En 2022, tuve la oportunidad de escalar el Monte Kilimanjaro con un amigo y un pequeño grupo de guías tanzanos. Antes de este viaje, había disfrutado de caminatas de un día en las Montañas Rocosas de Colorado, principalmente en elevaciones por debajo de los 4,000 metros. Un par de días antes de comenzar esta nueva caminata, un amigo me señaló esta estrofa de un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana:
A las alturas de la Mente, ascenderé,
con gozo celestial
y así sabré que soy, Señor,
Tu idea espiritual.
Y siempre a Ti te buscaré
venciendo el temor,
pues Tú conmigo siempre estás,
y Tú me brindas paz.
(Violet Hay, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 136, según versión en inglés © CSBD)
Comencé a cantar ese himno para mí misma el segundo día de la caminata de una semana. Inicialmente, esto mantuvo mis pensamientos elevados con la hermosa melodía. Pero poco después, comencé a pensar más profundamente en las palabras y su significado. Sabía que no se trataba de escalar físicamente el Kilimanjaro o cualquier otra montaña, sino de escalar “las alturas de la Mente”. ¿Qué significaba eso exactamente? A través de mi estudio de la Ciencia Cristiana, sabía que quería decir elevar mi consciencia por encima de la escena material hacia las “alturas” para ver mi identidad en la Mente divina, Dios: obtener perspectivas más claras de mi verdadera naturaleza espiritual como la idea, o expresión pura, de Dios.
En los meses previos a la caminata, había estado al tanto de las advertencias sobre el mal de altura. No tenía ningún temor de esto, pero tampoco quería simplemente dejar de lado las creencias, sino comprender por qué podemos estar libres de dichas condiciones.
La Mente Infinita conocía mi existencia, y nada dentro de mi identidad podía fallar.
Varias ideas útiles me vinieron a la mente. Sabiendo que mi identidad es realmente espiritual, pensé en la reunión de la transfiguración descrita en dos de los Evangelios, donde Jesús habló con Moisés y Elías, quienes habían fallecido siglos antes de que Jesús viviera. Esto solo pudo ocurrir porque la vida es espiritual —eterna— y no se basa en las leyes de la materia o en un sentido material del tiempo y el espacio. Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras explica: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales” (Mary Baker Eddy, pág. 475). Esto comenzó a borrar la sensación de que la materia era parte genuina de mi identidad. La materia inerte no tenía más control sobre mí del que yo permitiera.
También pensé en el hecho espiritual de que la Mente tiene el control total de todo funcionamiento, incluidas las funciones corporales. Ciencia y Salud afirma: “Todas las funciones del hombre verdadero están gobernadas por la Mente divina. … Todo lo que realmente existe es la Mente divina y su idea, y en esta Mente se encuentra que el ser entero es armonioso y eterno” (pág. 151).
Pensé: ¿Qué tiene que ver este hecho con dónde estoy y a qué altitud me encuentro? En otras palabras, ¿podría mi ubicación alterar el hecho de que la Mente tiene el control total de cada función de mi vida? De ninguna manera. Dios llena todo el espacio; Él está en todas partes. La Mente Infinita conocía mi existencia, y nada dentro de mi identidad podía fallar.
Durante ese tiempo de preparación, recordé una declaración de Ciencia y Salud que me había sido útil para sanar años atrás: “A medida que los mortales obtengan perspectivas más correctas de Dios y del hombre, innumerables objetos de la creación, que antes eran invisibles, se volverán visibles. Cuando comprendamos que la Vida es el Espíritu, nunca en la materia ni de la materia, esta comprensión se expandirá hasta su compleción propia, encontrándolo todo en Dios, el bien, y sin necesitar ninguna otra consciencia” (pág. 264).
Había pensado profundamente en esas palabras en un momento en que mi deseo de tener hijos no se realizaba. Mientras lo hacía, comencé a ver las cualidades propias de un niño en todos y a apreciar esta expresión a mi alrededor. Al haber experimentado el resultado de este estudio —al ver sus frutos con el nacimiento de mis hijos— una vez más me apoyé en la Ciencia Cristiana en este nuevo desafío, y pensé en varios sinónimos de Dios que sus enseñanzas destacan: Mente, Espíritu, Alma, Principio, Vida, Verdad, Amor. Al reflexionar acerca de estos significativos sinónimos, la omnipotencia y omnipresencia de Dios se hizo cada vez más real para mí.
El día que llegaríamos a la cumbre, salimos del campamento a medianoche. La subida por delante era de más de 4 kilómetros, con un aumento de altitud de 1.337 metros. Nuevamente comencé a cantar esa estrofa del Himnario, dejando que las palabras me vinieran con renovada iluminación. Aproximadamente una hora después de comenzar la caminata, mis hombros estaban tensos ya que colocaba mis bastones de senderismo hacia adelante alternativamente con cada zancada. De repente, me vino el pensamiento “Estoy cansada”. Pero casi de inmediato llegaron otras palabras: “Reposa suavemente”. Fue un mensaje muy claro.
Comencé a considerar esas palabras con atención mientras me las repetía lentamente. Estaba dejando que mis movimientos y mis pensamientos reposaran suavemente, con la certeza de que mi identidad era espiritual y estaba intacta por completo. En poco tiempo la incomodidad desapareció, y me sentí totalmente en paz. Fue como si estuviera en las nubes; también sentí una sensación de ingravidez, sin nada material que me hiciera caer. Las siguientes cinco horas pasaron con facilidad.
Alcanzamos la cima del Monte Kilimanjaro a las 6:38 de la mañana. Al mirar a través de la inmensidad de todo lo que podía ver: el cielo azul claro al amanecer, otros picos montañosos que asomaban por encima de las nubes debajo de nosotros, las enormes paredes de hielo de los glaciares, me sentí elevada para percibir “las alturas de la Mente”, la infinita magnitud de la creación completamente espiritual de Dios. Yo, y todos, simplemente existimos dentro de la Mente, como creación de Dios.
Entonces comenzamos nuestro descenso. Si bien la caminata había incluido una serie de subidas y bajadas empinadas, el descenso fue de 4,667 metros, directamente hacia abajo por la ladera de la montaña: un desafío en sí mismo. Pero fue una oportunidad para mantenerme firme en glorificar a Dios y disfrutar de la compañía de nuestro grupo.
Como se acercaba la Navidad, hablamos sobre la importancia de esta celebración, y fue como si todos dejáramos que el Cristo, la verdadera idea de Dios, resplandeciera a través de nosotros.
Esa última mañana, reflexioné sobre la escalada del día anterior, sobre las ideas que había adquirido y la libertad que había sentido después de escuchar el mensaje “Reposa suavemente”. Estoy muy agradecida por la continua certeza de mi identidad espiritual así como por una mayor confianza en las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. Escalar el Monte Kilimanjaro y vislumbrar la vida en Tanzania a través de nuestros dedicados guías, fue realmente una oportunidad para escalar “con gozo celestial, … las alturas de la Mente”.
