Cuando era niño, me encantaba ir con uno de mis hermanos mayores a una escuela dominical luterana en la pradera canadiense. Las maestras eran vecinas: las madres de nuestros compañeros de escuela. Una vez, mi hermano trajo a casa una especie de rompecabezas que creo que le había dado su maestra de la Escuela Dominical. En él estaban las palabras: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Aquel rompecabezas siempre estaba a la mano en nuestra casa, así que esas palabras de Jesús se fijaron en mi memoria.
Un sagrado fuego interior inspiró a los primeros seguidores de Jesús a predicar extensamente el evangelio, e hizo que compartir la Palabra no fuera simplemente un elemento de sus vidas, sino toda su razón de ser.
Jesús prometió que después de su ascensión, lo que la versión King James de la Biblia traduce como “el Consolador” siempre estaría presente para guiar a la gente “a toda la verdad” (Juan 15:26; 16:13). Mary Baker Eddy comprendió que había descubierto ese Consolador, la Ciencia divina, la ley natural de la armonía basada en Dios como Amor infinito y sin oposición. Ella reconoció que la práctica de la curación espiritual que fluía de esta comprensión de Dios es una Ciencia, puesto que no se basa en algo milagroso, sino en los hechos demostrables de Dios y la realidad que Él ha creado.
Ella escribió sobre esta Ciencia, tal como es percibida humanamente: “La Ciencia Cristiana es la verdad evangélica pura. Está acorde con la tendencia y el tenor de las enseñanzas y ejemplo de Cristo, a la vez que demuestra el poder de Cristo como se enseña en los cuatro Evangelios. La Verdad, echando fuera errores y sanando enfermos; el Amor, cumpliendo la ley y manteniendo al hombre sin mancha del mundo, —estas manifestaciones prácticas del cristianismo constituyen el único evangelismo y no necesitan credo” (Retrospección e introspección, pág. 65).
La Sra. Eddy fundó la Iglesia de Cristo, Científico, para compartir esta verdad evangélica con el mundo. Esta verdad no es un credo al que convertir a otros, sino que es el mandamiento imperativo de Dios: “Sea la luz” (Génesis 1:3).
Quizá en pequeñas formas al principio, podemos probar que la creación de Dios es espiritual y perfecta y refleja la comprensión infinita de la Mente única.
Compartir esta luz es sumamente urgente como una forma de cumplir la eterna voluntad del bien de Dios. Y aunque ciertamente podemos hacerlo independientemente de la iglesia, esta es como una lámpara de aceite que nos permite unir nuestra inspiración con la de los demás y hacer brillar esa luz sobre los problemas individuales y colectivos, y nos permite lograr juntos lo que no podríamos lograr individualmente.
Cada actividad de La Iglesia de Cristo, Científico, está diseñada para ayudar a que esta enseñanza se comparta con el mundo; desde el trabajo de curación de sus practicistas y el abrazo a la comunidad a través de sus servicios religiosos y Salas de Lectura hasta la frescura y el alcance de sus conferencias y publicaciones. Pero para que estas herramientas sean eficaces, es muy útil comprender la evangelización a la luz de la Ciencia Cristiana.
Una verdad fundamental de esta evangelización es que hay una sola Mente omnisciente, Dios; que si bien puede parecer que hay inteligencia en ciertas formas materiales como el cerebro, en realidad, la única inteligencia que es Dios llena todo el espacio y constituye la única consciencia. Más allá de la noción de una consciencia basada en la materia y de la creencia de que la materia es la base de todo, está el hecho de que la Mente, el Espíritu infinito, es la base de la creación, la cual es espiritual, como el creador mismo.
El hecho de que hay una sola Mente divina eleva el evangelismo por encima de una mente humana que trata de convencer a otra del valor de una serie en particular de enseñanzas. Esto significa que no necesitamos convencer a los demás de la verdad espiritual de que todos tenemos esa Mente, esa comprensión, que estaba en Cristo Jesús. Para ir verdaderamente a todo el mundo y predicar el evangelio, incluso a través de los recursos de la iglesia, debemos practicar una especie de evangelización interior, y limpiarnos a nosotros mismos de la noción de que alguien tiene una inteligencia separada de esta Mente única.
