Como estudiante universitaria, a principios de la década de 1960, tuve la oportunidad de hacer una gira por Europa Occidental y la Unión Soviética. Durante nuestra segunda semana en Rusia, me enfermé de una diarrea grave.
Durante varios días no pude retener la comida. Me sentía sola y asustada, y no había manera de llamar por teléfono a un practicista de la Ciencia Cristiana o a mi madre. Me preocupaba que, si el guía turístico se daba cuenta de que estaba enferma, ¡podía insistir en que me internaran en un hospital ruso!
Había estado orando por mí misma, pero no había habido ninguna mejoría. En la tercera noche, decidí no cenar y quedarme en mi habitación y orar. Me sentía demasiado débil como para leer, ¡pero ciertamente podía orar! Le pregunté a Dios qué necesitaba sanar.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!