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Original Web

El aliento de Dios

Del número de enero de 2022 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 30 de agosto de 2021 como original para la Web.


Era el segundo día de una cuarentena obligatoria debido a una crisis sanitaria por la propagación de un virus. El miedo y la preocupación de tantos corazones habían estado presentes en mis oraciones durante semanas. Fue entonces que, mientras ordenaba mi escritorio, encontré esto en un trozo de papel: “El espíritu de las mentiras se esparce por doquier. Porque la Verdad ha hablado en alta voz, el error, rodeando la tierra, está gritando para hacerse oír por encima de la voz de la Verdad”. Esta declaración es de Escritos Misceláneos 1883-1896 (págs. 266-267), por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana.

Me llamó la atención la declaración: ““El espíritu de las mentiras se esparce por doquier”. ¿Cuál podría ser el “espíritu de las mentiras” corriendo por doquier o circulando en el pensamiento de la humanidad en este momento? Para comprender esto es necesario reflexionar y considerar profundamente el espíritu de la Verdad, el antídoto contra el “espíritu de las mentiras”, y cómo se relaciona con la vida misma del hombre.

La palabra espíritu, que se usa en las Escrituras, a menudo se traduce de la palabra hebrea ruwach, y como se utiliza en el primer capítulo del Génesis, puede significar viento o aliento (Strong’s Exhaustive Concordance of the Bible). Cada día de la creación comienza con tres palabras importantes: “Entonces dijo Dios”. En el sexto día Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (versículo 26, LBLA). Esto nos enseña que Dios creó al hombre por medio de Su Palabra. Y la Biblia dice: “él dijo, y fue hecho” (Salmos 33:9).  

Es difícil hablar sin respirar; casi siempre inhalamos antes de hablar. Entonces, el aliento o Espíritu que creó al hombre estaba allí cuando Dios habló. El relato de Génesis 1 afirma que “el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas”. De hecho, el espíritu de Dios que creó al hombre a Su semejanza estaba allí cuando “la tierra estaba sin orden y vacía”, revelando así la existencia eterna del hombre con el Espíritu, el aliento de la Vida.

¿Pero qué decir de Adán y Eva? Bueno, esa es, literalmente, otra historia, y ahí es donde entra el espíritu de las mentiras. Aunque el segundo capítulo del Génesis comienza con la muy clara afirmación: “Así fueron acabados los cielos y la tierra y todas sus huestes” (versículo 1), la lectura que sigue a continuación presenta un creador diferente y un relato diferente de la creación: “Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente” (versículo 7, LBLA). 

En este texto, la palabra hebrea original para respirar es naphach, que significa soplar o exhalar. Strong también indica que naphach se usa en otras partes de la Biblia en frases como “expiré” y “moriría”. Esto me recordó la interpretación espiritual que hace la Sra. Eddy de una declaración de Primera a los Corintios: “‘Como en Adán [el error] todos mueren, también en Cristo [la Verdad] todos serán vivificados’” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 545). La creación de Adán ofrece un marcado contraste con el primer relato de la creación. Por lo tanto, el profeta Isaías nos instruyó: “Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz, porque ¿de qué es él estimado?” (Isaías 2:22).  

La comprensión de estas enseñanzas bíblicas resultó en una curación inmediata de una dificultad para respirar. Yo había pasado un tiempo prolongado cuidando a un familiar. Era estresante, pero el estudio de la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy me brindaban apoyo e inspiración. Una mañana me desperté con una tos muy intensa. Cada vez que me esforzaba por respirar sentía un profundo temor. Pensé en algo que la Sra. Eddy incluyó en el capítulo de Ciencia y Salud titulado “El magnetismo animal desenmascarado”. Citando el informe de una comisión especial encargada de investigar la veracidad del magnetismo animal o hipnotismo, ella escribe que la comisión encontró “que no hay prueba de la existencia del fluido magnético animal; de que los efectos violentos, que se observan en la práctica pública del magnetismo, se deben a manipulaciones, o a la excitación de la imaginación y las impresiones producidas sobre los sentidos; …” (págs. 100-101).  

Enfrenté el temor agresivo a la falta de aliento con la firme comprensión y conocimiento de que no sería manipulada por esos síntomas. Pensé en la declaración que acabo de citar, y me detuve a reconocer y eliminar cada sugestión: 1. Manipulación (estaba doblada, tosiendo). 2. Excitación de la imaginación (pensaba: ¿Cómo me pesqué esto?). 3. ¡Mis sentidos estaban definitivamente impresionados! Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. Casi de inmediato me sentí más tranquila, y con calma comencé a considerar estas palabras: “Entonces dijo Dios”. Pensé en Dios, el Espíritu, creándome por medio de Su Palabra, y consideré que la Palabra —el Cristo, la Verdad— me estaba apoyando. En cuestión de minutos el temor a perder el aliento disminuyó, y la tos se detuvo.

