.
Sabía por pasadas experiencias de curación que mis oraciones no tenían por qué ser complicadas. Estas experiencias me habían demostrado que podíamos confiar en Dios, el Amor divino, y que obtendríamos la ayuda que necesitábamos. Así que le pedí a mi esposo, que no era miembro de La Iglesia Madre en ese momento, que leyera conmigo la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Normalmente, hubiera dicho algo como esto: “Tú lee la lección; yo tengo que ir a hacer algo sobre esta situación”. En cambio, dejó sus zapatos en el barro y se unió a mí.
Lo primero que leímos fue: “Confía en el Señor con todo tu corazón; y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócele en todos tus caminos, y él enderezará tus sendas” (Proverbios 3:5, 6, LBLA). Al poco tiempo, un Jeep llegó con dos jóvenes. No teníamos una cadena, pero después de buscar, encontramos un pedazo de cuerda de nylon de dos metros. Dudé que dicha cuerda pudiera sacar nuestro vehículo, pero, iluminado y animado por los pensamientos compartidos en la Lección, mi esposo procedió junto con nuestros posibles rescatistas a atar la cuerda a su vehículo y al nuestro.
Mi esposo y yo obtuvimos más confianza de esta declaración en Isaías: “¡Ay de los que descienden a Egipto por ayuda! En los caballos buscan apoyo, y confían en los carros porque son muchos, y en los jinetes porque son muy fuertes, pero no miran al Santo de Israel, ni buscan al Señor” (Isaías 31:1, LBLA).
Las dos primeras veces que los hombres intentaron sacarnos, la cuerda se tensó y se rompió. Mi esposo y yo oramos para saber que en el reino de Dios no hay tensión. La tercera vez que lo intentaron, no hubo tensión. Vimos cómo el vehículo se levantaba suavemente y salía a la carretera.
Con mucha gratitud les dimos a los hombres una recompensa financiera, y escuché un “¡Hurra!” de uno de ellos. Nos escoltaron hasta la carretera principal.
Mi esposo y yo continuamos descubriendo verdades en esa Lección Bíblica que nos ayudaron a entender lo que había sucedido. En la siguiente reunión de testimonios del miércoles por la noche, mi esposo, motivado por el asombro y la gratitud por esta experiencia, dio su primer testimonio en nuestra iglesia filial.
Seguimos amando esta relevante idea de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy: “Oscureces y anulas la ley divina de la curación cuando pesas lo humano y lo divino en una misma balanza, o limitas en cualquier dirección del pensamiento la omnipresencia y omnipotencia de Dios” (pág. 445). ¡Esa es una gran verdad!