El otro día, estaba detenida en el tráfico, orando sobre la crisis del COVID-19, y empecé a pensar en una época hace siglos.
Se avecinaba una inundación que destruiría toda la vida conocida en la tierra. Noé, un hombre que amaba a Dios, tenía la percepción espiritual como para comprender qué ocurriría. Dios le dijo que construyera un arca para salvar a su familia, así como a una pareja de cada una de las criaturas que hubiera a su disposición.
Guiado por Dios, construyó un barco muy grande para él, su familia y los animales; a fin de que cuando llegara el diluvio, pudieran entrar en él y estar a salvo (véase Génesis, capítulos 6–8). Pensando en esto, me pregunté: “¿Hay algún lugar hoy en día donde la gente esté segura?”. Y este pensamiento me vino de inmediato, “¡En el arca, por supuesto!”
No se trataba de un barco verdadero flotando en el agua, sino de una inspirada definición de arca en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Comienza: “Seguridad; la idea, o reflejo, de la Verdad, que se comprueba que es tan inmortal como su Principio; la comprensión del Espíritu, que destruye la creencia en la materia” (pág. 581).
La definición deja en claro que esta arca no es una estructura material, sujeta a la decadencia o vulnerable a las políticas gubernamentales y los enredos internacionales. Más bien, es una idea espiritual que trasciende cualquier discordia, incluso la enfermedad. Dentro de esta arca de la Verdad divina, se revela que la existencia del hombre es espiritual, carente de temor e invulnerable a la enfermedad.
Mientras pensaba más detenidamente en este concepto, se me ocurrió que cada uno de nosotros tiene un lugar en esta arca. Los pueblos y países del mundo, con toda su variedad, y todo lo puro y bueno de nuestro planeta cabrían en esta arca, porque “arca” es la idea espiritual de un Dios infinito. Y puesto que no somos materiales, sino verdaderamente las ideas espirituales del Amor divino, nunca podemos estar separados del “arca” de la seguridad y el amor que pertenece al Amor.
Algunos quizá digan: “Estos son pensamientos hermosos, pero no muy prácticos cuando lidiamos con este virus”. Bueno, tenemos el deber de obedecer las leyes establecidas por los gobiernos individuales, pero somos libres de pensar de maneras más amplias acerca de nuestra salud y plenitud.
Por ejemplo, podemos reconocer y aceptar la ley divina y sanadora que Cristo Jesús vivió y probó. Como él dijo, “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Esta verdad que debemos conocer es la realidad de que nos somos materiales, sino espirituales, hechos a semejanza de Dios.
La materia —que incluye la enfermedad, el temor y el contagio— no tiene poder cuando comprendemos que Dios, el Espíritu divino, creó al hombre (es decir, a todos nosotros) a Su semejanza. Este concepto no es una negativa a reconocer que es necesario resolver algo. Es una ley poderosa y sanadora que puede bendecirnos no solo a nosotros individualmente, sino a todos aquellos con quienes estamos en contacto o en quienes pensamos.
El conocimiento de la ley divina nos permite estar inteligentemente sin miedo ante la enfermedad y disipar de maneras generosas los temores de quienes nos rodean. Ciencia y Salud dice: “El temor es la fuente de la enfermedad, y dominas el temor y el pecado por medio de la Mente divina; por lo tanto, es por medio de la Mente divina que vences la enfermedad” (págs. 391-392).
Recuerdo una época en la que una amiga cercana, con quien pasaba muchas horas todos los días, contrajo un caso grave de gripe cuando tenía que cumplir algunos plazos importantes. Ella llamó a un practicista de la Ciencia Cristiana para que la ayudara a través de la oración. Mientras tanto, oré para mí misma, reconociendo que yo era la idea espiritual de Dios, de la Mente divina, como lo somos cada uno de nosotros. Sabía que, por ser espirituales, no estamos sujetos a la predominante creencia de que la enfermedad tiene poder, es inevitable y se puede transmitir de un individuo a otro.
Dios es la Mente divina, el Amor, y no permite el sufrimiento de ningún tipo ni lo envía a Sus hijos. Por medio de esta oración, no me enfermé y pude cumplir con mis responsabilidades. Mi amiga también mejoró pronto.
A medida que nuestras oraciones reconocen el amor omnipresente de Dios por toda Su creación, podemos contribuir a que se acabe la pandemia. Cada uno de nosotros está en el arca de la bondad y el cuidado perfectos de Dios.