Tiempo después de esta curación, me encontré con una definición de la palabra tos en el American Dictionary of the English Language, de Noah Webster, de 1828 que decía, en parte, “esfuerzo violento de los pulmones por liberarse de la materia ofensiva”. Percibí lo que había sucedido cuando eché fuera una creencia falsa de mí misma como material y mortal, como Adán, y sustituí ese falso sentido con la Palabra de Dios de que el hombre está hecho a Su imagen y semejanza. Este sentido falso no podía dañarme a mí ni a mi verdadera identidad como hija de Dios. El temor de que pudiera dejar de respirar había sido reemplazado por la tranquilidad de saber que mi aliento provenía de Dios, el Espíritu, que era espiritual y eterno, no físico, y que jamás podía ser privada de él. Esta comprensión espiritual de la creación de Dios me había “liberado” de la falsa creencia del hombre creado del polvo, no del Espíritu.  

El Evangelio según Juan registra que después de la crucifixión y resurrección de Jesús, se apareció a los discípulos, les mostró sus heridas, y luego sopló sobre ellos y dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (20:22). En el Glosario de Ciencia y Salud, el Espíritu Santo se define como “La Ciencia divina; el desarrollo de la Vida, la Verdad y el Amor eternos” (pág. 588, énfasis añadido). ¿Estaba Jesús mostrando a sus discípulos que la vida del hombre, el aliento del hombre, es espiritual, permanente, eterno, que no depende del cuerpo ni está sujeto a las condiciones corporales, ni siquiera a la muerte? Esto puede haber sido lo que inspiró al autor de esta epístola a escribir que el Cristo era la Palabra, el espíritu de Dios, allí “en el principio” cuando Dios creó al hombre, incluyéndonos a ti y a mí, a semejanza del Espíritu, la Vida divina e inmortal. El aliento del hombre, nuestra existencia misma, es espiritual e inviolable, y nunca puede ser interrumpida o vulnerada.

Si bien todos podemos orar para apoyar a los trabajadores de la salud y a otros que hacen todo lo posible para servir a la humanidad a través de su trabajo, este también puede ser el momento para que los Científicos Cristianos exhorten, en sus oraciones, a una comprensión más profunda de que la respiración del hombre, como la imagen y semejanza de Dios, está garantizada. En nuestras oraciones podemos saber y declarar a cada hora que el hombre, cada uno de nosotros, fue hecho por el Espíritu; que este hombre no está limitado a tener acceso a una máquina para poder respirar. El aliento de la Vida, Dios, el Espíritu, está con él, y esta verdad revitalizadora es inmediata. Dios creó al hombre y a la mujer con Su Palabra. Podemos reconocer y afirmar esto en nuestras oraciones por toda la humanidad. Jesús demostró su individualidad inalterada después de la muerte al soplar sobre sus discípulos; por lo tanto, el hombre tampoco puede ser privado de aliento.

La Sra. Eddy define a Jesús en Ciencia y Salud como “el más elevado concepto corpóreo y humano de la idea divina, que reprende y destruye el error y saca a luz la inmortalidad del hombre” (pág. 589). Y ella define al Cristo como “la divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado” (pág. 583). Jesús nos dijo que fuéramos y sanáramos, y que haríamos obras mayores que él. Todos podemos probar que la Palabra de Dios que Jesús vivió y demostró todavía está presente, y viene a la carne —a cada uno de nosotros— así como Jesús vino a los discípulos después de la resurrección y sopló sobre ellos, demostrando que la vida es invariable en Dios, bajo todas las condiciones.

Cuando escuchamos las noticias, que a veces están llenas de temor, tomemos un momento para abrazar en nuestras oraciones la idea de que el Cristo, la Palabra de Dios, está siempre presente en medio de la humanidad. Afirmemos que nadie puede ser apartado de su verdadero aliento espiritual, la Palabra. Oremos por nuestros semejantes, hombres y mujeres, sabiendo y afirmando que Dios, el Espíritu, creó a todos a Su imagen y semejanza y los está apoyando como Sus propios hijos queridos. Sepamos que esta verdad es su aliento allí donde están, ahora mismo y siempre.

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