Hace unos años, mi familia y yo dimos la bienvenida a un segundo niño a nuestro hogar después de un parto armonioso y rápido. Me encontraba extremadamente ocupada, ya que ahora cuidaba a un niño pequeño y a un recién nacido. Fue un momento de alegría para nuestra familia, y me apoyé en la oración para manejar las numerosas tareas domésticas.
Sin embargo, poco después del parto, cuando todavía estaba de licencia por maternidad, la alegría que había sentido al comenzar este nuevo capítulo de nuestras vidas desapareció. Comencé a tener varios problemas físicos y estaba muy preocupada por mi bienestar y salud general. El temor comenzó a incrementarse. Llegué al punto en que me resultaba difícil hacer simples mandados e incluso asistir a los servicios de la iglesia. Cuidar de mis hijos se volvió problemático. Me sentía mentalmente perdida y profundamente triste. Parecía que no podía comprender la voluntad y el propósito de Dios para mí.
Al orar me defendía, sabiendo que tenía el derecho divino a sentirme alegre y libre. No estaba sola y perdida en una niebla de desesperación; Dios estaba conmigo. La familia y los amigos fueron un gran apoyo. Durante los momentos de temor, llamaba a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me diera un tratamiento mediante la oración. Durante nuestras conversaciones, el practicista compartía conmigo verdades espirituales alentadoras que traían alivio a la agitación mental.
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