Hace unos años, mi familia y yo dimos la bienvenida a un segundo niño a nuestro hogar después de un parto armonioso y rápido. Me encontraba extremadamente ocupada, ya que ahora cuidaba a un niño pequeño y a un recién nacido. Fue un momento de alegría para nuestra familia, y me apoyé en la oración para manejar las numerosas tareas domésticas.
Sin embargo, poco después del parto, cuando todavía estaba de licencia por maternidad, la alegría que había sentido al comenzar este nuevo capítulo de nuestras vidas desapareció. Comencé a tener varios problemas físicos y estaba muy preocupada por mi bienestar y salud general. El temor comenzó a incrementarse. Llegué al punto en que me resultaba difícil hacer simples mandados e incluso asistir a los servicios de la iglesia. Cuidar de mis hijos se volvió problemático. Me sentía mentalmente perdida y profundamente triste. Parecía que no podía comprender la voluntad y el propósito de Dios para mí.
Al orar me defendía, sabiendo que tenía el derecho divino a sentirme alegre y libre. No estaba sola y perdida en una niebla de desesperación; Dios estaba conmigo. La familia y los amigos fueron un gran apoyo. Durante los momentos de temor, llamaba a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me diera un tratamiento mediante la oración. Durante nuestras conversaciones, el practicista compartía conmigo verdades espirituales alentadoras que traían alivio a la agitación mental.
Con frecuencia oraba con este pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Una idea espiritual no tiene un solo elemento de error, y esta verdad elimina debidamente todo lo que es nocivo. La nueva idea, concebida y nacida de la Verdad y el Amor, está vestida de blanco. Su comienzo será manso, su desarrollo robusto, y su madurez imperecedera. Cuando este nuevo nacimiento tiene lugar, la criatura en la Ciencia Cristiana nace del Espíritu, nace de Dios, y no puede causar más sufrimiento a la madre. Por esto sabemos que la Verdad está aquí y ha cumplido su obra perfecta” (Mary Baker Eddy, pág. 463). Esto me aseguraba que la obra de Dios también era perfecta en mi experiencia y que el nacimiento de mi hijo no podía causarme ningún sufrimiento. Ambos somos ideas espirituales, creaciones del mismo Padre-Madre Dios, y cada idea de Dios no solo es una bendición, sino que es bendecida con alegría y paz.
Debido a que todavía no me sentía completamente bien, decidí someterme a varias pruebas médicas con el apoyo de mi esposo y mi familia. Me dijeron que las mismas demostraban que mi salud física era buena, pero uno de los médicos me diagnosticó depresión postparto y me recomendó tomar antidepresivos. No sentí que este fuera el camino correcto para mí. Nunca había tomado medicamentos, y sabía que los antidepresivos podrían conducir a la dependencia y tener efectos secundarios negativos. En cambio, decidí llamar al practicista de la Ciencia Cristiana para recibir tratamiento espiritual cada vez que necesitaba apoyo. Sabía que el diagnóstico médico no podía revertir la verdad a la que nosotros (el practicista, mi familia y yo) nos habíamos estado aferrando en nuestras oraciones: que estaba hecha a imagen y semejanza de Dios, libre e inocente, tal como lo era mi bebé.
Algo que me resultó muy útil durante este tiempo fue mirar el sol cada vez que los pensamientos oscuros nublaban mi visión de las cosas. Noté que el sol continuaba brillando intensamente, aun cuando estuviera temporalmente oculto por las nubes. Me pareció que representaba la luz del amor de Dios brillando incesante y fuertemente en mi vida. Un himno que habla de esta luz siempre me había ayudado; la primera estrofa dice:
La luz del día aquí conmigo está,
desaparece ya la oscuridad;
Tú das la fuerza y la libertad,
siempre contigo viviré, Verdad
(Bertha H. Woods, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 7)
Sabía con todo mi corazón que la luz de la Verdad y el Amor divinos se abría camino a través de cualquier nube de oscuridad, y cantar este himno me trajo mucho consuelo.
Cuando los ataques de pánico de repente comenzaban a manifestarse aleatoriamente y me hacían cuestionar mi progreso, recurría a Dios con todo mi corazón. Oré mucho con este pasaje de Lucas en la Biblia: “Sí, les he dado autoridad a ustedes para pisotear serpientes y escorpiones y vencer todo el poder del enemigo; nada les podrá hacer daño. Sin embargo, no se alegren de que puedan someter a los espíritus, sino alégrense de que sus nombres están escritos en el cielo” (Lucas 10:19, 20, Nueva Versión Internacional). Me encantaba la idea de que mi nombre estuviera escrito en el cielo y que yo tuviera dominio sobre los pensamientos ansiosos o temerosos.
Una mañana, mientras disfrutaba del tiempo con mis hijos en un parque público tuve un fuerte ataque de pánico. Mi primer impulso fue conducir a casa con los niños, y le envié un mensaje de texto al practicista que estaba orando por mí. Inmediatamente respondió que Dios estaba allí conmigo y que no tenía que huir a otro lugar para estar a salvo. El Amor divino llena todo el espacio. Esta idea me ayudó mucho. Me sentí más tranquila y ya no tuve la necesidad de correr a casa.
En cambio, se me ocurrió visitar otro patio de recreo con los niños, lo que me pareció un mensaje claro de Dios. Cuando llegamos, comenzaron a jugar con un par de niños allí. Una mujer estaba sentada cerca, e interactuaba con ellos. Más tarde le pregunté cuántos años tenían sus hijos, y ella amablemente respondió que no era su madre, sino la niñera. Esto me llamó la atención porque ella expresaba mucho amor maternal hacia ellos, y en ese momento sentí el amor de Dios a mi alrededor. La paz llenó mi pensamiento y mi corazón. Percibí muy claramente que mi vida es espiritual, y jamás está atada por ningún tipo de limitación.
Esta paz se quedó conmigo en las semanas siguientes después de eso. Mientras oraba por mi regreso al trabajo, todos los temores que tenía acerca de no poder superar la situación desaparecieron cuando quedó claro que Dios me estaba capacitando para cumplir mi propósito. Y ese resultó ser el caso con mi armonioso regreso al trabajo.
En pocos meses estaba completamente libre del temor y los síntomas de la depresión postparto, y me sentía bien tanto física como mentalmente.
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