Siempre he sentido una fuerte conexión con mi casa. Pero hasta el verano pasado no me había dado cuenta de que puedo alcanzar un sentido más expansivo de hogar en cualquier lugar.
Me habían contratado para ser consejera en un campamento de verano para Científicos Cristianos. Llegué al campamento extasiada por estar allí, pero muy pronto me embargó una inesperada ola de nostalgia. Comencé a sentirme incómoda porque parecía que la paz, la comodidad y la seguridad que asociaba con mi casa no estaban allí. Cuanto más me centraba en estos sentimientos, peor me sentía, hasta que me di cuenta de que la tristeza había consumido toda mi primera semana. No veía cómo podía tener una experiencia de campamento productiva o feliz de esta manera. Algo tenía que cambiar, o el verano sería muy largo.
Sabía que el campamento era un gran lugar lleno de buena gente y actividades divertidas, pero este razonamiento solo podía llevarme hasta cierto punto. Para tener una experiencia de campamento verdaderamente feliz y memorable, necesitaba cambiar mi forma de pensar. Me di cuenta de que podía orar. Para mí, la oración es escuchar lo que Dios me está diciendo acerca de mí misma, acerca de la forma en que Él me ve. Comprendí que puesto que Dios es Amor, en lugar de tratar de razonar mi proceder a través de esta nostalgia, podía confiar en que el Amor me ayudaría a sentirme como en casa. En el fondo sabía que no tenía que estar en casa para sentirme como en casa. Dios podía ayudarme a sentir todas las cualidades del hogar en el campamento.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!