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Original Web

Las promesas de Dios y nuestro progreso espiritual

Del número de marzo de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 18 de diciembre de 2023 como original para la Web.


A lo largo de la Biblia, Dios promete que Lo conoceremos, y encuentro que la práctica de la Ciencia Cristiana cumple esta promesa. Las enseñanzas de la Ciencia Cristiana —las leyes de Dios que Cristo Jesús demostró en su misión sanadora— nos hacen cobrar consciencia de que Dios nos promete la perfección presente y de la posibilidad de ver que esta promesa se manifieste en nuestra experiencia diaria.  

Sin embargo, el pensamiento popular y la teología a menudo enseñan que, si bien Dios es infinito, Él es un misterio. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, contradice esto en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El paganismo y el agnosticismo pueden definir a la Deidad como ‘el gran incognoscible’; pero la Ciencia Cristiana acerca a Dios mucho más al hombre, y hace que se Lo conozca mejor como el Todo-en-todo, para siempre cercano” (pág. 596). 

Dios se conoce mejor no a través del intelecto humano, sino a través del sentido espiritual o la percepción espiritual, inherente a todos nosotros como Su imagen y semejanza. Esto hace que las promesas bíblicas cobren vida. La Sra. Eddy vio claramente que las promesas que se encuentran en toda la Biblia son buenas, eternas, universales y demostrables aquí y ahora para cada hombre, mujer y niño, en todas partes. Un estudio de la Ciencia Cristiana muestra que Dios siempre está comunicando Su naturaleza del todo buena a través del Cristo, Su ideal espiritual, que se nos manifiesta de maneras que somos más capaces de comprender y demostrar allí donde estamos en nuestro crecimiento y comprensión espirituales.

Una de las primeras promesas de la Biblia fue ilustrada por el arco iris en la nube que Noé vio después del diluvio (véase Génesis 9:12-7). Representaba el pacto de Dios con la humanidad para preservar la vida. Esta promesa se hizo realidad para mí hace un tiempo, cuando mi hija y yo estábamos en un vuelo para pasar la Navidad con mis padres en otro estado. Mi matrimonio de 24 años había terminado hacía poco, y mis hijos adultos y yo estábamos ahora en lugares diferentes. Uno de los ellos se había alistado en el ejército, el otro se había mudado a otro estado para trabajar; y mi hija, aunque todavía vivía en casa conmigo, era una estudiante siempre atareada de una universidad local. Me sentía desamparada, sola e innecesaria, temerosa de lo que el futuro me tenía reservado.

Mientras miraba por la ventana, vi la sombra de nuestro avión rodeada por lo que parecía ser un arcoíris completo: un círculo completo. Verlo tuvo un profundo significado para mí ese día. Cuando lo miré, fue un recordatorio de que el amor de Dios me rodeaba a mí y a cada miembro de mi familia con la promesa de que Su presencia y poder siempre estarían con nosotros; sin importar cuáles fueran las circunstancias humanas.

Los arcoíris también pueden representar nuevos comienzos: un empezar de nuevo alegre y lleno de oportunidades para el amor y el crecimiento. En las siguientes  semanas, meses y años, eso es exactamente lo que experimenté. Cuando al orar me di cuenta de que ya estaba y siempre estaría completa en Dios, siempre en armonía con Él, surgió un nuevo trabajo satisfactorio ayudando a otros, así como nuevas relaciones afectuosas. Vi que esto también era cierto para mis hijos, mientras sus vidas avanzaban y el propósito y el lugar de cada uno se manifestaban.

Dios no sabe nada de las condiciones humanas discordantes. Él conoce a Sus hijos como Su expresión o reflejo inmortal —perfectos, completos, armoniosos en todos los sentidos, siempre en paz— no mortales limitados, que luchan por sobrevivir.

A medida que ponemos en práctica lo que comprendemos de la Ciencia Cristiana, se nos promete progreso espiritual. Esto viene a través de la espiritualización del pensamiento. Comprender que la vida es espiritual, estar en comunión con Dios, crecer en nuestra comprensión del Espíritu y aprender más acerca de Dios es de lo que se trata la práctica de la Ciencia Cristiana. Ceder a la Mente divina —Dios— trae soluciones sanadoras. Luchar y ver más allá de las tentaciones, sugestiones y engaños del materialismo hasta que nos damos cuenta de su nada, nos lleva hacia una visión más amplia de Dios y de nuestra relación con Él. Necesitamos estar dispuestos a cambiar nuestro pensamiento, a abandonar nuestras creencias y prácticas materiales más preciadas. 

