He vivido en Lima, Perú, toda mi vida, y realmente amo esta ciudad. Tiene muchas plazas, playas y parques hermosos, y otros lugares divertidos. Sin embargo, al igual que innumerables ciudades alrededor del mundo, Lima también tiene zonas que pueden ser muy peligrosas. Durante la mayor parte de la secundaria, nunca tuve que ir a esas áreas de la ciudad. Pero eso estaba a punto de cambiar.
Un día, mi profesor de historia nos asignó un proyecto grupal. Tres de mis amigos y yo decidimos realizar el proyecto juntos, y uno de ellos dijo que podíamos ir a su casa para trabajar en el proyecto después de la escuela. Estábamos emocionados por visitar su casa por primera vez. Sin embargo, a ninguno de nosotros se nos ocurrió preguntarle dónde vivía.
Después de la escuela, todos tomamos un autobús a su casa. Cuando llegamos, me di cuenta de que estábamos en un vecindario en el que nunca había estado antes, y que era considerado peligroso debido al alto nivel de delincuencia. Pero no dejé que estos pensamientos me distrajeran de lo que era importante, lo cual era acabar nuestro proyecto.
Terminamos el proyecto en unas dos horas, y para entonces ya era muy tarde. Cuando le pregunté a mi amigo dónde estaba la estación de autobuses para poder llegar a casa, me dijo que había una estación a cuatro cuadras.
Como mis otros amigos se iban a casa por una ruta de autobús diferente, me dispuse a caminar solo esas cuatro cuadras. La calle no era muy bonita, y muchos de sus edificios no estaban en buen estado. Podría haberme sentido incómodo; después de todo, la reputación de esta área no era buena. Sin embargo, en ese momento recordé un pasaje de la Biblia que me ha ayudado a superar muchos desafíos a lo largo de mi vida: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31).
Me detuve por un minuto y oré con ese pasaje. Pensé en el hecho de que todos somos la creación de Dios, así que no podemos hacernos daño unos a otros, porque Dios nos creó para ser y hacer el bien, no para lastimar. También recordé algo que había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana: que Dios está siempre cuidándonos. Dios es Amor, y nunca podemos estar separados del Amor, por lo que siempre estamos protegidos. Todos estos hermosos pensamientos me hicieron sentir seguro, así que comencé a caminar hacia la estación de autobuses con mucha tranquilidad. Tomé el primer autobús que apareció, y llegué a casa seguro y feliz.
Esta experiencia me enseñó que no importa dónde nos encontremos, el Amor divino es una protección constante para nosotros, y podemos ver la creación “muy buena” del Amor en todas partes. Comprender este hecho espiritual erradica el miedo, nos hace sentir confiados y nos mantiene a salvo.