A primera vista, esto puede parecer poco realista, ya que gran parte de la humanidad a menudo parece ignorante y dividida. Pero lo que pretende ser la realidad de la discordia y el conflicto resulta ser una realidad falsa a medida que comprendemos claramente la naturaleza de Dios como Espíritu infinito. Quizá en pequeñas formas al principio, podemos probar que la creación de Dios es espiritual y perfecta y refleja la comprensión infinita de la Mente única. Podemos hacer esto al vivir más en paz con nosotros mismos y con los demás, al demostrar gradualmente nuestro dominio sobre la enfermedad y al manifestar mayor pureza y santidad.
Saber que hay una sola Mente, y probarlo al esforzarnos por obedecer constante y desinteresadamente el bien, es fundamental para la evangelización de todas las actividades de La Iglesia de Cristo, Científico. Comprender que la verdadera identidad manifiesta la perfecta comprensión espiritual de la Mente única nos ayuda a ver que la Iglesia, en su sentido espiritual más elevado, ya nos incluye y abraza a todos. Esto significa que nuestra comunidad local, por ejemplo, no está formada por aquellos que tienen cierta comprensión de la Ciencia Cristiana y otros que no. Una parte esencial, tal vez la parte esencial, de nuestra evangelización es saber que todos verdaderamente tienen esa Mente que estaba en Cristo Jesús.
Conocí la Ciencia Cristiana a través del silencioso ejemplo de un profesor universitario. Habíamos tenido varias conversaciones, y siempre me llamaba la atención su visión de los temas de actualidad. ( Solo más tarde deduje que debe haber obtenido muchas de sus ideas de la lectura de The Christian Science Monitor, un galardonado diario internacional.) Cuando me enteré de su religión y le pregunté qué enseñaba la Ciencia Cristiana, me dijo que aprendería más si asistía a una reunión de la organización de la Ciencia Cristiana en el campus y veía la forma en que otros estudiantes la practicaban que por medio de sus explicaciones. Asistí a algunas de esas reuniones, y me inspiraron a comenzar a concurrir a los servicios de la iglesia con regularidad.
Después de tres años de estudiar los escritos de la Sra. Eddy, leer ocasionalmente el Monitor y sus revistas hermanas (el Sentinel y el Christian Science Journal mensual), y asistir a una conferencia de la Ciencia Cristiana que tuvo un gran impacto en mí, me uní a una iglesia filial y a La Iglesia Madre (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston) en 1984.
En retrospectiva, había muchos profesores en la facultad de música donde yo estudiaba, pero me sentía atraído por lo que practicaba este Científico Cristiano. En cierto sentido, me llamaba la atención su silenciosa evangelización. Eso me recuerda este pasaje de una carta de alguien que había sido sanado a través de la Ciencia Cristiana y que fue citada en el capítulo “Los frutos”, en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy: “Hace como nueve años fui atraído a la Ciencia Cristiana por un pariente mío, cuyas múltiples aflicciones habían dado lugar a la salud y la armonía, y cuya amorosa gratitud se reflejaba en cada una de sus palabras y actos” (pág. 622).
Además, cuando pregunté acerca de la Ciencia Cristiana, mi profesor no trató de convencerme de unirme a ella. En efecto, dijo: “Ven y ve” (Juan 1:46). Él confió en que la evangelización colectiva de los servicios de la iglesia y la oración me conmoverían, me incluirían e instruirían.
Es verdaderamente un privilegio y una bendición hacer la “obra de evangelista” (2 Timoteo 4:5), como la hicieron los primeros cristianos. Realizamos este trabajo evangelizándonos primero a nosotros mismos. Al hacerlo, nos sentimos inspirados a llevar esta pureza interior a los demás y a trabajar con otros en la iglesia para llevar este evangelio sanador al mundo.