A medida que somos diligentes al orar, el Cristo, la idea de Dios, nos muestra el camino a seguir.

Al  hacerlo, descubrimos que superamos y abandonamos aquellos elementos del pensamiento basado en la materia que la Sra. Eddy enumera en el primer grado de la “Traducción Científica de la Mente Mortal” en Ciencia y Salud, aquellos que representan la depravación: “Creencias malas, pasiones y apetitos, temor, voluntad depravada, justificación propia, orgullo, envidia, engaño, odio, venganza, pecado, enfermedad, malestar, muerte” (pág. 115). Las promesas de Dios son leyes divinas infalibles, y Sus ideas divinas elevan la consciencia humana y la alejan de todo lo que no es semejante a Dios.

La mente mortal, el sentido material de la vida o lo que el apóstol Pablo llama “la mente carnal” (KJV), sugiere que lo opuesto al bien es cierto: que, en lugar de progreso, hay decadencia; que la promesa de curación no se está cumpliendo. Podemos revertir estas falsas sugestiones en nuestro pensamiento y, en cambio, aferrarnos a las verdades espirituales de nuestro ser.  Al hacerlo, nos sometemos humildemente a la reforma espiritual. Y, en consecuencia, esto se expresa en nuestras vidas. Entonces experimentamos el segundo grado de la mente mortal, donde desaparecen las creencias malas y aparecen las cualidades morales transitorias: “Humanidad, honradez, afecto, compasión, esperanza, fe, mansedumbre, templanza” (Ciencia y Salud, pág. 115). La espiritualización del pensamiento nos permite aprovechar más fácilmente las promesas de Dios y contribuir así al progreso de la humanidad. 

La Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, son mis compañeros constantes mientras recurro a Dios para que me guíe con respecto a cada próximo paso. Estos libros nos apartan del testimonio de los sentidos físicos, “hacia las cosas imperecederas del Espíritu” (Ciencia y Salud, pág. 21); hacia lo que es de Dios y es eterno. Entonces encontramos las respuestas sanadoras que necesitamos cuando la Palabra de Dios abre el camino para que comencemos a experimentar el tercer grado; donde la mente mortal, o el testimonio de los sentidos físicos, desaparece por completo, y se nos halla a semejanza de Dios, la que se expresa en cualidades espirituales imperecederas que sanan: “Sabiduría, pureza, comprensión espiritual, poder espiritual, amor, salud, santidad” (Ciencia y Salud, pág. 116). 

El progreso espiritual a menudo puede verse obstaculizado por los desafíos de las perspectivas terrenales, pero a medida que somos diligentes en nuestra oración, el Cristo, la verdadera idea de Dios, nos muestra el camino a seguir, al restaurar la salud y satisfacer nuestras necesidades humanas. Somos guiados de maneras en las que podemos contribuir productivamente, incluso en la iglesia y en nuestra comunidad. 

Cristo Jesús nunca prometió que viviríamos nuestras vidas sin desafíos. Dijo: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Venció toda sugestión del pensamiento mundano que pudiera tratar de moldearlo y someterlo, a él y a otros, a puntos de vista terrenales limitados y temores. Estas sugestiones no lo pudieron someter, sino que continuó avanzando y ascendiendo en su expresión del ser inmortal. La oración nos permite vencer las aparentes fuerzas de la forma de pensar basada en la materia que tenderían a limitar nuestra experiencia de la plenitud de las promesas de Dios y sus infinitas posibilidades. 

Cuando ponemos nuestro amor por Dios en primer lugar, descubrimos nuestra relación inseparable con Él y nuestro lugar perfecto dentro de Su infinito universo del bien. Disfrutamos de relaciones satisfactorias con los demás, obedecemos constantemente Sus santas leyes y nos sometemos con alegría a Su propósito y plan para nosotros. Encontramos el hogar y el cielo aquí y ahora.

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